Después de larguísimas 46 horas pudo finalmente descansar en su propia cama, la misma cama donde durmió hasta sus dieciocho años cuando se fue a estudiar a la universidad y luego se mudó al extranjero. Se sentía bien, especialmente luego de abrazar a su padre, a su madre y a su abuela mientras intercambiaban los regalos de la Navidad.
En algún momento del periplo pensó que sería imposible llegar a casa el mismo día de la cena de Nochebuena. El clima no ayudó y la alta demanda para todos los servicios de transporte hacía que las opciones de cambiar de ruta, de vuelo o de empresa fuera casi irrealizable.
El estrés se acumula, los nervios salen a flor de piel, la angustia ronda en cada minuto de atraso o de modificación de los planes originales y finalmente todo pasa una factura que en el peor de los casos es un atraso pero un atraso que trunca la experiencia de estar con los seres queridos en una fecha tan simbólica en la cultura occidental.
En todos los aeropuertos en los que estuvo haciendo conexiones se respiraba ese aire de prisa, de ganas de volar con alas propias para llegar el momento preciso y estar en familia sin depender del itinerario de una compañía aérea.
Se encontró con un grupo de atletas que luego de competir debían tomar vuelos distintos y entre ellos había algunos que sabían que por la nieve, la lluvia o los atrasos propios de problemas mecánicos no llegaban a la Nochebuena y aunque entre ellos compartían la tristeza de los que no llegaban a tiempo, cuando los demás les daban la espalda luego de la despedida, sonreían porque sabían que en sus casos personales llegarían a tiempo.
Hubo una familia de siete chinos que de manera relajada aceptó el hecho de estar retrasado cinco horas para su siguiente conexión pero como ellos tienen otro tipo de celebraciones, esta fecha particular de diciembre no los incomodaba.
En la cafetería de uno de los aeropuertos donde aterrizó, una pareja de octogenarios disfrutaba una taza de chocolate caliente y un café irlandés sin lamentarse no poder abordar el vuelo reservado porque antes de llegar al aeródromo, la carretera se cerró para limpiar la nieve y eso les hizo perder el vuelo. Ellos ya no tenían familia con quien celebrar, ellos eran su propia familia y mientras estuvieran juntos no importaba el lugar, la hora ni el día.
Al llegar a su destino, logró escuchar por los altoparlantes que para uno de los vuelos del día, se solicitaban con recompensa cinco asientos para personas que tenían la urgencia de llegar a sus hogares: un recién nacido y su primera Navidad esperaba a sus tíos que ansiosos esperaban saber si abordarían o no con un par de regalos en las manos; un militar que había ganado una lotería para dejar su misión en el extranjero por las fiestas y ansiaba llegar donde sus padres y dieciocho familiares reunidos que lo esperaban; y una pareja que ante la noticia de un familiar desahuciado por cáncer y con pocos día de supervivencia quería una última Navidad juntos. Tres indonesios, dos egipcios y una doctora vietnamita aceptaron ceder sus asientos y no todos ellos aceptaron recibir una compensación monetaria como “regalo” de Navidad para quienes debían imperiosamente viajar.
Él se alegró de haber llegado y de estar a tiempo con los suyos y ya en la cama con los ojos cerrados pensó que no todo eran coincidencias, que detrás de muchas situaciones habían personas que ayudaron a que su celebración fuera posible.
Pensó en su agente de viajes que después de muchas horas, primero en la computadora revisando itinerarios y tarifas, encontró el espacio, y luego las conexiones que lo acercaran a su casa; pensó en la arrendadora de vehículos que le permitió retornar el automóvil en el aeropuerto de origen a las dos de la mañana sin hacer el chequeo de devolución y dejar a la buena fe el cumplimiento recíproco de las condiciones del contrato sobre daños; pensó en los empleados de la línea aérea que le acomodaron cerca de la puerta de salida del avión para apresurarse a la hora de conectar con otro vuelo sabiendo de lo apretado del itinerario; pensó en la pericia del piloto y subalternos cuando en uno de los vuelos reservados tuvieron viento de frente, tormenta de nieve y luego tormenta eléctrica; pensó en los maleteros que entre las miles de valijas encontraron con prontitud las de él y apresuraron el paso para el control migratorio y salir a tomar el tren que estaba a punto de salir del aeropuerto y no tener que esperar al siguiente, una hora y media después lo que le haría perder el autobús a casa; pensó en el bus de turistas que puntual esperó a los pasajeros del tren para luego dejarlo en la terminal de buses; pensó en la compañía de buses interprovinciales que aún en vista de Navidad habilitaron un viaje nocturno fuera de itinerario que fue el que le permitió llegar a tres cuadras de su casa justo antes de la cena.
Esta Navidad representaba para él no solamente lograr estar con la familia en un día tan bonito para el reencuentro, sino además para pensar que en las peores condiciones sanitarias que vive el mundo, muchas actividades conectadas con el turismo se van reactivando poco a poco, que muchas personas están recuperando sus trabajos, que la atención de los clientes nacionales y extranjeros tiene un sentido humano y que gracias a una sólida estructura de servicios, los sueños se pueden hacer realidad.
Pensando que después de Navidad la familia podrá hacer un viaje modesto y tener vacaciones, se durmió deseando a todos los actores del turismo unas felices fiestas.