En Biarritz (Francia), como en muchos otros lugares, se mantiene la leyenda cristiana según la cual nadie quiso dar posada a un vagabundo errante. Por fin el hombre encontró una casa en la que tuvieron a bien acogerle. Al día siguiente partió y comenzó a llover con tal fuerza que una inundación arrasó todas las casas, excepto la que lo había acogido. El vagabundo no era otro que el propio Cristo. La hospitalidad benedictina parte de una convicción muy similar: <<hay que acoger a todos como si fueran el Cristo>>.
La idea de acoger al extranjero porque puede ser la divinidad en forma humana era ya la base principal de la ξενία (xenia) griega: el concepto de hospitalidad y relación entre huésped y anfitrión. Se atribuye a Homero la frase “los extranjeros y los vagabundos son de Zeus”. El symbolon, un objeto partido en dos mitades, era uno de los emblemas de esa relación huésped – residente: el opuesto al symbolon griego era lo diabólico: etimológicamente, aquello que separa (Hopper y Millett, 2016; Palomar Vozmediano, 2016).
El término hospitalidad proviene del latín hospes que significa receptor, huésped, invitado, extranjero e incluso enemigo (de donde se derivaría hostil, por ejemplo). Chevalier de Jaucourt (1765; 2013) presenta una geografía histórica de la práctica de la hospitalidad, entendida como recibir a un foráneo sobre todo en la propia casa. La hospitalidad se ha definido por ser una virtud propia de las personas de alma elevada que cuidan al universo a través de las relaciones interpersonales. Ser hospitalario con otra persona significaba darle lo necesario para que se sintiera reconfortado del viaje y cómodo durante su estancia. Esto incluye alimentos y un lugar para descansar, pero también calor humano. Cita, como en varios lugares, las leyes de la hospitalidad pasaban por delante incluso de las leyes de la guerra. Las modernas leyes del comercio, que han unido a tantas naciones, han roto los lazos de benevolencia entre las personas. Derrida (2006) llega a decir que no hay cultura o vínculo social que no esté impregnado de hospitalidad.
Otra forma distinta de concebir la relación con el extranjero la encontramos en la novela histórica Guía para viajar en el tiempo a la Inglaterra Medieval. Un manual para todo el que visite el siglo XIV de Ian Mortimer:
<<Ningún objeto al que pueda ponerse precio se regala. Aun en el caso de que no seas un mercader, sino una persona que viaja por motivos privados, tal vez tengas que satisfacer la abnuda (una carga destinada a garantizar el buen estado defensivo de las murallas de la ciudad) y la gabela de pavimentación, obviamente concebida para reparar el empedrado de las calles. Por consiguiente, la cuota para cruzar el puente será solo uno de los muchos peajes que tendrás que pagar. Además, el hecho de que seas extranjero te privará de toda exención. Las ciudades que logran que se les otorgue un fuero tienden a pagar por la exención de tasas y aranceles. Si el señor que concede el privilegio es simplemente un miembro de la pequeña nobleza, el asunto no adquirirá vuelos dignos de mención. Ahora bien, si se trata de un aristócrata de peso, la exención puede hacerse extensiva al resto de las localidades sujetas a su autoridad. Y si el otorgante es el monarca, la dispensa se aplicará a todas las poblaciones que cuenten con una cédula real. Esto explica, por ejemplo, que un hombre libre de la plaza de York no pague portazgo alguno al entrar en los burgos regios que tienen costumbre de cobrar abnudas y gabelas de pavimentación a todo el que penetre en el municipio. Esta exoneración fiscal afecta a tantas regiones que el modo de enjugar los déficits pasa por exprimir a los forasteros como tú>> (p. 201).
Un poco más adelante, en la segunda mitad del siglo XVIII, empieza a popularizarse el vocablo «restaurante», el dueño de una casa de comidas cerca del actual Museo del Louvre, adaptó la cita bíblica: <<venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar>> (Mateo 11:28; dentro de la Bíblia) como “venite ad me omnes qui stomacho laboratis et ego vos restaurabo” (vengan a mí todos aquellos que sufren de dolor de estómago y yo los restauraré” (Andrews, 2017; Veschi, 2019).
El sector de la restauración en la hostelería, entonces, es muy cercano al de la restauración de obras artísticas: volver a poner en pie, a una persona o a una obra. La hospitalidad es, resulta evidente, inseparable del concepto de turismo. Dejaremos a parte las expectativas de intercambio mutuo que puede albergar el anfitrión: entretenimiento a base de historias o noticias de otras tierras, acumulación de capital xesimbólico. Sin embargo, sí que nos interesa mencionar que las ideas de mejora, crecimiento, recuperación, descanso o integración quedan englobadas dentro de la hospitalidad y el ocio, así como la sensación de seguridad.
Hemos visto brevemente tres ejemplos que por supuesto no agotan las formas en que la miríada de culturas alrededor del mundo han dado a la forma de procurar hospitalidad: quién es bienvenido, en qué forma, cuáles son las formas sociales que deben adoptarse, por cuánto tiempo, etc.
En la gestión tanto de destinos como de empresas turísticas es importante recordar desde qué motivación actuamos. Recordemos que en inglés el sector se llama «hospitality and tourism» (hospitalidad y turismo). La hospitalidad no es un bien de consumo, sino una actitud profundamente humana.
El momento presente requiere de cambios profundos en todas las esferas. Esto incluye plantearnos los valores, creencias y motivos reales que dan forma a nuestra acción como gestores a todos los niveles.
Bibliografía impresa
- Andrews, S. (2017). Textbook of food and beverage management. Mc Graw Hill India. Derrida, J. (2005). The Principle of Hospitality. Parallax, 11(1), 6–9.
- Mortimer, I. (2008; 2022). Guía para viajar a en el tiempo a la Inglaterra Medieval. Un manual para todo el que visite el siglo XIV. Madrid: Capitán Swing.