El turismo ha sido el medio más potente que se ha utilizado en los últimos 100 años para promocionar, irradiar y fortalecer las manifestaciones culturales de los destinos. Cada uno de ellos tiene su propia huella humana, social, cultural, histórica y económica. Y cuando los visitas te dejan vivencias increíbles, escritas en la piel y el alma.
Como ya he contado “incursioné» en diversos sectores del turismo. Y durante algunos años «tomé» las riendas del turismo a nivel local y estatal, lo que me llevó a «convivir» en el mundo cultural de diversos sitios y esto «cambió” mis perspectivas de vida, y «creó» las condiciones para que mi cuerpo, alma y espíritu se “beneficiaran” de todas las bondades que me regalaban las interacciones con sus habitantes. Creo que esta parte de mi vida me ha venido de perlas.
Durante una estancia de casi un mes en una comunidad indígena “Pemón” de la Gran Sabana en mi Venezuela natal, debíamos interactuar a diario con sus costumbres para diseñar un proyecto de ecoparadores turísticos.
El propósito era concebir una estructura inspirada en las formas de sus viviendas y modo de vida, en la cual ellos pudieran exponer, comercializar y vender sus productos y servicios, promover su cultura y sobretodo disponer espacios y ambientes sostenibles para compartir su cosmovisión cultural con los viajeros, empresarios, funcionarios públicos y trabajadores que hacían vida en esas tierras milenarias. El enfoque contaba con “stakeholders” locales, estatales, nacionales, internacionales, sectores públicos y privados, incluidos capitanes y “mayores” indígenas o “sabios”.
Un alcance viable, convincente, funcional y con las características básicas para mostrar el valor, y generar beneficios a las comunidades, eran claves para utilizar inteligentemente los fondos y convertir a los poblados en referencia ecoturística.
Una obra como forma de expresión cultural, económica y ¿por qué no? emocional. Donde debíamos experimentar y soltarnos, salir de los conceptos preestablecidos, mezclar elementos, formas y sistemas de funcionabilidad…
Sí, como lo piensas… ¡un aprendizaje de vida!
¿Me acompañas a sumergirme en los verdaderos milagros que suceden cuando vivimos estas experiencias culturales?
A pesar de ser unos grandes desconocidos, las comunidades autóctonas nos recibieron con una mezcla escepticismo, esperanza y sobretodo con amabilidad. Cada poblado estimulaba nuestros cinco sentidos en una experiencia inspiradora en los especialistas y/o técnicos que conformábamos el equipo.
Nos comunicamos de diversas formas: a través de traductores, jóvenes “pemones”, imágenes, gestos, videos, posiciones y miradas. Porque escuchar y entender su idiosincrasia era imprescindible para enfocar el proyecto turístico. Igual que saber mirar.
Cada día se producía un enseñanza enriquecedora que quizás era más profundo, místico y beneficioso para los forasteros que para los pobladores. Eran expertos en lecciones de cómo abordar temas, expresar sus ideas, respetar criterios acordes o no con sus tradiciones, sin prejuicios ni estereotipos. Había que dejarse seducir por sus costumbres.
¡Qué momentos!
Nuestras charlas más fructíferas eran en el momento de la comida, nos sentábamos frente a frente, tocando aquella tierra antigua, formando un círculo alrededor de la hoguera, donde se cocinaban pócimas mágicas que producían hechizos en forma de ideas que encantaban a sus pobladores e invitados. Creando ambientes propicios para concertar acuerdos y compromisos atinados y beneficiosos para ambos.
Te puedo asegurar que en nuestras reuniones nocturnas de equipo nos preguntábamos repetitivamente ¿cómo lo conseguimos?
Siempre tuve la certeza que viajamos en el tiempo hacia nuestros ancestros y ellos se ponían de acuerdo en la manera de concebir y plasmar las ideas. Cada día, ¡anclábamos nuestras fibras y esencia a nuestras raíces! Respondíamos a una fantasía. ¡Menuda vivencia!, ¡El rumor del origen! Entraba en nosotros sin darnos cuenta.
Y nuestro subconsciente con la carga técnica y emocional lograba plasmar el diseño y narrativas fantásticas que acertadamente entusiasmaban a los “stakeholders”.
