Un día decidiste irte. No sabías por cuánto ni a qué. O quizás ni lo decidiste, simplemente te fuiste. O puede que la tenías reclara. Y te cargaste en la mochila el plan y un montón de respuestas. O un millón de preguntas y tu caja de herramientas.
Dejaste todo.
Consciente o inconscientemente, dejaste a tu gente.
Encontraste paisajes increíbles, personas mágicas y experiencias nuevas. Cultura y momentos fuertes por enfrentar. Te rodean nuevos idiomas. Laburos y mudanzas. Escuchas historias en cada andanza. Se abre un mundo de posibilidades, una constante de decisiones a tomar y las decisiones son difíciles, el no plan, la incertidumbre, el plan.
Como seres sociales, las conexiones influyen profundamente al conectar con personas nuevas, creencias, energías y hábitos. Esto facilita el proceso que estás viviendo con este cambio. Pestañaste y estás conviviendo con ese amigo que conociste hace cinco minutos, el mismo que en la próxima respiración ya es tu hermano, porque se maneja otra intensidad, porque uno se vincula desde lo importante y nada más. Porque gobierna la empatía y los prejuicios dejan de tener tanto poder en ti, en tu vida. En una de esas te enamoras; te ilusionas. Te desenamoras; te decepcionas. Te desconoces y te vuelves a reconocer. Pero seguro aprendes.
Allá a lo lejos, se piensa que estás en un cumpleaños y hasta en el mejor cumpleaños se puede cortar la luz.
Tienes unas ganas de que llegue el momento en que un animador se acerque a decirte “a ponerse las zapas que los vinieron a buscar” pero no, acá te salvas tú.
Empieza el desafío; todo recurso conocido ya no está. Es el momento de crear otros. De usar esa caja de herramientas, que te juro, está más cargada que cuando emprendiste el viaje. Solo queda reaprender a usarla. Y junto con el máster en desapego que venías cursando, empieza el autoconocimiento, el verdadero descubrimiento de lo que eres capaz.
¿De qué quieres, qué puedes y qué te mereces?
Las contradicciones, los cambios, el debate constante entre instalarse o seguir conociendo; entre la pseudo estabilidad y la adrenalina aventurera. La magia de las primeras veces y el deseo de la eternidad. El aprender a vivir el presente y lidiar con la ansiedad.
Pero después de encontrar un tipo de adaptación y ser resistente a la resiliencia que esto origina, empiezas a tomar lo que mejor te funciona a ti. Desde que te levantas hasta que te acuestas, eliges cómo vivir. Comenzaste a ponerte límites y prioridades, ya no es opción, es una parte fundamental de tus días que van direccionados a tu estilo de vida que no todos comprenden o no todos desean, pero reconoces que existen otras formas de vivir y elegirlas puede mejorar tu vida. Tu visión como viajero empieza a tomar otra perspectiva, sigues moldeándote como ser humano.
Es nutrirse diariamente. Es crecer.
Volverse rico de experiencias es perderse y encontrarse.
Y no es todo rosa, ni gris, es la paleta completa, porque a fin de cuentas, estás viajando y estás viviendo.