Un sorbo de vino aúna los colores y olores de la tierra en los que crece la cepa con el sabor de la uva. Combinados con aromas que potencian o emanan las distintas barricas y las manos de los enólogos, dan lugar a millares de sutilezas pendientes de ser descubiertas por nuestros paladares.
Sabores de vinos tan diversos como el paisaje en el que crecen las viñas que mudan de color en cada época del año, siempre de belleza sosegada. Hay paisajes que lo perderían todo sin sus vides; hay ciudades que no se podrían entender sin sus vinos. Haro, en La Rioja, cuna del castellano y capital del rioja capaz de triplicar su población en verano, es una de esas evidencias.
La prosperidad de esta localidad de poco más de 10.000 habitantes se debe, precisamente, al vino que llegó de la mano de la filoxera, que a mediados del siglo XIX dañó la producción de vino de Burdeos (Francia). Huyendo de sus tierras encontraron en Haro, tierra y clima magnífico cambiando así, posiblemente, el destino de todos los harenses, o “jarreros”, como se les conoce popularmente.
Se sabe hacer vino como lo demuestra que muchas de las incontables bodegas asentadas en sus tierras sean referentes en el mundo del enoturismo. Les gusta el vino, que no solo se bebe en sus bares sino que empapa las espaldas de todos los asistentes que año tras año acuden desde kms. a la redonda para participar en “La batalla del vino” que se celebra cada 29 de junio.
Es uno de los muchos reclamos de la localidad, paraíso de los amantes del vino que necesitarán más tiempo del que disponen para visitar todas sus bodegas. La última en la que he pasado unas horas ha sido Ramón Bilbao que, por cierto, ha incorporado a sus propuestas un servicio de restauración tan agradable como sus vinos que armonizan con 3 tipos de menús elaborados siempre con producto de proximidad. Obligada reserva previa ya que apenas tiene capacidad para 25 personas que, afortunadas ellas, podrán disfrutar de un moderno y cuidadísimo espacio además de la buena comida y mejor vino.
Si la suerte ha sido esquiva, el wine-bar es la alternativa para no irse con el estómago vacío y disfrutar de una experiencia vinícola acompañada de entrantes, tapas o recetas de temporada. Y si lo que falta es tiempo, la solución es hacerse con una tarjeta monedero con la que degustar tragos del vino que se desee. Nada queda a la improvisación y el dinero sobrante, si lo hubiera, se retorna con la devolución de la tarjeta.
El plan ideal es optar por uno de los múltiples tours por la bodega, sentarse a la mesa del comedor y antes de marchar pasar por la tienda y hacer acopio de aquellos vinos que más hayan gustado.
Visitar bodegas es el “plan” básico de cualquier viaje a La Rioja y ayuda a vislumbrar, si no se conoce ya, las diferencias entre vinos. No es mala idea visitar más de una porque además de las diferencias de sus vinos están las particularidades arquitectónicas de cada bodega.
Sin embargo, la visita a Haro no estaría completa sin disfrutar del encanto medieval que transmiten sus palacios y calles empedradas. Ni sería sensato no pisar el Barrio de la estación, repleta de tascas y donde se concentra el mayor número de bodegas centenarias del mundo. No en vano es en ese enclave, en torno a la estación del ferrocarril conocido como la milla de oro del vino de Rioja, donde cada año se celebra una famosísima y múltiple cata a la que pueden acudir los mayores de 18 años. La pandemia, imponiéndose a los hábitos, ha obligado a suspender las dos últimas ediciones que vuelven a recuperarse en junio de 2022.