Ciudad de Buenos Aires, entre el gris y el asombro

Callejuela y Obelisco en Buenos Aires.

Lo que siento es que, al dormir, mis párpados ceden ante el peso de la rutina diaria agobiante. El andar incesante del “porteño” y las vías cargadas de “tacheros” – taxistas – y los colectivos vestidos de particular arte de fileteado – que agrego, es Patrimonio Cultural Intangible de la Humanidad por la Unesco – hacen de los pasajes adoquinados, con aires del medioevo, un sitio de refugio perfecto bajo la sombra y la humedad (típica de estas latitudes), de tanta congestión urbana. Así y todo, mis ojos perecen ante el sueño profundo mientras la Ciudad de Buenos Aires, con impronta vitalicia, rememora a través de sus luces los arrabales escondidos en la nueva metrópolis cosmopolita que es.

Quisiera permanecer despierto para interpretar mejor lo que fue y su metamorfosis. La ciudad que, ante los ojos de algunos ilustrados, ecléctica y gris se auto-percibe, se nos presenta y con la noche es distinta, y se vuelve más intrigante. Podría decir que siempre me gustó la nocturnidad y lo que conlleva – “la otra cara de la moneda” -: los noctámbulos, los rostros marchitos de la noche y lo que aquí llamamos, nada más y nada menos, “los antros”. No obstante, aquí, en la Ciudad de Buenos Aires y como en toda urbe cosmopolita, de noche, se duerme y los ruidos pasan a ser silenciosos.

En las primeras horas del amanecer, los edificios envejecidos de los barrios porteños crujen sus huesos y los bocinazos del tráfico reactivan la vitalidad de una ciudad pujante. Por lo general, dichos edificios tocan el cielo y son muy angostos. En los pasillos se impone el olor a café matutino, mezclado con el frito de las milanesas de ayer. Los ascensores como jaulas gigantes, con sus diseños ornamentados, nos muestran el vacío: dudamos en subir, pero hacerlo es parte de la rutina porteña. Siempre que pienso, así, a “Mi Buenos Aires Querido”1, el Tango rebrota en mi cabeza y resuena al son del amanecer, por dónde se asoma el sol en el horizonte y haciendo sombra al Obelisco.


Queridos lectores, como Técnico Superior en Turismo y Diplomado en la Ciudad de Buenos Aires, no puedo dejar de recomendarles esta bella composición de lo que, en su momento, se denominó como “Tango Nuevo” – arte puro – del compositor y músico de tango argentino Astor Piazzolla: “Libertango” (1.947). Esta pieza musical, como otras tantas huellas, alegorías, mitos, historias y características, son parte de la identidad porteña. Sólo con escucharla nos transportaremos a otros años: años de una “ciudad gris”…  

No quería resultar redundante pero, al escribirles sobre esta bella ciudad, hay mucho y no basta una simple carta de presentación. La Ciudad de Buenos Aires, en realidad, se presenta sola: así de diversa, inclusiva, particular, ecléctica, mágica, antigua y a la vez moderna, con marcas firmes de un pasado latente. Cada barrio porteño tiene y brilla por propia magia, sólo hay que acercarse a conocerlos y, si es posible, realizar una estancia – aunque mínima – propicia pero nunca suficiente.  

Pero como les mencioné – arriba – esto es un aire de presentación de mi querida ciudad. Es un primer paso y espero sea de su agrado. Todavía hay mucho que contar, que transmitir y compartir: una ciudad que surge del barroso lecho del Río de la Plata, dándole la espalda en un pudor despiadado y dónde las fábulas españolas se acrecentaron junto a ella, en el mito de las “sierras de plata” – camino obligado a la ciudad sagrada de oro de aquel Virreynato del Perú – hasta el gris pesado de sus edificaciones particulares que la convierten en la maravilla de un museo a cielo abierto, entre las historias sociales, la teatralidad, el fútbol y los arrabales porteños del tango y el cabaré…

Referencias

  1. Carlos Gardel (1934), Canción: “Mi Buenos Aires Querido”.
Lionel María Piacentini Oliva: 🇦🇷
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