Tierra de vinos. Tierra de caldos de Rueda, Ribera del Duero, Cigales y, aunque con menor presencia, tierra de vinos de Toro. Todas con denominación de origen; todas con calidad reconocida. Coincidiendo con el noveno aniversario de la muerte de Miguel Delibes, un amante de la naturaleza de su Valladolid natal, nos aventuramos a realizar parte de una de las rutas vinícolas de la provincia. Mucho más corta y menos profunda que las que el autor de “Los santos inocentes” describe en muchas de sus obras, pero lo suficientemente atractiva como para desear volver.
La elegida fue la ruta del Cigales, un vino de reyes que se consumía en la corte de Felipe III y que sedujo a José Bonaparte haciéndole merecedor, según la leyenda, de su sobrenombre de Pepe Botella durante su estancia en Cigales 1813.
Tierras austeras. Un puñado de pequeñas poblaciones se vertebran entorno al clarete, ese vino denostado durante años que ha logrado resucitar y convertirse en elemento tractor de la zona. Así llegamos a Valoria la Buena de apenas 700 habitantes pero con los servicios de una urbe grande. De ello se ocupa Amancio Ortega, el fundador de Inditex, por el simple motivo de que su madre nació allí. Valoria, a los pies del Pico del Aguila y cruzada por cañadas reales, con una pareja de cigüeñas ocupando con su nido la torre de la iglesia, un cuidado barrio de bodegas separado del núcleo urbano y sus derruidos Molino y Ermita de la Virgen de la Galleta, puede también presumir de vinos, quesos y mieles premiados. Así que quisimos conocerlos de primera mano.
Índice
Concejo Bodegas
En Valoria se elabora vino desde el siglo XII; en la familia Concejo desde los inicios del siglo XX, aunque mediada la centuria sufrió un importante parón del que resurgió a finales de siglo. La calidad y personalidad de sus vinos, elaborados con uva tempranillo 100%, se consigue por el suelo calizo y pedregoso en el que crecen las viñas, en vaso o respaldera, rodeadas de cerros y en la estratégica confluencia de los ríos Pisuerga y Madrazo.
2.500 metros cuadrados de bodega. Más que una bodega. Es un amplísimo espacio, con un tercio de sus paredes exteriores acristaladas convirtiéndose en un observatorio de las viñas y aves que las sobrevuelan. Incluye también salas de catas, alberga barricas que se cambian cada 5 años, espacios multi-usos en los que se puede desde realizar proyecciones a actuaciones, un pequeño museo distribuido en vitrinas en las que se exponen documentos y herramientas que, en épocas anteriores, se utilizaban para el cultivo de la uva y elaboración del vino .
La apuesta de Enrique y Olga, economista y abogada, que hace 15 años abandonaron sus trabajos y cambiaron el rumbo sus vidas, ha obtenido resultados. De las 26.000 botellas con las que arrancaron, hoy elaboran 150.000 al año, y tienen capacidad para producir otras 50.000; una cifra que no quieren superar para controlar y supervisar directamente la producción. Imposible aumentar la producción del vino CONCEJO, un reserva elaborado con viñas viejas, de menor producción y más calidad del que, tras pasar 14 meses en barricas de roble americano y francés, sólo se producen 10.000 botellas numeradas al año. Un lujo reconocido y premiado.
De Carredueñas, finca que da nombre a otros vinos de esta bodega, salen uvas para el tinto roble, que pasa 4 meses en barrica y dos tipos de rosados que, tras erigirse con la medalla de oro internacional de Cannes y la medalla de oro de Bruselas, figura entre los 15 mejores rosados de España. El miembro más joven de esta familia de vinos es el Burro Loco, un vino ecológico cuya primera variedad, tinto, se puso a la venta en 2015.Sólo un año más tarde, en 2016, se incorpora el rosado, con tonos florales y aromas frutales, obteniendo el premio revelación internacional. A ese rosado, recientemente se le añade el “frizzante” que parece haber encajado a la perfección entre los jóvenes.
El 40% de la producción de esta bodega, que tuvo en los años 2001, 2005 y 2011 las mejores producciones, se exporta a países europeos, aunque también llega a Japón y Canadá.
Comprender la historia del vino resulta más fácil tras la visita al aula de interpretación, ubicada en Mucientes. Localizarlo es fácil ya que está indicado mediante una docena de murales realizados por Miguel Serra a modo de itinerario con los puntos de mayor interés del municipio. La visita de la bodega/aula de interpretación, ubicada a 10 metros bajo tierra, permite conocer al detalle la evolución histórica de la elaboración del vino o las herramientas que se usaban para su elaboración tradicional
Quesos Quevedo
Como el vino, y acompañados de un buen pan lechuguino, el queso es uno de los imprescindibles en la gastronomía vallisoletana. Aunque los orígenes de la quesería se remontan a 1942, la memoria no alcanza para recordar desde cuándo se elaboran quesos en la familia Quevedo, que sigue llevando a gala la producción artesanal de queso con leche cruda de oveja churra y castellana procedente de un entorno no superior a los 50 km. Un trabajo que le ha valido el galardón a empresario del año, orgullo que se suma a los premios que sus redondos manjares en las versiones de semi-curado, curado, viejo, añejo o añejo gourmet han ido obteniendo.
