Guardo un recuerdo casi perfecto del día que llegué a pisar por primera vez las blancas arenas de la Isla Mujeres. Territorio de ocho kilómetros de largo rodeado de aguas cristalinas que los Mayas consagraron en honor a Ixchel, Diosa de la Luna, el amor y la fertilidad. Ojalá alguien me hubiese advertido que, al llegar a la llamada isla del amor, quedaría atrapado en un antaño conjuro de amor caribeño. Y es que no creo que sea yo el primero (ni el último) que además de quedar encantado por el color turquesa de sus tranquilas aguas, también quedé perdidamente enamorado de una isleña de ojos claros color verde y piel dorada.
Ha pasado el tiempo y aún recuerdo el atardecer que aquel día pintaba el apacible mar. Recuerdo los ojos de la trigueña, y recuerdo su ritmo al andar. Ya te lo digo, en Isla Mujeres sentí que lo tuve todo, menos el corazón de la trigueña.
Aunque quisiera que esto fuera una historia vacacional, la verdad es que esta es la historia de un romance fallido que vale la pena contar. Esta es la historia de un hombre aventurero, arriesgado y capaz. Es la leyenda de un pirata que, al igual que yo, al llegar a la isla enloqueció de amor por una mujer hecha de miel.
Sería válido preguntar: ¿Qué secreto encanto les regalo la diosa Ixchel a las mujeres isleñas que pasado el tiempo aún conservan poder sobre las vidas de los hombres?
Fermín Antonio Mundaca fue un explorador, mercenario y traficante de esclavos de origen español, que ya en 1858, había formado una fortuna con la venta y tráfico de esclavos desde África hacia Cuba. Acusado del infame comercio de esclavos, encontró en Isla Mujeres el lugar ideal para esconderse.
Al igual que muchos de nosotros, su llegada a Isla Mujeres sería un parteaguas en su vida. Y es que, queridos lectores, cualquiera que haya tenido la oportunidad de pisar la isla sabe que no hay encanto más fuerte que un fondo azul turquesa con un alargado pedazo de tierra iluminado por los primeros rayos de sol, y sobre ella una mujer de cabello largo y ondulado, esbelta, de ojos preciosos y piel bronceada por el sol del Caribe.
El pirata Mundaca sucumbió ante los encantos de Prisca Gómez Pantoja, una nativa de la isla, a la que apodaban La Trigueña. Una mujer sensual que no necesitaba de nadie para brillar, de esas que todos los hombres quisieran haber amado un día.
La Trigueña era una mujer hecha de miel; miel que fue la amargura de un enamorado cuya pasión se agigantaba con el tiempo. Cuenta la gente que por muchos años el pirata contrabandista se dedicó a construir una hacienda en la parte sur de la isla inspirada en ella, a la cual llamó «Vista Alegre». El sitio que para ese entonces llegaba a ocupar casi el 40% de toda Isla Mujeres, poco a poco se fue colmando con pozos, arcos y hermosos jardines llenos de exóticas plantas con el fin de algún día compartir su hogar con la trigueña.
Unos pocos habitantes, cuentan que en realidad el pirata estaba buscando un tesoro y la construcción de la hacienda era tan solo un pretexto para encontrarlo. A mi parecer, La Trigueña era el tesoro en sí mismo.
Mundaca, ofreció la grandeza de su hacienda a La Trigueña como prueba de su amor, inclusive construyó a la entrada un arco que llamó “La Entrada de La Trigueña”. Desafortunadamente, ella nunca transitó por ahí. Su amor nunca fue correspondido pues la joven Prisca le consideraba demasiado mayor para ella. Habrá que decir que cuándo Fermín Mundaca se enamora de la trigueña él ya tenía 55 años, frente a los 16 de la bella dama.
Para nada sirvió que cada detalle de su obra estuviera dedicada a su amada, pues ésta terminó dándole su amor a otro joven isleño. Acabando de romper un corazón ya maltrecho.
El pirata, atrapado en un mal de amores, terminó sus días completamente loco; y según cuentan, murió en la más terrible soledad en la ciudad mexicana de Mérida. Se dice que, en su locura y perdido en la niebla, construyó su propia tumba, y talló las puertas de la hacienda con el nombre de la trigueña. Era frecuente verle recorrer sin rumbo la playa de Isla Mujeres, con la mirada perdida mientras se repetía asimismo «Vivir sin amor, no es vivir». Y aunque no murió ni fue enterrado en la isla. Al día de hoy, aún se conserva en el cementerio de Isla Mujeres su tumba vacía. Ahí puede leerse un epitafio escrito por el propio pirata: Lo que tú eres, yo fui; Lo que yo soy, luego serás.
Además, el frente de la tumba tiene la inscripción “Ruega por nosotros”. Según algunas suposiciones “Lo que tú eres, yo fui” le quería dar a entender a su amada que, él también fue joven y ella también envejecerá. Sí su amor y su desdén fueron pecados, digamos al gran arquitecto del Universo: “Ruega por nosotros”.
Actualmente, la originalmente bautizada como hacienda Vista Alegre, es llamada Hacienda Mundaca. Este lugar lleno de historia y desamor se encuentra en 4 km. del sur de Isla Mujeres, bastante cerca de la Tortugranja. Aunque hoy en día es posible visitar esta gran extensión con antiguos jardines, una mansión reconstruida y restos de lo que el pirata Mundaca hizo para ganarse el amor de su Trigueña, aún necesita explotar su potencial turístico…
¿Y tú qué dices? Isla Mujeres, ¿Un lugar para enamorarse o para morir de amor? ¿Cuál es tu historia?