Me gusta pensar en el turismo como una manera de conocer físicamente la historia de un lugar. Por mínima e insignificante que sea, siempre hay algo que contar.
Hoy les traigo una historia que trasciende la ficción, en un lugar remoto de la provincia de Buenos Aires, Argentina:
Villa Epecuén era, o es, en nuestra memoria, un pueblo ubicado a unos 500 kms. de la vibrante capital del país. Hoy es hogar de cientos de árboles muertos, casas en ruinas, hoteles destrozados y un gran relato para contar.
A mediados de los años 70, el pueblo gozaba de gran cantidad de visitantes y de todo lo que un sitio en pleno auge necesita: veranos colmados de turistas. Su principal atractivo, el Lago Epecuén, con una salinidad similar al famoso Mar Muerto, fue centro de atención de turistas en búsqueda del llamado “turismo de salud”: se decía que sus aguas termales ayudaban a mejorar la calidad de vida de personas enfermas.
Epecuén era la última parada del sistema de lagunas encadenadas del oeste, creado con la idea de que ninguna se seque ni corra riesgo de inundación. No fue hasta 1978 que Buenos Aires padeció una de las peores inundaciones de la historia y las crecidas de las lagunas precedentes comenzaron a afectar fuertemente a ésta última.
Para evitar que el agua irrumpiera la vida de los residentes, en el año 1980 se construyó una muralla artificial y temporaria de un metro de altura, más el agua no cedió su desarrollo. Para 1985 la muralla estaba cuatro veces más arriba que en su inicio.
Una fuerte lluvia bastó para que ese mismo año el sistema se desborde. El agua comenzó a entrar en la historia.
Podemos culpar a la naturaleza, o al mal manejo y total desligamiento de un estado golpeado, pero, en fin, nada pudo sostener lo inexorable: en la madrugada del 10 de noviembre de 1985, Epecuén se cubrió lenta y paulatinamente de agua tapando hogares, historias y la vida de un pequeño pueblo que quería prosperar.
Dos décadas más tarde, el agua descendió y dejó al descubierto las paredes, los ladrillos, las columnas, lo que alguna vez fueron hogares e historias de aproximadamente 1500 personas.
En la actualidad nos encontramos con un verdadero pueblo fantasma, un lugar donde sólo se escucha el viento y el paso de algunos turistas que visitan este centro histórico nacional. El cual, además, cuenta con una Eco-playa de aguas termales donde se reúne la mayor cantidad de visitantes.
Un paraíso para cualquier amante de la fotografía, perdido en un rincón de la provincia y en la memoria de alguien que casualmente escuchó de él. El pueblo de Epecuén hoy se alimenta con su historia.
En la Villa quedó un único habitante junto con su bicicleta, Don Pablo Novak; aún palpita las calles que alguna vez fueron el pueblo. Siempre dispuesto a compartir mates e historias con cualquier periodista, turista o curioso que visite Epecuén, fue declarado Embajador cultural y turístico en su cumpleaños número 90.