En el casco viejo de la ciudad se levanta el Hotel con Encanto.
El edificio tiene cinco plantas y su estilo art decó le da ese aire europeo que otros edificios del centro también tienen. Cuando lo construyeron, imperaba esa tendencia arquitectónica que sedujo y la verdad, hoy muchos se alegran de que así fuera porque la ciudad sin este edificio y sin los otros que se le parecen, habría perdido su… encanto.
Al principio fue un hotel muy frecuentado pero en la actualidad muy poca gente se hospeda allí. A los ojos de quienes no conocen este hotel, todo se debe a que el centro luce abandonado, que los barrios residenciales han incluido en su oferta turística a las habitaciones y apartamentos de alquiler, siempre bajo una sombra de evasión de impuestos, falta de declaración de ingresos, informalidad, etc. Alguien incluso dijo que en el Hotel con Encanto las habitaciones huelen mal, que los muebles son viejos y que en la noche no se puede dormir.
El dueño del hotel es un anciano que antes trabaja de sol a sol, los siete días de la semana. Ahora vive en un departamento a dos calles del hotel y solamente va a supervisar durante la hora del almuerzo y al caer la noche cuando revisa por una hora, las cuentas que el contador le deja sobre su escritorio. Su esposa lo abandonó con sus dos hijas porque él no les daba la atención necesaria. Muchas veces el trabajo se convierte en una obsesión y el anciano señor fue víctima de ella. La familia merece al menos todo el fin de semana y algunas horas entre semana pero el propietario escasamente veía a su familia; su cercanía era mayor con los empleados de quienes conocía todo: nombres completos, direcciones, teléfonos, nombre de la mujer o del marido y hasta los nombres de los hijos y sus edades.
El recepcionista con más años de trabajo en el hotel, lleva treinta años ininterrumpidos en el puesto. Conoce todas las intimidades del edificio: sistemas de tuberías de agua, cableado eléctrico, muros falsos, todas las áreas de servicio, conoce donde rechinaban los pisos, donde se siente más humedad en las paredes, conoce la habitación más ruidosa y la menos ruidosa por la bulla de la calle, conoce cada herramienta, mueble en desuso y hasta adornos viejos y rotos que se han depositado en la bodega del hotel. Si alguien podía llamarse “mano derecha” del dueño del hotel, ese es el recepcionista.
Lo triste es que el recepcionista no ha sido honesto con el dueño. Él sí sabe porque cada vez hay menos huéspedes.
Todo comenzó hace veinticinco años. Un día la camarera preguntó a qué hora salía la señora que se oía cantar de la habitación 208, para poder entrar a limpiar. El recepcionista sabía que en la 208 no había nadie. Cierto tiempo después, un huésped reportó que en la habitación 406 sintió que alguien estuvo sentado en el sillón de cuero frente a la cama mientras él dormía, entre dormido y despierto vio una silueta pero al encender la luz, esa persona salió del cuarto. Meses después, el técnico que reparaba un ventilar de techo en la habitación 505, aseguró que le vaciaron todas las herramientas desde el balcón a la calle, mientras salía a buscar unos tornillos.
Un día, el recepcionista tuvo que entregar la ropa de la lavandería en la habitación 309 y pudo ver una mujer de vestido largo y negro pasar de la habitación 303 a la 305 sin que se oyeran ni las cerraduras al abrir, ni los topes de las puertas al cerrarse. Ella lo miró y el recepcionista quedó sin aliento porque la mirada, en un pálido rostro, parecía desafiante y ante un motivo inexistente.
Así, a lo largo de los años, las cosas cambiaban de lugar, se oían cantos y pasos, algunas puertas se cerraban y quedaban atoradas por muchos minutos antes que las pudieran abrir sin maña ni dificultad. Varias camareras renunciaron al sentir que debajo de las camas tocaban sus pantorrillas o escuchaban que las llamaban sin poder ver quien lo hacía y eso las asustó al extremo de no querer saber más del lugar.
Definitivamente, el Hotel con Encanto, estaba encantado.
En este negocio, las recomendaciones de boca en boca cuentan mucho pero para el hotel lo que la gente decía no era bueno y eso le restaba huéspedes. No todos esperan que quedarse en un hotel encantado sea una grata experiencia.
Un día, el dueño se encontró con su recepcionista de confianza. El anciano no solamente estaba ya cansado sino además se lo notaba muy triste; por eso, el recepcionista aceptó de buena gana sentarse al lado de su jefe y compartir una taza de café. Mientras conversaban del futuro que les esperaba, debido a la baja de huéspedes, los costos fijos siempre altos y el inexistente capital para reinvertir, el anciano recordó algo. Le contó al recepcionista que su madre nunca quiso que se dedicara a este negocio. Le había dicho que sería arriesgar su propia felicidad pues el edificio lo encadenaría a una rutina, justa y necesaria para un hotelero pero que, exigía un gran costo personal. Ahora estaba solo, viejo y cansado pero ante todo infeliz. El anciano le dijo que él siempre quiso a su madre pero que sus palabras fueron como una maldición para él. Al levantarse recordó que conservaba una foto de ella en la billetera y la sacó. El recepcionista la miró y reconoció el rostro pálido, frio y hasta amenazante que había visto antes cruzando de la habitación 303 a la 305, sin hacer ni siquiera ruido con sus pisadas pues esa presencia parecía flotar sobre el piso.
Mañana se cierra definitivamente el Hotel con Encanto. Lo que el anciano, el recepcionista y ahora ustedes no saben es, si la huésped, que por los pasillos vaga, se irá tranquila o si por alguna fuerza maligna, ha quedado allí atada.