El avance del COVID-19 ha obligado al turismo a detener su marcha. Ante esta situación, muchos empresarios del sector caminan por las paredes y se arrancan los pelos por las ganancias no obtenidas. Pero también, estamos quienes vemos en esta crisis una oportunidad para interpretar los daños provocados y modificar el rumbo de la actividad.
Viajeros y viajeras, cadenas hoteleras, tour operadores, consultores y consultoras, funcionarios públicos, empresarios y empresarias en general, profesionales del sector… Lo primero debería ser voltearnos y revisar todo el camino andado. No solo la marca de nuestra huella en el piso, sino también la influencia ejercida indirectamente (lo que no se ve) sobre el entorno por el cual hemos avanzado. Re-preguntarnos, criticarnos y tomar conciencia. El sistema turístico dominante – del cual somos parte, en mayor o menor medida – es depredador ante la naturaleza, desvaloriza las riquezas socio-culturales y es económicamente injusto con residentes locales.
Probablemente, usted en este momento piense… “Pero yo he hecho todo bien”. Y yo le repregunto… ¿Está usted seguro/a de eso? Lo más probable es que todos y todas tengamos que pedir disculpas por algunas de nuestras acciones u omisiones…
¿Disculpas? ¿A quiénes? ¿Por qué?
– Al planeta Tierra y sus ecosistemas. ¿Medimos la emisión de dióxido de carbono en nuestros desplazamientos? – Hay muchas aplicaciones para ello -. ¿Pensamos en el consumo de energía eléctrica aunque no la paguemos? ¿Valoramos/Elegimos el alojamiento que recicla ante el que no lo hace? ¿Respetamos la capacidad de carga? ¿Somos estrictos con las evaluaciones de impacto ambiental? ¿Y qué hay de la fauna local? ¿Seguimos permitiendo la foto con el águila atada? ¿Seguimos paseando arriba del elefante? ¿Seguimos montando avestruces? ¿Hasta cuándo?
– A residentes/comunidades locales. ¿Colaboramos con pequeños alojamientos familiares antes que con cadenas hoteleras internacionales? ¿Contratamos guías locales? ¿Colaboramos con asociaciones, ONG`s y cooperativas del lugar de destino? ¿Escuchamos a residentes locales? ¿Actuamos en consecuencia a sus demandas? ¿Comemos en Mc Donald o en lo de Don Mario? ¿Valoramos los platos típicos? ¿Lo de afuera se adapta a lo local? ¿O lo local se adapta a lo foráneo? ¿Nos preocupamos por las condiciones laborales de empleados y empleadas locales? ¿Valoramos las artesanías típicas? ¿Apoyamos más a la inversión extranjera que a pequeños emprendimientos locales? ¿Hasta cuándo?
Retroceder, reagrupar y revolucionar
Si bien es cierto que existen algunas excepciones, es decir, algunos actores del sector que trabajan desde hace tiempo por un turismo más justo y responsable, estos son minoría. Por esta razón, me permito generalizar cuando recomiendo “volver hacia atrás y empezar de cero”, con las disculpas a esos actores conscientes y lastimosamente minoritarios.
Digo regenerar y no desechar, porque estoy convencido que la actividad turística es una herramienta útil para sectores más vulnerables y desprotegidos. A pesar de todo lo descrito anteriormente, sigo creyendo en las bondades que el turismo puede entregarle, especialmente, a países subdesarrollados. Pero es sumamente necesario replantearnos su esquema tradicional. Y para eso, es menester desandar nuestro camino y juntarnos para afrontar los nuevos desafíos de manera organizada.
Gobernanza y funcionarios públicos deberían sacar del centro de la escena a magnates y empresas multinacionales. Y también sacarse a ellos mismos de esa centralidad. Y no me refiero a que no participen más en el sector. Eso no sería recomendable. Pero deben comprender que son ellos los que deben trabajar para residentes y comunidades locales y no a la inversa. Es la población más necesitada, la que debe estar en la posición central de la maquinaria turística. Y el resto de las piezas deben moverse en función de sus requerimientos con el fin de otorgarle, a esa población, cierto bienestar y calidad de vida.
Lo mismo para viajeros y viajeras. Es imprescindible replantearnos el tipo de viaje que vamos a realizar. Debemos tomarnos el tiempo necesario para poner bajo la lupa cada uno de nuestros movimientos y auto-evaluar nuestro impacto socio-ambiental. Pensemos primero en la comunidad local, sus recursos naturales y culturales, luego en adaptarnos a ello y disfrutar el encuentro.
El turismo, así como hoy funciona, está dado vuelto. Arrastra la cabeza por el piso mientras los pies bailan cómodamente por el aire. Los más privilegiados más se benefician, y los más desfavorecidos más se perjudican. La brecha se sigue agrandando.
Después de mucho tiempo, y como pocas veces en la historia, la actividad turística ha detenido sus motores estrepitosamente. Este es el momento indicado para darlo vuelta todo. O al menos comenzar con ello. Estamos ante una oportunidad histórica para generar un cambio y moldear un turismo que colabore con la construcción de un mundo más justo. No podemos dejarla pasar. Tal vez sea la última.