Malinalco y Coatlinchán son dos regiones del Estado de México donde las tradiciones y costumbres cobran fuerza a partir de su gente y el colorido de su pueblo. Sin embargo, la distancia que hay entre estas dos localidades adquiere contrastes distintos entre sus habitantes.
La costumbre
El camino está colmado de curvas antes de llegar; una ola de árboles sale al encuentro durante el trayecto. En los cerros todo es verde. A lo lejos se logra percibir el convento Agustino, construido en 1543; el sitio arqueológico Cuauhtinchan no queda lejos. Malinalco, considerado uno de los Pueblos Mágicos del Estado de México, está lleno de claroscuros.
— Traigo fríjol, un poco de maíz y algunas semillas. Te lo cambio por esos aguacates. —“La Abuelita”, como la conocen entre los puestos, logra permutar su mercancía antes de ir a casa–.
Todos los miércoles de siete a doce del día llegan al tianguis del pueblo un grupo de personas que se dedica a hacer el trueque. Ponen su mercancía en pequeños montones y así es como le adjudican un valor. Pasan de puesto en puesto hasta que logran pactar un intercambio.
En México hay empresas, como la Rush Business –aunque el nombre sea extranjero la compañía es mexicana-, que se dedican a realizar el trueque en cantidades más abismales. Los lotes en las operaciones mínimas están tazados en 10 mil pesos. De esta manera uno puede intercambiar su producto por otro con el mismo valor. Pero en Malinalco se desconoce de estos servicios que ofrece PyME.
Llegan de los barrios cercanos al municipio. Muchos de ellos son tímidos al hablar; otros son más sociables, aunque la mayoría de estas personas presentan rasgos de campesinos; y es así, son ellos quienes logran conservar la costumbre.
Con frutas de temporada, maíz, fríjol, hojas de guayaba, carbón o leña, llegan a la plaza a ofrecer su producto a cambio de otro.
— En el tianguis de Malinalco cuando viene una persona y me dice ‘cámbiame por tu jitomate esta mercancía’, yo sí se lo cambio. Lo que traigan se lo cambio -comenta Josefina Fuentes, vendedora.
No todos los habitantes del pueblo saben que en Malinalco se practica el trueque. Muchos locatarios han dejado esa costumbre y sólo utilizan el sistema de pago con moneda de circulación nacional. Cuando se les cuestiona sobre si lo hacen contestan con un certero “no”.
Para Emiliano, ex-regidor de Malinalco, es triste que las costumbres vayan adquiriendo otro sentido. “El pueblo se ha corrompido demasiado y ya no les interesa cierto tipo de prácticas”.
— ¿Pueblo mágico? –dice Emiliano con un mar de dudas entre su mente—.Nomás vete a dar una vuelta por los ríos contaminados, donde pasan las aguas negras; allá donde los jovencitos consumen su vida sin mirar hacia adelante; ¡eso es Malinalco!, un pueblo no tan mágico.
La tradición
El pueblo de San Miguel Coatlinchán, de donde fue extraído el Tláloc que está afuera del Museo de Antropología, lleva a cabo -en la tercera semana de septiembre- un tianguis en donde se practica el trueque. Se hace en ese mes porque aprovechan las fiestas patrias y las vísperas de las fiestas patronales.
Con vestidos tradicionales y petates en el piso, la comunidad ofrece sus productos que esperan ser intercambiado por otros, ya sea a alguien externo o del pueblo. Para Manuel Garay, uno de los encargados del tianguis, el trueque tiene que ver con la esencia y calidad de la persona; “es con la producción y la distribución del trabajo como se hace posible mantener con vida esto”.
—El trueque tiene un objetivo en nuestra comunidad; a diferencia de la moneda que se utiliza normalmente, se tiene la idea del ‘Tequiyotl’ : la esencia del trabajo con la producción y la distribución; gracias a esta ideología es como se ha conseguido tener interés por otros barrios cercanos, como Cuautlalpan.
Manuel Garay tiene presente que lo único ineludible para vivir en la tierra es la alimentación; él no usa celular porque no considera necesario un artefacto que esté controlando dónde anda uno. Es libre.
El 16 de abril de 1964 sería un día que marcaría el destino para el pueblo de Coatlinchán; el Tláloc o “la piedra de los Tecomates” fue llevado a la Ciudad de México y con él muchas de las esperanzas de sus habitantes. Les habían quitado parte de su identidad, de su color, de su historia. Después de 43 años una réplica se alojaría en la plaza; desde entonces, un grupo de personas decidió organizarse para revivir las costumbres y tradiciones que se habían marchado con el monolito anterior, incluyendo al trueque. Así es como nace el movimiento Calpulli Makoyolotzin.
En el trueque, la producción y la distribución es apreciada porque se valora al trabajo con los productos obtenidos del mismo; por esa razón se tiene el objetivo de “encontrar la igualdad en los individuos y llegar a considerarlos como libres. Porque el uso de la moneda genera desigualdad con la acumulación de riquezas innecesarias”, argumenta Manuel.
Don Manuel ha visto un cambio en su comunidad; con la difusión que se ha hecho en la región, algunas personas comienzan a practicarlo. Los productos artesanales son los que más se ofrecen; pero también hay cosas del campo.
Se enseña a pulir las piedras preciosas para elaborar collares o aretes. El modelado del barro o el tallado en madera son otras de las actividades. Los talleres que se dan en Coatlinchán han servido mucho para llevar a cabo las prácticas del trueque.
El cambio de un producto por otro en la comunidad coatliche se ha despertado. Luis Manuel, por ejemplo, fue al monte por tierra para cambiarle a su vecina un tronco y una docena de chiles. Por estas razones, esta tradición es una solución para conseguir recursos sin tener dinero.