La bocina del tren resultó ser nuestro despertador y después de pasar una noche en él, decidimos salir de nuestras cuchetas e ir por un rico chai, en nuestra lengua, un té con leche. 925km es la distancia que separa a Nueva Delhi de Jaislamer. Esta última, ubicada en la zona occidental de la India, estado de Rajastan y próxima a Pakistán. Rodeada de una gran extensión de arena y colinas rocosas, Jaislamer forma parte del Gran Desierto Indio. A medida que transcurría la mañana, nuestros ojos caían presos del paisaje desértico el cual, a pesar de su monotonía, nos mantenía aun expectantes. Un cielo azul cubría las repetidas e interminables dunas de arena. Los jóvenes vendedores de té se tornaban familiares y los pasajeros indios no ocultaban su curiosidad hacia nosotros. Luego de 18 horas de viaje, el reloj nos indicaba que se acercaba el mediodía y los pasajeros en el pasillo, con su ansiedad tan característica, nos confirmaban la proximidad a nuestro destino.
Jaislamer es también conocida como La Ciudad Dorada, basta con observarla para confirmarlo. Como un oasis en medio del desierto, se eleva sobre una colina rocosa un viejo fuerte con 99 bastiones imponiendo un gran respeto. Con un palacio real, tiendas de bordados y varias casas comerciales a la espera de los turistas, este castillo construido con piedra arenisca de tono dorado, representa por excelencia los tiempos de oro de la nación. En sus tiempos fue un enclave estratégico para aquellas caravanas comerciales que debían atravesar el gran desierto en busca de nuevos negocios. El calor era agobiante y la ciudad se camuflaba entre la confusión de sus casas amarillas y el dorado de su geografía.
El día recién comenzaba para nosotros ya que nuestro objetivo era pasar la noche en el desierto de Thar. Las altas temperaturas seguían nuestros pasos hacia el hotel, el cual se ubicaba dentro del fuerte. A medida que nos acercábamos las calles se tornaban más estrechas y rodeados de vacas, mercaderes, templos religiones y extrañas miradas lográbamos dar con nuestro lugar. Un edificio de antaño albergaba un hermoso complejo de habitaciones en fiel reflejo a la vida de aquellos tiempos. El simple hecho de ingresar al fuerte por sus grandes puertas lograba transportar a cada nueva alma a su época de esplendor.
La tarde se adueñaba del momento y con un ligero equipaje dejábamos el hotel en busca de una nueva aventura. El desierto de Thar o Gran Desierto Indio, alberga una de las excursiones más exóticas y atrapantes de la India. Montar a camello a través de él en busca de unas cálidas dunas donde dormir, era sólo el comienzo. Volviendo a la camioneta, la ruta nos daba la bienvenida entre cabras y animales salvajes. Al poco tiempo dimos con una pequeña tribu local en donde nos harían entrega de los animales para dar así, inicio a nuestra excursión.
Cautivados por el ambiente, nos aventuramos a ensillar nuestros camellos y cargar las provisiones sobre ellos. El sol comenzaba a dar señales de las escasas horas de luz que íbamos a tener por delante. Ya arriba de nuestros cuadrúpedos, iniciamos nuestros primeros pasos hacia las dunas que serían hogar de una noche.
El silencio era protagonista de la escena y junto a la soledad, ambas comenzaban a someternos en la mística ruta de mercaderes de antaño. A medida que avanzábamos el desierto nos iba tragando y lejos de sentirnos solos, disfrutábamos las canciones Hindi de nuestro joven guía y el suave cascabeleo de los camellos al caminar. En fila india nuestros cuerpos se movían entre los desniveles de las dunas de arenas y la sufrida vegetación. El atardecer era evidente y luego de unas horas arribamos a nuestro destino.
El sol se sumergía en medio de la naturaleza y nuestros corazones. Sabiendo que la noche iba a caer en manos del frio, decidimos preparar el fuego y desplegar las mantas que yacerían en el suelo, aun cálido. Mientras preparábamos la cena, disfrutamos de viejas leyendas y cantos que dejaban calmadas a nuestras fieras de cuatro patas. Bajo el sabor picante y el calor del fuego fuimos inducidos por el cansancio. En ausencia de la luna, nuestro cielo se vio colapsado por las estrellas y tirados bajo ellas, nos dispusimos a contemplarlas. Un mágico momento se adueñó del tiempo y como una vieja compañía de caravanas, dormimos al lado de nuestros camellos al compás de los ruidos del desierto.
La noche dio paso al amanecer y atentos a él, disfrutamos de una salida perfecta detrás de las dunas. Un pequeño escarabajo era el único movimiento que dominaba el mar arenoso. Todo estaba quieto, en su lugar. La mañana trajo consigo al desayuno y reincorporando energías compartimos de la calma del momento. El sol nos indicaba que era tiempo de partir. De a poco, fuimos dejando atrás nuestras huellas. Mirando por nuestras espaldas, nos dispusimos a observar por última vez las consumidas cenizas del fuego. El desierto quedaría ahí, y nuestros corazones también.
Tips para el viajero
- Alimentos y bebidas: Se ocupa la agencia contratada.
- Ropa: cómoda para el día y abrigo para la noche.
- Bolsa de dormir para los friolentos.
- Pantalla solar.
- Repelente de insectos.
- Sombrero.
- Anteojos de sol.
- Cámara de fotos.
- Traslado: desde el hotel hasta el inicio de la excursión, ídem vuelta.
- Época Sugerida: diciembre a marzo, a fin de evitar altas temperaturas.
- Dinero: para las propinas de los camelleros.