Cada vez más, todo lo que engloba las redes sociales, el uso del móvil o los selfies toman un lugar más grande y desproporcionado en nuestra vida cotidiana. Y en esto entrarían los viajes. Sí, eso que antes era aventura, descubrimiento y contacto directo con otros universos o realidades que vivíamos directamente, ahora se está transformando para mucha gente, en una excusa para mostrar al resto del mundo lo que están viviendo pero a través de pantallas. Una obsesión que nos separa de los demás y que empieza a ser preocupante.
Algunos sociólogos ya hablan de la cultura ‘selfie’ para describir nuestra sociedad, cada vez más autocomplaciente y superficial, y donde la imagen parece haberse convertido en el valor principal del individuo. En realidad es una enfermedad, una pandemia que encuentra en las redes sociales el entorno ideal donde expandirse, también algún experto considera que cada día hay más personas que sienten que no valen nada si los demás no lo reconocen. ¿Por qué cambiar continuamente las fotos en el whatsapp, sobre todo cuando viajamos? ¿Por qué, desde que ponemos los pies en un aeropuerto o estación de tren, antes de tomar el avión o el tren, ya le estamos contando a media humanidad donde vamos y lo bien que nos lo vamos a pasar? ¿Por qué, cuando estamos ya en el destino, en lugar de mirar, oler, escuchar o sentir, sacamos una pantalla para hacer fotos o para contarle al resto de los mortales lo inmensamente superiores que somos por estar allí y ellos no? Muchos ahora se guían por el número de likes que tiene cualquier breve comentario o la foto que acaban de subir, eso les estimula y creen que así también hacen felices a sus miles de followers. Aunque con frecuencia el efecto es justo el contrario.
La idílica localidad suiza de Bergün ha prohibido que los turistas saquen fotos de sus bellas casas y sus calles porque “se ha demostrado científicamente que observar hermosas fotografías de las vacaciones de amigos o familiares colgadas en las redes sociales puede hacer infeliz al espectador que no haya podido disfrutar de ese enclave”. También, la municipalidad de Viena ha lanzado una campaña publicitaria para captar visitantes pero pide que no se saquen selfies, aunque no ha llegado a prohibirlos. El lema es “Unhashtag Viena”, y el mensaje es “Vea Viena”, no#Viena. La idea es disfrutar la ciudad más allá de sus fotos. En España, en la isla canaria de Fuerteventura decidió en mayo, por mandato administrativo, dejar de usar en su promoción turística Facebook y Twitter. La web del Patronato de Turismo de Fuerteventura está sin actualizar desde hace meses. Otros muchos lugares turísticos siguen la misma idea, por distintos motivos. La Torre Eiffel, el Museo del Prado o la Capilla Sixtina son algunos de los rincones en los que no se pueden hacer fotografías. ¿Los motivos? Por privacidad, derecho de autor o seguridad… Uno de los mayores monumentos al amor, el Taj Mahal, también es otro de los rincones más turísticos del planeta en cuyo interior las fotografías están prohibidas. Además, los turistas que visiten el mausoleo situado en Agra (India) también deben guardar silencio dentro. La Abadía de Westminster, los casinos de Las Vegas y cada vez más lugares prohíben los selfies y el usos de palos alargadores.
Otro tipo de abusos son los fanáticos de Instagram que han subido a la categoría de ‘influencers‘ que quieren viajar o comer gratis. Hace poco el conocido chef español David Muñoz se lamentó de la última propuesta recibida: dar de comer gratis en Diverxo (tres estrellas Michelin) a un crítico gastronómico con 2,102 seguidores en Instagram. «¿Habría alguna posibilidad de que nos invitaseis a comer y a cambio os recomendamos?». En septiembre, el chef de un restaurante en Salamanca levantó la liebre sobre este fenómeno al criticar que una ‘influencer’ le pidiera 100 euros y una cena gratis para dos a cambio de promocionar su restaurante en Instagram y YouTube.
