Comenzar a escribir éstas líneas no es fácil, ya que son muchas las emociones que me invaden por tan magnífica experiencia y, por otro lado está la duda de si éste relato pueda lograr hacer sentir en ustedes lo que ese viaje significó para mí, el que indudablemente jamás olvidaré.
Ya sabiendo que había sido felizmente escogido para participar de un tour gastronómico en Lima, y en la medida que se acercaba el gran día para partir, estuve meditando respecto a mi relación con los aviones que, hasta ese entonces y por una experiencia previa, me causaban terror. Quizá muchos de ustedes ya han tenido la oportunidad de volar, pero para los que aún no la tienen, les puedo asegurar que es magnífico ver desde más de 3 mil metros de altura, lo grandioso, bello y frágil que es nuestro mundo; ahí comprendí que si el ser humano es capaz de hacer cosas maravillosas como elevar un “pájaro de fierro”, es capaz también de salvar nuestro agónico planeta… ¿o no?
Aturdido, no lograba dimensionar la maravillosa oportunidad que tuve de poder impregnarme de colores, olores y sabores de un país amable y sencillo, pero por sobre todo, multimillonario en riqueza cultural.
Luego de haber superado sin problemas mi primera prueba en el vuelo desde Puerto Montt a Santiago de Chile, me encontraba nuevamente esperando el otro que me llevaría a tierras incaicas; casi sin darme cuenta y siendo las 04.55 del miércoles 24 de julio despegaba hacia lo inimaginable y, mientras el avión alcanzaba altitud y se alejaba de Chile, un nudo en la garganta junto a fuertes latidos de corazón me auguraban una experiencia absolutamente hermosa.
Un sencillo desayuno y un amanecer asombroso desde el aire, me daban al fin la bienvenida a cielos peruanos; una antesala perfectamente divina para todo lo que venía por delante. Entre algunas nubes y casi a punto de aterrizar, eran perfectamente visibles algunos buques “custodiando” la costa y, mientras el reloj indicaba las 08.30 aterrizaba felizmente en el aeropuerto Internacional Jorge Chávez.
Al bajar me sentía como un niño, no tenía palabras y mi corazón latía “a full”; ya era real, frente a mis ojos esperaba por mí un país maravilloso y lleno de sorpresas. Junto a ello, y agregando más emoción, se sumaba el numeroso tránsito de delegaciones deportivas que llegaban para participar de los Juegos Panamericanos que pronto se daban por inaugurados.
Al cabo de unas 3 horas de trayecto en el bus que dispuso el equipo organizador del fam press (Patronato Gastronómico del Perú), llegábamos al Balneario Punta Negra. Un rugiente mar abrazaba sus extensas y solitarias playas de arenas blancas, otorgando simple, pero estupendamente, una eterna sensación de calma y acogida.
Como ese día no estaba contemplado el inicio de los tours y, por supuesto tampoco el almuerzo, había que comenzar a probar la rica comida peruana. Fue así que caminando a pocas cuadras del hospedaje, llegué al restaurante típico “El Pez Dorado“. Lugar muy sencillo, pero limpio y bien distribuido. Para quienes han tenido la oportunidad de recorrer el norte de nuestro Chile, éste lugar es muy similar a los que hay por ejemplo, en Antofagasta.
Luego de unos minutos de dudas, preguntas, cuestionamientos respecto a qué comer (y considerando que un menú son 2 platos), me decidí por los deliciosos “Ají de Gallina” y “Sopa de Pollo”. Olores, texturas y sabores que no podría describir en éstas líneas, pero sí puedo recomendar absolutamente que las prueben cuando visiten estas tierras…porque no es lo mismo comerlas en otro país que no sea el Perú.
