Año tras año miles de estudiantes de turismo egresan de sus universidades, la gran mayoría con expectativas altas sobre cuál será su profesión y el campo laboral donde se desempeñarán. Sucede que, erróneamente, muchos de estos jóvenes piensan que en su ciudad no obtendrán buenas oportunidades y por ello emigran a grandes ciudades turísticas a buscar «mejores» opciones.
Para cambiar esta mentalidad se debe comenzar con las escuelas donde se forman los estudiantes, estos centros educativos son los que deben generar un mayor sentido de pertenencia hacia la propia ciudad de residencia y con esto fomentar e impulsar el turismo local, sin importar si la ciudad es pequeña o grande o si recibe muchos o pocos turistas. Partiendo de esta base se debe desarrollar la valoración cultural, gastronómica e histórica de la comunidad, pueblo o ciudad local, así como el deseo por conocerla.
Para algunos es tan repetitiva, monótona y cotidiana la vida que no se dan cuenta de la belleza y atractividad que hay en su ciudad. Si no somos capaces de apreciar nuestra lugar de residencia, creeremos que no tenemos qué ofrecer. Creeremos que un turista no encontrará valía en visitarnos. La tarea que tenemos como turismólogos es empezar a mirar «con otros ojos» y sentirnos orgullosos de lo que tenemos, debemos ser embajadores turísticos de nuestra propia ciudad.
¿No te ha pasado que te vas de viaje y en ese lugar te topas con personas que se emocionan cuando se enteran de dónde eres y anhelan conocer tu país o ciudad? Es justo en ese momento que nos damos cuenta que la cotidianidad en la que vivimos, nos impide ver lo maravilloso del lugar que nos rodea.
Cuando decidimos dejar nuestra zona de confort y salimos a conocer otros lugares nacionales o internacionales, se produce un choque cultural que nos hace ser conscientes de lo que somos y lo que tenemos comparado con lo que tiene y es «el otro», cuando esto ocurre nos damos cuenta de lo valioso que es nuestro territorio, sus riquezas culturales y naturales, su gente y cada pequeña cosa. Sólo así podemos sentirnos orgullosos de lo nuestro.
Ser embajadores turísticos implica conocer nuestra cultura, la historia, el folclor, nuestras fiestas, nuestras tradiciones, ideas y costumbres, generar nacionalismo antes que patriotismo, sentir en la piel y en el corazón los colores de nuestra bandera… solo valorando lo que somos es como podremos hacer que otros lo valoren, solo así tendremos turistas felices de venir a nuestro destino.
Para ser buenos embajadores turísticos debemos sentirnos privilegiados del lugar donde vivimos, de nuestra esencia; presumir cada uno de los elementos que conforman nuestra cultura, las personas con las que convivimos, las calles que caminamos, los negocios donde hacemos nuestras compras, el transporte en el que nos movemos, los alimentos que consumimos, las tradiciones que celebramos, los paisajes que tenemos oportunidad de disfrutar y la historia y arquitectura que nos da identidad.
Una vez que entendamos esto, comenzaremos a apreciar cada rincón de nuestras calles, cada detalle, cada acción de las personas, comenzaremos a amar los días soleados, los días lluviosos, los días raros; amaremos aquella señora que vende quesadillas, aquél señor que arregla zapatos, a esos niños que juegan en las calles como si no hubiera un mañana…
Es así como nos damos cuenta del compromiso que tenemos como turismólogos: “ser embajadores turísticos de nuestra propia ciudad”. Es nuestra responsabilidad hacer que cada persona que visite nuestra ciudad se enamore de ella y quiera regresar.
Mi consejo para estudiantes y egresados de esta hermosa carrera de turismo es que miremos lo que nos rodea desde una nueva perspectiva. Un ejercicio básico es que cuando salgamos la calle, además de enfocar nuestra mirada en lo que hay delante de nosotros, volteemos hacia arriba. Les aseguro que observarán detalles que no sabían que estaban ahí y querrán inmediatamente sacar su celular para fotografiarlos, grabarlos y presumirlos con orgullo.