El 2017 fue el Año Internacional del Turismo Sostenible para el Desarrollo y vale la pena recordar lo importante que el turismo se ha convertido en una de las actividades económicas con mayor crecimiento del planeta, convirtiéndose en un poderoso centro de unión para las relaciones económicas, sociales y culturales del mundo.
Según las estadísticas analizadas por la OMT (Organización Mundial del Turismo), la tasa de crecimiento anual del turismo a nivel internacional fue de 3,9 por ciento entre 1990 y 2015; donde destaca el gran crecimiento exhibido por las regiones de Asia-Pacífico y África, con un 6,6% y un 6,2% respectivamente.
La generación de empleos y el gran ingreso de divisas a los países predominantemente turísticos, ha motivado que muchos gobiernos dediquen esfuerzos a estimular aún más el crecimiento del turismo, poniendo un fuerte énfasis en el apoyo a la industria privada; es por esta razón, que el eje económico de la sostenibilidad no puede tomarse a la ligera, pues sabemos que la industria se mantiene principalmente de las empresas de servicios, donde se incluye – directa o indirectamente – a gran parte de la sociedad.
Pero en algunas sociedades, intentar hablar del factor económico en programas o proyectos sociales de turismo sostenible, se ha convertido casi en una blasfemia; haciendo creer a las comunidades que cualquier actividad impulsada desde la comunidad es por definición sostenible, lo que desde el principio es cuestionable.
Asegurar un adecuado reparto de los recursos obtenidos por la industria, que beneficie equitativamente al empresario y a la comunidad receptora del turismo, es vital para una sana convivencia entre el visitante y el habitante local. Fenómeno que no es ampliamente comprendido aún por las autoridades y empresarios de países emergentes, que ponen sus propios intereses por sobre la comunidad local, haciendo del habitante un fiero agente opositor de la industria.
Hemos visto en esta misma plataforma, un importante número de columnas que hablan de la “Turismofobia”, y de cómo el habitante comienza a odiar al turista, por el sólo hecho de no ser objeto de los beneficios que la industria debería proporcionar a su comunidad. Los gobiernos son conscientes de estos efectos, que son generados principalmente por la gentrificación que se vive en ciudades importantes como Valparaíso de Chile o la Ciudad de Guatemala, donde se ha privilegiado la inversión privada por sobre los intereses de las comunidades, muchas veces sin políticas claras de inserción laboral o de trabajo digno.
Levantar la actividad turística desde la comunidad, priorizando los proyectos locales hacia un enfoque sostenible, con asesorías técnicas de administración de negocios y proporcionándoles datos clave de inteligencia de mercado son vitales para potenciar el eje económico de la sostenibilidad.
Experiencias exitosas, dignas de imitar, han sido llevadas adelante por la carrera de Gestión en Turismo y Cultura de la Universidad de Valparaíso, Chile; quienes – en conjunto con sus alumnos – han logrado poner en valor los diversos proyectos locales de zonas rurales, con el fin de potenciar económicamente las iniciativas comunitarias de turismo, en post del beneficio económico equitativo de los habitantes originales de aquellos pueblos aislados.
Sólo con políticas de este tipo es posible hacer partícipe al habitante local de los beneficios de la industria turística, haciéndolo responsable del éxito de su negocio y de su propio entorno; evitando en gran medida los efectos de la turismofobia, que sin duda se genera cuando los beneficios del turismo no se reflejan en el bienestar del habitante local.
Hablar de sostenibilidad entonces, es hablar necesariamente de equidad económica, evitando estigmatizar el lucro como un factor destructivo dentro del sistema turístico; sino más bien entendiéndolo como una variable que incentive la creación de nuevos modelos de negocios, inclusivos y armónicos con la comunidad local y su cultura.
Las variables “medioambiental, social y cultural” deben seguir estando presentes y fuertemente potenciadas por quienes lideran los planes y proyectos de turismo sostenible; pero hago hincapié en invitarlos a considerar – con igual fuerza – la variable económica dentro de sus planificaciones, pues, no tan solo asegura una buena recepción de la comunidad local, sino también de todos los agentes de interés y aquellos potenciales consumidores, cada vez más conscientes e informados de las exigencias de este modelo.