Mientras desempacaba mi maleta y “peleaba” con mi activación de Roaming no me percaté que ya había llegado la hora de inicio al cóctel de bienvenida. Rápidamente bajé para recibir cariñosamente un sándwich tapadito junto a un refrescante vaso de la deliciosa bebida nacional “Inca Kola“, mientras el presidente del Patronato, Marco Sánchez dirigía algunas palabras. Ya a ese entonces se hacía tarde por lo que luego de unas breves y tímidas conversaciones, decidí ir a descansar para muy temprano el jueves comenzar con la tan esperada aventura en tierras incaicas.
Un día especial y cargado de emociones comenzaba cuando el reloj marcaba las 06.30 y con el bus partiendo al histórico Puerto de Callao. Un recorrido de aproximadamente 58 kilómetros (sentido sur/norte), por la carretera Panamericana Sur, la que a su vez empalma en gran parte con la Ruta 1S.
Al llegar, una comitiva municipal y diversas autoridades encabezadas por el Gerente de Educación, Cultura y Turismo del Callao, Miguel Arrese Mattos, nos daban en el Centro Cultural Juvenil, una emotiva bienvenida a algo más que un puerto comercial, ya que Callao es sin duda un lugar que goza de alto potencial turístico tanto por su arquitectura, como por su valioso legado histórico.
Al salir nos sorprendían música, desfiles, escenarios y colores rojo y blanco por todos lados, adornaban y le daban vida a las calles, puesto que el Perú estaba preparándose para festejar sus fiestas patrias. Todo ese maravilloso ambiente acompañaba a una de las primeras paradas obligadas de ese tour; desayunar un exquisito sándwich de pejerrey con cebolla morada en el típico e histórico Restaurante Rovira, de auténtica tradición “Chalaca” (dicho sea de paso, absolutamente recomendable).
En lo personal, creo que no estaba preparado para el siguiente lugar a visitar; y es que ese lugar guardaba parte de una historia conjunta entre naciones que jamás debieron distanciarse; esa parte de la historia que siendo niños, los libros y profesores te inculcan a su antojo. Era enfrentarse a una versión totalmente opuesta a la conocida, pero que a pesar de ello no tiene grandes matices y, por si fuera poco cuentan con mucho cariño y respeto; me refiero precisamente al espacio valiosamente reservado que recuerda la Guerra del Pacífico en el Museo Naval del Perú.
Al entrar ya mis emociones estaban a flor de piel, porque inconscientemente sabía que me reencontraría con aquello que ha marcado generaciones; aquello que sin sentido nos ha hecho olvidar nuestra esencia humana y de lealtad entre pueblos hermanos que asombrosamente tienen mucho en común…más de lo que creen y, por supuesto hasta ese día yo mismo creía. Nosotros estúpidamente decimos que “ganamos”, ellos sin embargo dicen “lucharon con honor”, pero a pesar de que ambos países nos quedamos con algo del otro, lo cierto es que jamás debió suceder. Hoy después de aquella magnífica experiencia, estoy convencido de que tan sólo somos “hermanos peleados” que en algún momento (ojalá pronto) hagan definitivamente las paces.
Una interesante caminata por sus calles llenas de cultura y colores; un divertidísimo city tour en un bus turístico de dos pisos y sin techo que en algunos momentos nos obligaba a agacharnos para evitar golpear nuestras cabezas con los cables de las calles; un exquisito y contundente almuerzo buffet en el Restaurante Challwa ubicado en malecón pardo; una honrosa invitación para cubrir y presenciar la llegada de la antorcha olímpica que daba inicio a los Juegos Panamericanos Lima 2019 en la magnífica Fortaleza Militar Real Felipe y, una merecida parada en el fascinante bohemio sector de Barranco, marcaban el fin de un día absoluta, completa e indudablemente inolvidable.
De regreso en el bus hacia nuestro destino de descanso en Punta Negra, mis ojos brillaban recordando lo vivido. Soy un convencido de que cuando las experiencias exploran cada sentido de nuestro ser, perduran eternamente no sólo en lo superficial, sino que en lo más profundo de nuestros corazones.
Este relato recién comienza, ya que ésta, es la primera parte de la maravillosa aventura que Dios y el destino me permitieron vivir.