Se acaba un año marcado por la recuperación del turismo mundial.
De acuerdo con ONU Turismo, el 2023 lo terminamos con más de 1,300 millones de viajes internacionales y una derrama económica de 1,532 billones de dólares, lo que significa la recuperación del 89% de las llegadas y el 96% del gasto turístico que teníamos antes de pandemia.
De acuerdo con estimaciones del mismo órgano especializado de Naciones Unidas, el 2024 será el año en el que recuperaremos el 100% de la actividad turística mundial.
Pero de este análisis lineal y simple surgen muchas preguntas que todavía no tienen respuesta.
El problema es que el turismo no es estático ni lineal. Es dinámico y cambiante. Y cuando el análisis se aplica a destinos concretos, particularmente a las realidades humanas y sociales, las modalidades de su aplicación difieren profundamente según la interpretación.
El segundo problema es que el turismo, como actividad de consumo de placer, refleja las carencias de la sociedad cada vez más tecnificada que requiere de una mayor relación con la naturaleza, a la vez que acepta el desafío de reemplazar la naturaleza y los escenarios naturales por otros artificiales y a modo; así la fantasía reemplaza el escenario natural, llevando cada vez más la experiencia al mundo digital.
El turismo, pues, es algo más que llegadas y gasto. Es un modelo de desarrollo que detona o articula la gran mayoría de las actividades, desde el transporte a la construcción, las aduanas y migración, a las artesanías; y su función es generalmente combinada entre desarrollar la región, la perspectiva geopolítica, repoblar y ocupar territorios y la conservación de los recursos naturales, una gran riqueza unida al capital histórico y cultural que hacen una trilogía básica en el desarrollo del turismo.
Por eso está muy bien que haya viajes turísticos y derrama económica, pero un análisis desde una visión lineal del turismo lleva a la disociación de los impactos negativos que genera, como la pobreza mayoritaria de la población local y la del lujo: la hotelera, restauración y ocio. Y eso es lo que hacemos cada año. Disociar.
Dado lo anterior, pensamos que el turismo del 2025 será igual que el de los últimos 10 años (salvo el año de pandemia que está fuera de toda tendencia). Un turismo marcado por las campañas turísticas, la generación de “nuevas” experiencias, más infraestructura, conectividad aérea y terrestre, implementación de nuevas tecnologías y un enfoque hacia la hiperespecialización de los destinos.
En México, con mucha certeza estaremos impulsando la consolidación de los Pueblos Mágicos sin que haya nuevas convocatorias en este sexenio para nuevos nombramientos; fortaleceremos el turismo sostenible y comunitario, impulsaremos el Tren Maya como proyecto geoestratégico y se actualizará la Ley de Turismo.
Cancún, Riviera Maya, Los Cabos, Puerto Vallarta, Riviera Nayarit, CDMX, Monterrey y Guadalajara seguirán siendo los principales destinos por llegadas y derrama. Acapulco acelerará su reconstrucción. Poco más.
Y eso nos debería preocupar porque quiere decir que no hemos aprendido nada.
Seguimos viendo al turismo como sector económico y deseando recuperar los indicadores que teníamos antes de la pandemia; es decir, queremos regresar a lo que nos ha traído hasta este momento en el que tenemos que acelerar las actuaciones públicas y privadas para no seguir deteriorando el planeta en temas ambientales y socioeconómicos.
Hoy debemos poner en el debate que el turismo como contrapartida del ocio es una dicotomía de la era industrial, pero que ha evolucionado hacia algo diferente, ya que la visita turística es un deseo de fuga de la vida cotidiana.
Haciendo turismo, queremos salir de la alineación que nos domina como sociedad de consumo competitiva e individualista que nos asfixia, por lo que la salida es irnos de vacaciones. “Irnos de escapada”.
Además, el turismo postmoderno crea la falsa sensación de libertad, compensatoria por haberse escapado de la rutina y aún más el haberlo publicado en nuestras redes sociales como un éxito. De allí que el turismo sea una gran corriente de fuga de la realidad de la que la sociedad se sirve para poder reorganizarla y sostenerla.
Está por terminar el primer cuarto del siglo XXI y se nos presenta la oportunidad de construir un mejor turismo, una mejor sociedad.