El mes de julio de 2021 pasará a la historia como el del nacimiento del turismo espacial suborbital. Nacimiento que se ha llevado a cabo en lo que podríamos llamar un doble parto: el día 11 se produjo el primer vuelo de Virgin Galactic, y el 20 le correspondió el turno a Blue Origin. En ambos casos, los dueños de estas empresas, los multimillonarios Richard Branson y Jeff Bezos, capitanearon valientemente la tripulación de sus naves, demostrando así que su decisión de dedicarse al espacio, más allá del excelente negocio que pudiera representar en el futuro, es también y por encima de todo, un sueño personal.
A pesar de que ambos empresarios defendieron con sólidos argumentos la idea de que no se trataba de una competición, a los observadores externos nos ha sido difícil verlo de otro modo. Al menos ése fue mi caso, que viví estas últimas semanas prácticamente como quien disfruta de una carrera de Fórmula 1.
Blue Origin adelantó a Virgin de forma sorprendente al anunciar su vuelo para el 20 de julio, pues todo mundo consideraba que ésta era la compañía más cerca de poder enviar turistas al espacio; de hecho, la empresa llevaba años anunciando el inicio de sus vuelos. Pero el contraataque de Virgin fue espectacular: luego de obtener el 25 de junio la aprobación para realizar vuelos tripulados por parte de la Administración Federal de Aviación, se comenzó a escuchar que podrían salir al espacio antes que Blue Origin. Primero se tomó como rumor, pero enseguida la empresa emitió un comunicado diciendo que volaría el 11 de julio, como efectivamente sucedió. Fue un adelantamiento a toda velocidad, en curva y por la derecha, que dejó al público “pegado en sus asientos”.
Los vuelos del 11 y 20 de julio nos han mostrado experiencias muy diferentes, dos formas distintas de abordar el turismo suborbital, algunas de cuyas características dependen de cuestiones que vienen de los mismos orígenes de cada compañía. Blue Origin, fundada en el año 2000, propone una experiencia de diez minutos de duración que sobrepasa la línea de Kármán, con despegue y aterrizaje vertical, que por ello recuerda los vuelos clásicos de la carrera espacial, aunque se diferencie de éstos al emplear un cohete reutilizable y disponer de una cápsula con enormes ventanas (las más grandes de toda la historia de los vuelos espaciales, según la publicidad de la empresa). Virgin, a su vez, se basa en una tecnología posterior: la desarrollada por Burt Rutan para Scaled Composites, que les hizo ganar el premio Ansari X en 2004. En este caso, la nave espacial inicia su vuelo acoplada a un avión-nodriza, del cual se desprende al alcanzar una cierta altura, para comenzar desde allí su vuelo espacial, que alcanzó un tope de 86 kilómetros. En ambos casos, los participantes en el vuelo disfrutan de varios minutos de microgravedad en el punto más alto de la trayectoria de la nave.
Los participantes obtienen asimismo sus merecidas alas de astronauta, una insignia de la que pueden presumir menos de seiscientas personas en toda la historia de la humanidad. De ahora en adelante, cabe presumir que esta condecoración, aunque tardará mucho tiempo en perder su prestigio, cada vez va a ser obtenida por un mayor número de personas, lo cual nos lleva a la segunda parte de este texto: si hasta aquí hemos tratado la obstetricia, lo que sigue puede verse como neonatología del turismo espacial suborbital.
Esta modalidad turística ya ha nacido, y además lo ha hecho con una competencia claramente establecida, pues existen dos empresas capaces de proporcionar el servicio (un servicio además bastante diferenciado, como hemos visto).
