De Santiago de Compostela a Londres en autobús…

Fotografía a bordo del autobús / Tomada por José María Filgueiras

Este nuevo viaje que comparto con ustedes inició con mucha tristeza, despidiéndome de mi familia en casa y luego en la Estación de Autobuses de Santiago, como el emigrante que soy. La borrasca Herminia acababa de recorrer una amplia zona de Europa y el día tenía una tonalidad gris oscuro, acompañada a veces de fuertes rachas de lluvia y viento. Así salimos de Galicia y entramos en Asturias, disfrutando los paisajes de estas dos hermosas regiones. Recuerdo en especial las llanuras costeras de la Mariña lucense y los primeros pueblos asturianos, con el encabritado mar bien visible desde la autopista, así como el comienzo de los Picos de Europa.

Luego vinieron los panoramas de Cantabria y su capital, Santander, que, quizá por la hora en que llegamos, nos ofreció una imagen de ciudad ajetreada, con atascos, algo que contrasta con la tranquilidad que se suele respirar allí. Poco después cayó la noche, y comencé a dormitar. Pude ver algo de las luces de Bilbao, una potente ciudad industrial, y alguna postal nocturna de San Sebastián, pero poco más puedo contar. Una revisión en la frontera y, salvo dos o tres de esos despertares de autobús, debidos, por ejemplo, a un frenazo o una maniobra algo brusca, prácticamente me desperté en París.

En el bus se oían un montón de idiomas: mucha gente hablaba portugués, ya que el viaje se había iniciado en Oporto. Se escuchaba también a varias personas hablando lo que a mí me sonaba como ruso, pero también conversaciones en alemán y francés (una mujer sentada cerca de mí habló y mandó audios con mucha soltura en estos tres lenguajes). También había otro grupo de personas que hablaban lo que llamaré, y suplico se disculpe mi ignorancia, algún idioma africano. Era un grupo muy grande, con mujeres, niños y hombres, que parecían viajar juntos.

Mi compañero de asiento era un miembro de este grupo: conversaba seguido en su lenguaje con alguien a dos lugares de distancia, pero también lo escuché hablar con otras personas en francés y en portugués –así platicamos en algunas ocasiones. Poca gente hablaba español además de mí, como una anciana que subió en Oviedo y dos o tres jóvenes con acento hispanoamericano. Un par de veces, cuando la chofer portuguesa daba indicaciones, se oyó una voz que decía “English, please”.

Hago referencia a los idiomas para resaltar lo que más llamó mi atención durante esta parte del viaje: la multiculturalidad de la Europa actual y, muy relacionado con esto, el tema de la migración. Ambos asuntos son tremendamente complejos y se hallan repletos de luces y de sombras, por lo que deben estudiarse en profundidad si se pretende decir algo interesante. Debido a ello, no intentaría ni siquiera comenzar a debatirlos aquí. Me basta con dejar señalado lo mucho que me hicieron reflexionar durante este recorrido.

Debía esperar unas cinco horas en París hasta el siguiente bus. Estaba muy animado y me puse a caminar (eso sí, con mochila y maleta) por los alrededores de la terminal de Bercy. Grabé algún video y tomé fotos para Instagram en un puente peatonal sobre el río, también al lado del Accor Arena, y me metí en dos cafeterías, una con pinta de que si voy un siglo atrás podría haberme topado con todo el grupo de los surrealistas, y la otra en plena Cinémathèque Française. Cuando, a la una y media de la tarde, tomé el bus a Londres, tenía la sensación de haber disfrutado de una experiencia parisina muy compacta pero bastante satisfactoria. Nada de Louvre o de Torre Eiffel (a la que ni siquiera puede ver de lejos), pero sí paseos por hermosas calles y cafecitos en sitios carismáticos. Luego, el viaje hasta el puerto de Calais, que en general discurre por zonas de campos aparentemente agrícolas, pero hacia el final va pareciéndose más y más al escenario de una película sobre la Segunda Guerra Mundial.

Las operaciones de embarque en el ferry comenzaron después de los siempre engorrosos trámites fronterizos en el puerto de Calais. Realmente, resulta impresionante ver cómo llenan las múltiples cubiertas del barco con carros, camiones y autobuses. El nuestro se quedó en la cubierta 5, prácticamente pegado a otros vehículos, mientras los viajeros subíamos a las plantas más elevadas, donde se pueden encontrar servicios de cambio de divisas, una tienda libre de impuestos, sala de juegos y muchas mesas y asientos cómodos para relajarse mientras el barco cruza el canal de La Mancha, en un trayecto que dura alrededor de hora y media. A pesar de que el tiempo estaba ventoso y con rachas de lluvia, el viaje fue muy agradable, prácticamente sin movimiento. La noche había caído, y por ello me perdí la célebre vista de los blancos acantilados de Dover, lo cual me dolió.

En la carretera a Londres ya pude apreciar lo diferente que es Reino Unido. De entrada, llama mucho la atención que se maneje por la izquierda. Esta vez me di cuenta cuando el conductor se metió por una rotonda en aparente sentido contrario. Pensé: “¿Pero qué hace este zumbado?”, y enseguida me di cuenta de que estábamos en Inglaterra, donde todo el mundo conduce así. La Unión Europea se ve homogénea en muchas cosas, tanto en los aspectos trascendentales como en los más cotidianos, comenzando por las impopulares tapas atadas de las botellas de PET, pero el Reino Unido, supongo que mucho más tras el Brexit, se aferra a sus elementos más diferenciales.

Londres es una ciudad que me gusta mucho y por muchas razones, comenzando por el hecho de que combina muy bien lo viejo con lo nuevo. En Londres, además, siempre se siente altísimo eso que los expertos en marcas de lugar llaman el pulso de una ciudad. Incluso un recorrido tan breve como el que hizo nuestro autobús para llegar a Victoria Coach Station sirvió para confirmar esta apreciación.

Dormí en Pimlico, en una de esas calles desarrolladas por Thomas Cubbitt a mediados del siglo XIX y que hoy día, merced al impacto del turismo, se han convertido en un hervidero de hoteles y Airbnb. Aunque la habitación era tan pequeña que recordaba a un hotel cápsula japonés, el descanso me sentó muy bien, porque mi viaje no acababa en Londres….

José María Filgueiras Nodar: 🇪🇸 🇲🇽 Soy Licenciado y Doctor en Filosofía, con un Master en Administración y Dirección de Empresas. Trabajo como Profesor-Investigador en la Universidad del Mar (Huatulco, Oaxaca), donde doy clases de Mercadotecnia General y Turística desde 2007, además de dirigir el Instituto de investigación de Turismo.
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