De a poco estamos volviendo a la “nueva normalidad”… ¿Cuál será?, ¿Cómo será?, ¿Cuándo será? Salvo que resucite Nostradamus y nos lo cuente, nadie lo sabe.
Sí sabemos algunas cosas de la otra normalidad, la que dejamos atrás…
Índice
¿Y qué dejamos atrás en el turismo?
Ciudades saturadas de gente que hasta le habíamos puesto nombre: gentrificación. Destinos saturados hasta tal punto, que ya varias ciudades en el mundo, por poner un ejemplo, Venecia, habían puesto coto a esto, dejando pasar turistas hasta completar el aforo, como si de un cine se tratara. Y otras, como Amsterdam, que han dejado de promocionarse porque tienen el aforo completo.
¿Qué más hemos dejado atrás?
Miles de aviones contaminando los cielos de los 5 continentes con el 14% de dióxido de carbono emitido a la atmósfera. Cruceros propulsados con motores diesel, turbinas de gas o una combinación de ambos derramando millones de litros de residuos, polucionando no sólo a los océanos, sino a todos los seres vivos en su hábitat natural.
Hemos dejado atrás grandes cantidades de automóviles sumando más contaminación a las anteriores.
Hemos dejado atrás una carrera desenfrenada por el postureo, el selfie y el qué dirán, que más que viajar para abrir la mente, conocer el mundo y aprender de otras culturas, sólo era por unos cuántos likes superfluos.
¿Qué hemos ganado?
Por primera vez podemos respirar aire puro en las grandes ciudades donde la contaminación ha bajado a mínimos históricos sin precedentes en todo el planeta.
Hemos visto a los animales pasear por lugares de todo el globo terráqueo, sabiendo que ésto lo pueden hacer, mientras dure este paréntesis del confinamiento.
Hemos tenido tiempo de estar con nuestros seres queridos en casa, de pensar, reflexionar, y estar más comunicados que nunca a través de las nuevas tecnologías.
¿Y ahora qué?
Llegó el ahora, el momento de volver a lo que era pero ya no es, y no sabemos cómo será …
Tenemos una oportunidad histórica de recomenzar toda la actividad turística respetando a la madre tierra que está recuperándose del ictus que tuvo, llamado coronavirus, y cuya consecuencia fue el confinamiento de casi toda la humanidad.
Si todo lo malo tiene algo bueno y este virus nos enseña que no podemos seguir tratando tan mal, como antes, a esta casa común que todos tenemos, llamada tierra, algo habremos aprendido.
Hay que empezar a respetarla, cuidarla y por carácter transitorio, cuidarnos a nosotros mismos.
Debemos consumir alimentos de cercanía, disfrutar los lugares que nos rodean, aprender de nuestros vecinos, visitar nuevas poblaciones, pero sin prisa, con pausa.
¿Y los futbolistas?
Aunque sin juzgar, porque nadie puede tirar la primera piedra ni está libre de pecados, menos yo, son esos millonarios que ganan en un lustro lo que ningún trabajador normal en toda una vida. Y que muchos fueron curados por sanitarios que cobran en un mes lo que ellos en un segundo, ni estuvieron, ni están, ni se les espera …
Por cierto, y si aprendemos que el único sentimiento real en la vida es la familia, y que los viajes son como vivir otras vidas en ésta, y que los colores de un club son como los del arco iris.
Y si en vez de ir al fútbol vamos a los restaurantes, o nos alojamos en nuevos hoteles, o ahorramos para esos viajes que tenemos pendientes.
Y si en vez de pagar por mirar a 22 personas normales como tú y como yo, endiosados por la prensa, corriendo detrás de un balón y que se hacen millonarios con nuestro dinero, utilizamos esa hora y media para leer, pasear con nuestros hijos, visitar el pueblo de al lado o leer este artículo…
Los futbolistas se quedarían sin trabajo, y tendrían que buscar otra profesión, y quizás hasta serían sanitarios, policías, médicos, farmacéuticos, albañiles o mil euristas, y entenderían que millonario no es el que más tiene… sino el que menos necesita.
Y que el dinero que tienen en el banco no se lo llevan a la tumba.
Y además, lo más importante que nos enseñó el coronavirus: lo único que no tiene precio, es estar vivos.