Los 24 años de Federico, su sana alimentación, el ejercicio físico y la vida saludable que llevaba se apreciaba en la figura que exhibía cada mañana: en la playa, en el borde la alberca o en el teatro del resort donde trabajaba.
A las seis de la mañana, Federico ya estaba en la playa listo para atender a los grupos de mañaneros que venían por yoga, caminata o aeróbicos frente al mar; los huéspedes lo buscaban para recibir desde consejos, sugerencias o directamente la clase gratuita de la que él se encargaba de martes a domingo desde hace un par de años.
A media mañana, Federico al borde de la alberca en pantaloneta y sin camiseta, alentaba a las personas de la piscina para hacer los ejercicios que acompañados de música electrónica hacían parte de su clase de aeróbicos y antes del mediodía él mismo se metía al agua para hacer ejercicios con personas mayores en una suerte de ejercicios de bajo impacto.
La tarde habitualmente era para descansar aunque en época de lluvias Federico organizaba a grupos de niños para pintar, dibujar o para juegos bajo techo donde la actividad física primaba.
A las nueve de la noche, supuestamente cuando los huéspedes ya habían cenado, comenzaba el espectáculo en el teatro del resort donde junto con otros artistas, magos y comediantes, Federico se encargaba de hacer que las señoras con o sin marido aprendieran a bailar, salsa, cumbia o bachata y era esa parte de su jornada laboral la que le causaba ciertas dificultades. Más de una vez asociaron a Federico con un trato diferente que le dispensaban las huéspedes solteras, viudas y algunas casadas con quienes el muchacho había probado algunos pasos de bachata en el evento de la noche.
Lo que para muchos de los empleados eran solo chismes, para otros eran verdades porque había testigos que afirmaban haber visto en la playa a la medianoche a Federico con una viuda alemana rubia a una distancia ni prudencial ni respetuosa debida a una clienta. También había testigos que podían certificar que Federico estuvo varias noches en el bar del hotel acompañando a una ejecutiva francesa con la cual bebía del mismo vaso y sonreía muy distendido hasta que a las dos de la mañana ambos salieron con el mismo rumbo.
Un guarda del portón de ingreso le dijo al cocinero y el cocinero al jardinero y el jardinero a una camarera que, una noche Federico salió del resort a bordo de su moto con una huésped inglesa que le triplicaba la edad y que no volvieron hasta que su turno concluyó a las cinco de la madrugada.
En resumen, era un hecho que Federico tenía un expediente que en algún momento pudo ser conocido por los ejecutivos y gerentes del resort pero que, debido a su popularidad y su gran trabajo, ninguna acción se había tomado en su contra.
Desde los tres bloques de habitaciones del resort se podía ver la piscina principal y la playa. Sin importar que fuera desde el bloque azul, el verde o el rosa, una muchacha morena de unos 22 años de edad hacía pausas breves en la limpieza de las habitaciones para, aunque sea a la distancia, ver a Federico haciendo ejercicios y animando a los huéspedes. Ella nunca lo vio bailar en el teatro porque a la 9 de la noche ella ya estaba fuera de las instalaciones hoteleras y por ello el dicho le calzaba muy bien: “Ojos que no ven, corazón que no siente”. Sin embargo, cada vez que en el comedor de empleados ella oía de las aventuras achacadas a Federico, algo en el estómago y en el corazón le brincaba quitándole aire, tranquilidad e ilusión.
Una mañana, un señor portugués encontró a la muchacha haciendo la habitación. Él venía de hacer ejercicios en la alberca y entrando a su habitación se dio cuenta que el celular que tenía no estaba en su bolsillo; se había quedado cerca de una silla playera y pidió gentilmente a la mucama que lo trajera. Aunque no debía hacerlo, la chica aceptó el encargo y encontró el celular en el mismo momento en que Federico terminaba su clase dentro de la piscina. Ambos cruzaron miradas a menos de dos metros de distancia uno del otro y en sus ojos una chispa se encendió. Ella sonrió pero no pudo mantener la vista fija y de una manera dulce y llena de vergüenza, bajó la mirada mientras que Federico seguía viéndola con una sonrisa a flor de labios.
Desde el día del encuentro en la piscina, la mucama y el animador turístico pensaron mutuamente, el uno en el otro y noche tras noche, ella desde su casa y él al terminar el show del teatro; ellos se quedaban meditando, él con la mirada de ella y ella con la sonrisa de él, lo que seguía después de muchos minutos era cerrar los ojos para dormir cada noche.
Un día, una turista holandesa, muy alta y muy fuerte quedó encantada con Federico mientras se rozaban en la bachata y le propuso al muchacho salir juntos de paseo a la medianoche. Acordaron verse en la playa y cuando Federico llegó a la cita, la mujer ya se había tomado como cinco margaritas y fumaba algo de fuerte olor. Con un beso en la boca se saludaron y a Federico no le gustó el beso por el aroma que le quedó impregnado en el rostro. Ella sacó de su bolsa playera unas pastillas anaranjadas y le ofreció una al chico quien la rechazó y luego siguió rechazando otro beso, una propuesta más con una pastilla celeste y la invitación al cuarto de la mujer. Ella quedó enfurecida porque ante la evidente belleza que le salía hasta por los poros, nadie, nunca y en ningún lugar la había rechazado.
Al día siguiente y antes de la clase en la piscina, llamaron a Federico de la gerencia general para despedirlo pues una turista holandesa lo acusó de agresión física y verbal estando él supuestamente alcoholizado y muy posiblemente bajo la influencia de drogas según la denunciante.
En menos de quince minutos Federico recogió todas sus pertenencias y la furgoneta de transfers del resort lo llevó a la estación de buses del pueblo cercano y desde allí el muchacho regresó a la ciudad.
Pasaron algunas noches y Federico comenzó a extrañar el ritmo de vida de tuvo durante los pasados dos años pero también empezó a extrañar la mirada de esa mucama que apenas vio una linda mañana llena de sol cerca de la alberca. Mientras pensaba en ella suspiró y al mismo tiempo se dio cuenta que de su camiseta, que resaltaba los músculos de sus pectorales, deltoides y brazos, colgaba un hilo rojo que arrancó tirando de él.
En el pueblo cercano al resort la mucama estaba triste. Supo del despido del animador turístico al día siguiente de los hechos y desde ese momento su corazón sintió la tristeza más parecida a la que se siente cuando alguien muy cercano fallece. Mirando al cielo estrellado pidió un deseo: volver a encontrar a Federico. Antes de entrar a su humilde casa, se dio cuenta que de la blusa que llevaba puesta, pendía un hilo rojo de alguna costura mal terminada y lo arrancó.