Cuando hablamos de los inicios de la cartografía, el griego Ptolomeo fue el pionero en crear un mapamundi que no solo abarcaba el mundo conocido, sino también áreas proyectadas. Eso sí, el trabajo donde destacó parte de su vida lo hizo mediante descripciones escritas. Es por eso que para redactar su obra «Geografía», sentó bases en investigaciones de matemáticas recién conocidas para la época: geometría y física; además de agregar su observación en primera persona, él mismo trazó coordenadas, asignó medidas y ubicaciones. Luego, muchos siglos más tarde, cuando el Imperio Romano se desmoronaba, en Bizancio, distintos exploradores tomaron su libro y comenzaron a delinear un mapa con líneas y dibujos basados en lo que leían de aquel texto.
Los viajes no son solo desplazamientos, sino también actos de enunciación. Muchos expedicionarios, a lo largo de la historia, se lanzan a tierras y mares inexplorados donde llegan y nombran; recorren el planeta mientras delinean el mundo.
Con el pasar de los años y culturas, la confección de los mapas tuvo una constante evolución acerca de lo desconocido. Lo que antes era puro espacio comenzó a impregnarse de tiempo y experiencias. Por eso son tan interesantes de leer, porque narran una historia a través de la aparente correspondencia entre el globo y su representación, al igual que ocurre con las cosas y las palabras.
Si vemos en retrospectiva, el científico Alfred Korzybski fue quien afirmó que el mapa no es el territorio, y su declaración tuvo la contundencia de lo que está a la vista a día de hoy. Hay quienes creen que no podemos conocer aquello que no atravesamos sino como experiencia directa; desconfiando de los mapas y aferrándose al camino propio.
Durante siglos, los relatos de desplazamientos fueron los únicos que narraron el espacio que habitamos, hasta que se atrevieron a proyectar una imagen total de lo observado. Mapa y recorrido son dos lenguajes distintos sobre el territorio. Mientras los relatos tenían la medida de las personas, los mapas cambiaron definitivamente aquel punto de vista: es por eso que ahora sentimos la necesidad de mirar desde arriba.
Es claro comprender que estas guías gráficas son hijas del tiempo. Cuando las civilizaciones medievales desempolvaron el tratado de Ptolomeo para su conocimiento, lo hicieron en pos de ofrecer una guía a los mercaderes. Los más prácticos y funcionales fueron los portulanos, que comprendía una colección de planos marítimos con información detallada de cada puerto con su instructivo. Sin embargo, el mundo se iba expandiendo a fuerza de nuevas exploraciones.
Llegado a este punto, tenemos que entender que cada paso que llevó a las personas más lejos de su procedencia también los alejó de la seguridad y les mostró la realidad de lo desconocido, recordándoles que sus temores seguían intactos.
Había todo un universo por representar. Y ahí estaban los cartógrafos, ocultando el miedo y las incertidumbres tras las imágenes.
Aunque las lagunas del conocimiento fueran muchas, en los mapas medievales no había espacios en blanco. Los pintores que se encargaban de esta tarea padecían una suerte de horror vacui, una sensación que se remonta aproximadamente tres siglos A.C., cuando Aristóteles miró alrededor y enunció una verdad que le pareció indiscutible: “el universo está lleno de cuerpos y la naturaleza aborrece el vacío”. Sin embargo, el miedo es prerrogativa de las personas, no de las cosas. Y el mundo medieval por aquel entonces era bastante particular.
Dos espacios concentraban todos los miedos: el Atlántico y el hemisferio Sur. A falta de datos, se fueron llenando con creencias ilusorias.
Liturgia, geografía y testimonios confluyen en estos planos, que eran muy poco funcionales para la navegación. En los siglos posteriores, los traslados se aventuraron al océano abierto, y se multiplicaron las cartas, los atlas y los globos terráqueos que intentaron representar el mundo a una velocidad hasta entonces desconocida. Afectados por la incertidumbre, los dibujantes no dejaban espacios en blanco, como si se sintieran obligados a llenar cada rincón.
Orbis Terrarum es un mapamundi creado por el holandés Petrus Plancius en 1590, de los más conocidos. Representa los continentes explorados hasta ese momento y fábula las regiones geográficas personificadas como mujeres.
Asia está sentada sobre un rinoceronte y envuelta en oro y joyas, representando la encarnación de las riquezas deseadas. África, apenas cubierta con un taparrabos, está rodeada de bestias salvajes. Perú, también ataviada con un taparrabos, tiene monedas de oro bajo sus pies, un puerto y un volcán. México tampoco tiene ropas; está tatuada y adornada con plumas y oro en su cuerpo. Lo protege un ejército con arcos y flechas. Magallánica por su parte, lleva una blusa y una falda larga; está sentada sobre un elefante y rodeada por toda una manada de predadores. Europa es la única que no se apoya en un animal. Está rodeada de libros, instrumentos musicales, armas y barcos listos para llevar la “civilización” al resto del globo.
Todo está ahí. No hay vacíos para el conocimiento humano o nuestra creatividad del inconsciente.
Referencias
- Cartógrafos destacados y sus mapas. Formación especializada en ingeniería y arquitectura. https://imasgal.com/cartografos-destacados-y-sus-mapas/
- ¿Cómo eran los viajes en la Edad Media? Laura Lara Martinez. https://www.muyinteresante.com/historia/36268.html#google_vignette
- Geography. Ptolomeo. Tu realidad es subjetiva. Juanjo Ramos. https://www.lavidapositiva.com/el-mapa-no-es-el-territorio/