Para tratar de introducir el tema de la evolución temprana del turismo espacial, lo primero que debemos decir es que nuestro recién nacido no va a tener problemas para alimentarse. Si algo han mostrado los estudios de mercado que vienen desarrollándose desde los años 60, y con más fuerza después de los 90 del siglo pasado, es la existencia de un mercado muy jugoso. Las personas podrán dudar entre Virgin y Blue Origin, pero parece poco discutible que exista un número significativo de clientes (y desde luego habrá gente dispuesta a vivir las experiencias ofrecidas por las dos). De entrada, Virgin ya cuenta con unas 700 reservaciones, capaces de movilizar a la empresa durante un buen tiempo. Y apostaría a que Blue Origin conseguirá un número semejante de clientes con rapidez, en cuanto comience a comercializar sus vuelos. Por cierto, me sorprende que cuando escribo esto, dos días después del primer viaje, aún no hayan comenzado una mega campaña de mercadotecnia para aprovechar este jalón inicial de popularidad (me sorprendería más si no fuera una compañía que ha estado siempre muy alejada de los reflectores).
En segundo lugar, me referiré a dos aspectos de gran relevancia, como son los precios y la seguridad de los vuelos. El primero, según muchos expertos, parecería encontrarse en una especie de bucle de carácter negativo: la gente no vuela porque los precios son altos y los precios son altos porque la gente no vuela. Esta situación será especialmente relevante en los momentos más tempranos de la comercialización de los viajes suborbitales, pero no es difícil imaginar cómo se puede pasar a la opuesta: un círculo virtuoso en el cual cada vez vuela más gente porque los precios son cada vez más bajos, y que los precios bajen todavía más a medida que más gente vuele, y así sucesivamente, hasta que un vuelo suborbital sea algo tan relativamente corriente como son hoy día los viajes en avión. Para ello, resulta decisivo tener en cuenta cómo funciona en general la adopción de nuevos productos.
En el caso del turismo suborbital, tal vez el núcleo de innovadores sea muy reducido, debido a los elevados precios que se manejan. Los doscientos o trescientos mil dólares que puede costar inicialmente un paseo suborbital no se comparan, por ejemplo, con el precio de productos que en su momento fueron tan novedosos como un iPad o un carro híbrido, de modo que cabría suponer que la cifra habitual de innovadores (2.5% de la población) no vaya a ser de utilidad. Sin embargo, parece posible que ésta o una magnitud semejante sí vaya a aparecer si en lugar de tomar el total de la población la referimos a aquellas personas con capacidad económica para sufragar los vuelos suborbitales. En cualquier caso, a primera vista se aprecia un segmento interesante, capaz de iniciar la transformación en círculo virtuoso de la estática situación actual. Dado que el turismo suborbital ha nacido con la presencia de dos claros competidores, y éste es un elemento que suele empujar los precios hacia abajo, es probable que también acabe ejerciendo su influencia, si bien no lo creo tan plausible a corto plazo, por cuestiones fundamentalmente técnicas.
Los precios son muy importantes, pero la seguridad todavía lo es más. Nadie quiere subirse a una nave que no va a regresar. Mientras que el precio es un tema continuo, difuso, relativo y que se presta a negociación, la seguridad aparece como discreta, binaria, absoluta e innegociable. Es de on/off; se vuela si y sólo si hay un nivel aceptable de seguridad. Teniendo en cuenta que las ratios de accidentes de los vuelos espaciales son muchísimo más elevadas (en varios órdenes de magnitud) que las de la industria aérea, la seguridad representa un punto decisivo, en el que ni Blue Origin ni Virgin Galactic escatimarán ningún esfuerzo.
Aquí sirve esa advertencia que he oído en ocasiones a los expertos en ciberseguridad: “no se trata de si eres paranoico; se trata de si eres lo suficientemente paranoico”. En un entorno tan hostil e implacable como el espacio, esta paranoia es todavía más necesaria, lo cual hace difícil pensar que ninguna empresa vaya a comprometer un ápice de seguridad por consideraciones de competencia comercial. Sin duda, el marco legal y político también tendrá mucho que decir a este respecto.
Seguridad y precio parecen ser los dos obstáculos más duros que el turismo suborbital habrá de superar en los inicios de su vida. Después, si todo va bien, este bebé nacido en julio de 2021 seguirá creciendo y creciendo, hasta convertirse en una persona adulta. Especular acerca de cómo será su infancia o su madurez es tema de otro artículo.