Hasta la década de 1990 era posible visitar las instalaciones productivas de la Guinness Storehouse en Dublín. Actualmente, por razones de seguridad, el público accede al centro de visitantes, que es un sight considerado a nivel mundial. Sin embargo, existe una cantidad inabarcable de sights locales, algunos con alta vinculación con el territorio: la fábrica de galletas Trias (Santa Coloma de Farners, España), la cervecería La Cibeles (Leganés, España), la quesería Gruyère (en Pringy-Gruyères y en Les Ponts-de-Martel, Suiza) o la Dublin Bottling Works (Dublín, Texas, Estados Unidos).
Parece plausible que el creciente interés en visitar centros de producción relacionados con la alimentación esté vinculado a un cambio de valores en la sociedad. La conciencia sobre la importancia de la comida en nuestras vidas ha ido en aumento desde muchas perspectivas. Por ejemplo, en las corrientes de slow food y, sobre todo, kilómetro 0, que enfatizan las mejores cualidades de los productos agrícolas e incluso agropecuarios producidos cerca del punto de consumo. Estas cualidades son nutricionales, pero también socioambientales y relacionadas con las enfermedades provocadas por los químicos.
Una parte de esta mayor apreciación de los alimentos tiene también un origen intelectual: la función de la comida y su historia influyen en su apreciación, como puentes entre los recursos de un territorio y la forma en que los usan sus habitantes. También tienen su lugar las prácticas contemporáneas que parten, o no, de las ancestrales. Por ejemplo, el espacio Mas Marroch de El Celler de Can Roca está edificado utilizando la técnica de construcción con piedra seca.
En cuestiones de comida parece que la percepción de frescura del producto está asociada a la escenografía del lugar en el que se consume. Es decir, existe un imaginario de lugares en la experiencia de comer o beber parece más saludable, más placentera o más auténtica. Aun cuando el mundo virtual está en expansión, el espíritu del lugar (sense of place) opera plenamente.
Muchos mercados se han convertido en atracciones turísticas, no solamente para la compra de artesanías, sino como lugares supuestamente populares para comer. También otros lugares, como las lonjas de pescadores están habilitando espacios para acoger visitantes consiguiendo un triple objetivo: conocimiento y valoración de su oficio, que la sociedad en general conozca el sector primario y una fuente de ingresos extra (siguiendo el mismo patrón que inicialmente animó al turismo rural).
En Yokohama (cerca de Tokyo, Japón) existe el Shin-Yokohama Ramen Museum (新横浜ラーメン博物館). El ramen es un plato a base de sopa de fideos con diferentes bases y aderezos que originalmente fue introducido desde China. En Japón, en la década de 1970, Momofuku Ando creó una versión instantánea, la cual permitía a la sociedad que sufría la escasez de la posguerra poder tomar una comida caliente (pero esto es otro museo).
Las primeras salas del edificio acogen un centro de visitantes al uso: la historia del plato y algunas formas de preparación, incluyendo la posibilidad de reservar talleres para preparar los fideos desde la harina.
En la planta baja hay una reproducción de la zona histórica Shitamachi (en Tokyo) en los años 1950, cuando los boles de ramen estaba creciendo rápidamente. Edificios, calles, carteles, la iluminación e incluso los artistas callejeros recrean el ambiente de tarde-noche. Nueve restaurantes igualmente ambientados ofrecen distintos platos de ramen, desde los tradicionales hacia versiones contemporáneas e incluso fusión. Los tickets pueden comprarse en máquinas de vending (que se han convertido en un atractivo turístico por derecho propio) en el exterior de los restaurantes.
A la vista de estos fenómenos, sería interesante estudiar el imaginario de la alimentación teniendo en cuenta sus componentes nutritivos, los procesos de producción y los contextos culturales, pero también los lugares y los tiempos de consumo.
Créditos
- Imagen1: De Calton – Trabajo propio, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=2639240