Bueno, a decir verdad, también las diversas visitas que realizaba frecuentemente al Sector Oriental del Parque Nacional Canaima, por los operativos en carnaval, semana santa y agosto, por inspecciones, reuniones y otros encuentros turísticos en la zona, fueron una especie de preámbulo o quizás presagio de que estaba destinada a estar en el sitio y momento indicado para adentrarme en esa cosmovisión cultural.
Yo estaba convencida de que la simbiosis originada entre nosotros y los autóctonos era una forma de entender su realidad y de ellos adentrarse en las costumbres de los turistas, visitantes, trabajadores y “criollos” que se desplazaban ocasional o permanentemente por el tramo vial que circundaba su territorio o espacio vital. Todo con el fin de beneficios comunes impulsados por el turismo.
¡Y eso, requería una gran dosis de paciencia y respeto!
Después de esas semanas tan intensas, pero fantásticas, cuando regresamos, lo que más nos sorprendió fue la forma de comunicarnos en nuestro entorno laboral y personal, con mucha prisa y sin pausas. De esa forma, es imposible escuchar lo que el otro quiere decir, asimilarlo, procesar una respuesta que no fuese reactiva, y ofrecérsela.
Ese aprendizaje y otros de los “pemones” nos acompañaron durante el proceso de diseño y planificación del proyecto; nos concedió habilidades para narrar, describir, convencer y recabar los fondos necesarios para implantar el proyecto en 4 comunidades indígenas del Parque Nacional.
Hagamos lo que hagamos, la enseñanza se produce en el proceso, no en el resultado.
El final de la historia de los “ecoparadores turísticos” en la Gran Sabana la reservo para un relato posterior. Su implementación fue marcada por una visión distinta por la que fueron concebidos. Agentes externos con tintes e intereses individuales rompieron el hechizo formado con nuestras comunidades indígenas; no solo querían cambiar algo, sino el todo.
Con gestos pequeños pero acciones inmensas, logramos restaurar el encanto que nos había envuelto durante el proceso y cumplir con el resultado del “totumeo” de los profesionales y comunidades. Y claro, no me voy a olvidar de ello… ya se los contaré.
Ahora cohabitando con otras culturas en parajes lejanos de esa tierra ancestral, pero sin olvidar sus enseñanzas, ni costumbres, hace 3 años me encontraba apoyando en la gestión operativa de un hostal en Barcelona, España. Donde “guiris” de diversos continentes, lenguas y culturas utilizaban una misma cocina y sanitarios, y de alguna forma interactuaban y compartían costumbres, siempre respetando las normas de convivencia del alojamiento.
No solo los turistas convivían entre ellos sino también con los que gestionábamos el hostal, que era nuestra residencia habitual o como decimos en Venezuela “nuestro hogar”.
Y como madrugadora empedernida, siempre esperaba que salieran los rayos del sol para sorber la bebida predilecta de las mañanas con su consabida organización mental del día. El reloj me indicaba que eran las 7:00 am y debía comenzar la faena. Mi ritual de iniciación y agradecimiento lo llevaba a cabo bajo una pequeña luz para no interrumpir el sueño de los visitantes. Inmersa en mi café y pensamientos, vi pasar hacia los sanitarios una chica italiana completamente desnuda, sin importar que yo estuviese sentada a media luz. Aun así, no le di mucha importancia y continué en lo mío. Y de repente en frente de mí se produjo un evento cultural de féminas expresándose acorde a sus costumbres. La chica había olvidado algo en su habitación y regresó a buscarlo, cuando de repente otra chica árabe completamente cubierta con su vestimenta tradicional conforme a su religión, caminaba hacia los lavabos.
Y así sin darnos cuenta y sin proponernos, por pocos segundos, se produjo algo mágico. Tres mujeres, de culturas muy distintas, en un mismo ambiente y momento muy personal, expresando su cotidianidad y vestimenta como algo normal. Al percatarnos cada una de las otras, ellas continuaron sus pasos y yo con mis pensamientos y bebida de los dioses.
¡Qué grandes son las vivencias turísticas!
Se produjo una cosmovisión cultural con hechos simples de una convivencia turística, que en realidad se convierten en extraordinarios.
Ese es parte del valor infinito del turismo. Propiciar la coexistencia y cosmovisión, en un espacio reducido, de tres expresiones culturales, sin choque cultural, respetando sus costumbres y expresándose acorde a sus creencias religiosas, sociales y personales, sin prejuicios ni estigmas.