La cadenas española Meliá recibe entre 60 y 70 correos cada día, cuyo texto es más o menos así: «Hola, me llamo tal y tengo tantos miles de seguidores en Instagram. Me gustaría alojarme tantas noches en vuestro hotel y por eso os propongo una colaboración: promoción de vuestra marca en mis redes sociales a cambio de habitación gratis». Este tipo de propuestas se han convertido en una auténtica plaga en las grandes cadenas hoteleras españolas y también en los restaurantes y hoteles de lujo. “Nosotros”, indican en Meliá, “ tras algunas experiencias, hemos llegado a la conclusión de que este tipo de colaboraciones o intercambios, como ellos les llaman, no nos dan ningún beneficio. Tenemos tal avalancha de correos que han llegado a ser una molestia».
Aunque aún no son multitud, cada vez más personas se declararan hartas de las redes sociales y se dan de baja, si es que estaban en ellas. En España, un 45% declara haber abandonado alguna red social en 2017 y un 72% de los que no son usuarios declara que no tiene intención de abrirse un perfil.
Tim Cook, consejero delegado de Apple, que ha prohibido a sus familiares más jóvenes que estén en redes sociales, y especialmente Sean Parker, creador de Facebook quien hace poco declaraba que “las redes sociales nos están dañando el cerebro y que éstas están diseñadas para “explotar la vulnerabilidad de la psicología humana”. Tampoco Mark Zuckerberg y Bill Gates hacen mucho uso de sus respectivas redes sociales y prohibieron a sus hijos tener teléfonos móviles hasta los 14 años.
La tecnología es considerada ya como una sustancia nociva para la salud o el equilibrio psíquico, comparable a las drogas o el alcohol, capaz de provocar efectos perjudiciales tanto en el plano individual como social, especialmente en niños y jóvenes que como promedio pasan cuatro horas diarias delante de pantallas, de ahí que la dependencia tecnológica haya sido incluida en el Plan Nacional de Adicciones por el Ministerio de Sanidad. En Francia han ido más lejos y se han prohibido los teléfonos móviles en los colegios. Los expertos son contundentes: nos separa de la familia, los amigos y nos quita horas de sueño.
España tiene el dudoso mérito de tener el porcentaje más alto de móviles por habitante de todo el mundo. Hay más de 50 millones de aparatitos circulando, varios millones más que habitantes, incluyendo ancianos y bebés. Millones de personas perdidas en una maraña de mensajes, correos electrónicos, «me gustas» de Facebook o Instagram y retuiteos varios. La estadística indica que se consulta la dichosa pantallita hasta 150 veces cada día, una vez cada cinco minutos, incluyendo el tiempo de comidas, trabajo, descanso en casa y hasta el momento de la ducha.
Por eso, en el mundo del turismo se han empezado a tomar medidas para que los aparatos electrónicos no invadan los espacios dedicados al descanso, el disfrute del viaje, la buena gastronomía… Se propone, en el fondo, practicar un «deporte de alto riesgo» que no consiste en escalar el monte más alto de la región o tirarse por una cascada salpicada de rocas. La auténtica actividad de riesgo pasa por vivir sin su dispositivo electrónico favorito como hacían antes de que se inventaran.
Hoteles, restaurantes, agencias de viajes y medios de transporte apuestan por la desconexión durante el tiempo de vacaciones. Según has podido comprobar los buscadores jetcost.es o hotelscan.com cada vez más establecimientos proponen programas Detox o Unplugged Weekend que sugieren al cliente dejar su móvil en la caja fuerte y disfrutar con otras cosas. Algunos ejemplos: Barceló La Bobadilla, Vincci Hoteles, Barceló Sancti Petri o el Barceló Torre de Madrid, el último en incorporarse a la tendencia.
En el fondo, esta obsesión o escudo que interponemos entre nosotros y el mundo es la prueba fehaciente de una insensibilidad y, por qué no, de una inseguridad de quien en lugar de apreciar la vida o el viaje y verlo como un camino de felicidad en sí y de crecimiento personal, lo utilizan como medio de afirmación social por encima de los demás. El viaje que siempre ha sido enriquecimiento se convierte en empobrecimiento. Por ello, debemos recuperar nuestra auténtica vida y poderla disfrutar de primera mano, usar las nuevas tecnologías en su justa medida y acercarnos, de verdad, al mundo, solidarizándonos con los demás y no interponiendo barreras absurdas.