Hoy, como en muchos días de la cuarentena, estaba extrañando viajar. Evidentemente sentía nostalgia del avión, el mar, el pasaporte y toda esa presión de los itinerarios, pero al comentarlo con unas amigas, ellas me recordaron los viajes más relajados que solíamos hacer a Tepoztlán o a Tequila. Esas idas que salían los viernes después de la universidad, con muy bajo presupuesto y muy poca planeación, a los bellísimos Pueblos Mágicos.
Tenía ya un rato que no pensaba en ellos y con buena razón.
El programa de Pueblos Mágicos fue creado por SECTUR en 2001 con la finalidad de ofrecer un producto turístico distinto a los viajeros, ya que, si bien las playas de México son envidiadas por el resto del mundo, el país tiene MUCHO más que ofrecer. La idea era resaltar la riqueza y singularidad de cada región del país, a través de su arquitectura, gastronomía, cultura y cotidianidad. Hay de todo y para todos. Gracias a que están repartidos por toda la República, hay una variedad amplísima de oferta turística entre uno y otro.
La razón por la cual ya no había escuchado nada de este programa es que al desaparecer PROMÉXICO, se le dejó de prestar el foco que tenía. Esto no quiere decir que desapareció, pero sí se encuentra en un estado indefinido, ya que, aunque no fue terminado, tampoco recibe presupuesto (federal) desde el 2018.
Esto por un momento me pareció triste, pero también veo una gran área de oportunidad aquí.
Como casi todo en esta vida, el programa no era perfecto. Hubo mucha controversia respecto a cómo se manejaban los beneficios y presupuestos de los pueblos incluidos en él.
Por ejemplo, la idea era que un pueblo al entrar en este programa, se le asignaba un presupuesto para mejorar la infraestructura y poder ofrecer un mejor producto turístico. Así pues, se renovaban las vías de acceso, se daba mantenimiento a los principales edificios y monumentos que tuviera el pueblo y apoyos para la creación de restaurantes y hoteles. La cuestión es que la iniciativa tomó auge y creció muy rápido. Tanto que al final llegaron a estar 132 pueblos en esta lista, donde había una clara diferencia entre unos y otros. El problema es que nunca se nivelaron los estándares para medir la oferta entre un pueblo y otro. Y si bien durante un tiempo se puso de moda viajar a ellos, la atención era dirigida a los más comerciales y (al final) más estructurados. Tal es el caso de Taxco, Tequisquiapan, Tequila, Real de Catorce y Bacalar. Dejando de lado los más pequeños. Un poco por falta de promoción, pero también por falta de preparación para recibir viajeros.
Aquí es donde yo veo una oportunidad para:
- Reactivar la economía volviendo a viajar; y
- Dar a conocer más y más destinos en el país
Creo que muchos de los que hemos estudiado turismo, tenemos la idea de ayudar a que el turismo del país crezca, pero (casi) siempre queremos ir a los destinos más grandes y concurridos; por lo que me parece el momento justo de emprender en los pueblos mágicos.
Al final si están de acuerdo o no en que se hiciera todo este programa, algo innegable es que “magia” es algo que le sobra a México, por muy cursi que suene.
Como prestadores de servicios debemos buscar maneras de generar empleos y flujo de divisas para estos lugares. Hay mucha riqueza que merece ser más y más conocida, repartida en todos estos pueblos, que a su vez están por todas las regiones del país. En ellos hay actividades que van desde lo extremo, hasta lo cultural y al descanso. A veces todo en uno. ¡Hay tanto por aprovechar y dar a conocer al mundo!
Y como turistas, perderle el miedo a viajar. La nueva normalidad es algo con lo que tenemos que aprender a convivir. Por supuesto que la idea no es exponernos haciendo viajes larguísimos al extranjero, pero podemos empezar por conocer nuestro propio país. Comenzar por nuestro estado. Lo más probable es que una gran experiencia te espere en uno de estos pueblos mágicos, y lo más seguro es que esté a tan solo una o dos horas de distancia.
Todo está en tomar carretera y descubrir todo lo mágico que tiene México, de pueblito en pueblito.