Diariamente se trabajan 4.000 litros de leche en la cuba desde la que se controlan temperatura y acidez antes de añadir fermentos y proceder al desuero. Un trabajo inicial que concluye con introducción en moldes con gasas que pasan a ser prensados en dos ocasiones en un intervalo de 24 horas. El recorrido prosigue por la zona de salmuera con su posterior secado y las cámaras de maduración, punto a partir del cual se etiquetan, cepillan y untan con aceite y pimentón.
Cambian los quesos de color, como si hubieran sido maquillados por un experto. Cambia el olor de cada sala de maduración y se intensifica cuantos más meses llevan en ellas esperando la aparición de ese moho que les transfiere sus propiedades gustativas. Cambia la humedad en cada una de las cámaras y, en función del conjunto de cambios, cambian la textura y el sabor que atraen también al público de países históricamente queseros como Bélgica, Holanda o Francia; aunque, quesos Quevedo, se vende también en Corea.
200.000 kilos de queso se producen anualmente en esta fábrica liderada por un empresario, reconocido como el mejor del año, que estudió y abandonó su carrera de derecho para ponerse al frente de un negocio familiar. Muchos de los quesos que salen por las puertas de Quevedo, no llegan lejos porque se consumen en los restaurantes de la zona que los introducen un surtido en sus tablas de quesos. La distribución dentro de España está al albur de las preferencias por zonas: el norte prefiere los quesos semi-curados o curados; y la capital, Madrid, se queda con más cantidad de curado o queso viejo.
Miel Montes Valveni
Un hobby que empezó con 6 colmenas en 2012 se ha transformado en un proyecto de vida para 4 ingenieros, 2 de montes y 2 agrícolas de entre 36 y 38 años, que tras abandonar sus empleos ahora se encargan del cuidado y explotación de 400 colmenas que producen 10.000 kilos de miel al año.
Un refrán lugareño reza “La miel, la mujer y el gato, del Cerrato”. De momento, los 10.000 kilos de miel anuales que producen, lo es porque los 10 colmenares que tienen están distribuidos en un radio máximo de 50 km, en distintas ubicaciones del Cerrato, esa comarca castellana de tradición apícola que se extiende por las provincias de Burgos, Palencia y por supuesto, Valladolid.
La flora de cada una de las ubicaciones da lugar a 3 tipos de miel: lavanda, mil flores y del bosque: todas artesanales. Para conseguir la primera, de la que se elaboran 2.000 kilos al año que se venden en un par de meses y que ha conseguido ser nominada 3 años consecutivos como la mejor, las colmenas se trasladan durante todo un mes a Tordesillas, de modo que las abejas puedan disfrutar de los campos de esa flor.
Cien mil pequeños insectos en verano, la mitad en invierno, son razones poderosas para atraer el interés de los visitantes y veraneantes, no en vano Valoria la Buena, triplica su población durante los meses estivales. La buena acogida de la miel y de una línea de cosmética a base de propóleo, cera virgen y miel les ha llevado a ampliar su aventura con la instalación de un aula de interpretación, de 300 metros cuadrados, en la que además de catas, exposiciones de material antiguo o cursos de fotografía se instalará una pequeña tienda con miel propia, que se envasa a demanda, y miel ajena procedente de la red de apicultores de España.
Concejo Hospedería
Con el sabor del queso, el vino y la miel aún en la boca, resonaba en nuestras cabezas el consejo de no abandonar Valladolid sin haber probado el lechazo. El destino nos lo puso fácil porque estábamos alojados en Concejo Hospedería, donde se ubica el restaurante “El sueño del general”, con cocina vanguardista y productos locales.
Concejo Hospedería fue un antiguo palacio fortaleza, de ahí que las piedras de las paredes que albergan 14 habitaciones transmitan, sin palabras, parte de su historia. Una historia recuperada con una inversión de 3 millones de euros han servido para que preservar continente y contenido.
El Hotel, fue en origen un castillo calatravo, fundado por los templarios que se transformó en palacio a finales del siglo XVII. El sueño de sus últimos dueños, que lo adquirieron el siglo pasado, se ha visto cumplido hace poco menos de una década. Hoy, tras una reforma en la que se han mantenido vigas, puertas, suelos y contraventanas de madera con sus talladas fallebas, paredes de piedra rescatadas del yeso que las ocultaban, enseres y mobiliario de época restaurado, es ese hotel con el que soñaron. Seguramente mejor de lo que imaginaron.
Es un edificio de valor histórico y monumental. Es un edificio diferente. Es una suma de sorpresas cada vez que se cruza por una de las múltiples salas salpicadas a lo largo de los 2.000 metros cuadrados que pueden ser utilizadas por los huéspedes para leer o descansar.
Y en medio de tanta personalidad, contagiado por ella, destaca el restaurante «El Sueño del General», todo un guiño al abuelo del propietario que siempre deseó convertir ese espacio en lo que es hoy. Sentados en la mesa de uno de sus muchos comedores degustamos mucho de lo bueno que ofrece la tierra en la que estábamos, vino, queso y miel incluidos. Pero también hincamos el diente a ese lechal que nos habían dicho era pecado abandonar Valladolid sin hacerlo. Tenían razón.