Viajábamos por carretera de regreso a nuestra casa en Bogotá, aún nos faltaban 4 horas cuando al lado derecho de la carretera vimos una señal turística con una flecha y un letrero que decía “Ciudad Perdida”. No teníamos ni idea de qué se trataba, pero nos miramos y supimos inmediatamente que las horas para regresar a casa serían aún más.
En Colombia existe una “Ciudad Perdida” muy reconocida por ser uno de los principales sitios arqueológicos del país. Fue construida por los Tayronas aproximadamente en el 800 d. C. (650 años antes que Machu Picchu) y queda ubicada en la Sierra Nevada de Santa Marta en el departamento del Magdalena. Sin embargo, estábamos a cientos de kilómetros de ese lugar. Así que mientras avanzábamos en el carro por el desvío que habíamos tomado, solo podíamos preguntarnos ¿A dónde estaremos yendo?
Avanzamos unos 20 minutos por una vía angosta cuando vimos una valla que decía “Ciudad Perdida de Falan”. Este nombre tampoco nos decía mucho, pues Falan es el municipio del departamento del Tolima donde nos encontrábamos. Habíamos llegado a un destino turístico que no sabíamos que existía. La emoción de descubrir y aventurarnos a lo desconocido nos invadió.
Pagamos el ingreso y empezamos el recorrido a pie por un sendero rodeado de espesa naturaleza. Seguimos un poco y nos encontramos con un punto de canopy, donde los valientes se lanzan en cable a toda velocidad en medio de las copas de los árboles. Los que deciden no aventurarse, continúan el sendero en descenso que unos pasos más adelante comienza a bordear la quebrada Morales.
La quebrada, de generoso caudal, nos acompaña de ahí en adelante empezando con una zona de cascadas donde se practica el torrentismo (rápel en caídas de agua). El agua tiene un color verde esmeralda que se observa mejor en las piscinas naturales que se forman a lo largo del recorrido. La primera y más grande está a unos 20 minutos de comenzar el sendero. Algunos turistas solo llegan hasta ahí y se devuelven, sin saber lo que está más adelante.
Nosotros continuamos bajando y disfrutando del paisaje, cuando empezamos a ver algunas construcciones y túneles de piedra abandonados y cubiertos por musgo. Resulta ser que las ruinas que se pueden observar son los vestigios de las minas de oro y plata de Las Reales Minas de Santa Ana, construidas en la época de la colonia por unos dos mil esclavos indígenas y negros. Los túneles, bodegas, murallas y demás construcciones fueron hechos de laja, un tipo de piedra plana y lisa, la cual en aquella época también se usaba en España y Francia.
Los españoles explotaron las minas en los siglos 16 y 17. Posteriormente llegarían los ingleses, quienes continuaron explotando estos minerales hasta abandonar el lugar en el siglo 19. Cuentan que grandes hombres de la historia colombiana tales como Simón Bolívar, José Celestino Mutis y Alexander Von Humbolt pasaron por estas construcciones que debido a la extracción prolongada, se fueron hundiendo lentamente hasta quedar ocultas entre la naturaleza.
Más de 100 años pasaron hasta que a mediados de los 80 el periodista Roberto Tovar Gaitán redescubrió este lugar en una expedición que lo llevó a internarse en la selva por varios días. A partir de su hallazgo comenzó a popularizarse el nombre “Ciudad Perdida”.
Habiendo pasado unos tres túneles y visto varias construcciones, se llega al final del sendero, donde todo lo que queda es regresar subiendo. Los amantes del ejercicio lo pueden hacer fácilmente, pero es cierto que requiere de buena condición física. Por eso también existe la opción de regresar a caballo, para terminar esta experiencia de una forma más emocionante y cómoda. Aunque el recorrido se puede hacer en 4 horas, lo recomendado para disfrutar plenamente el lugar es permanecer todo el día.
El nombre “Ciudad Perdida” representa poco o nada de lo que es el destino. Aun así, no deja de ser una experiencia bastante interesante que conjuga el ecoturismo, el turismo de aventura y por supuesto el histórico-cultural.
Esta es una crónica que no estaría contando, si no creyera que algunas de las mejores cosas pasan cuando dejamos los planes a un lado y seguimos nuestro corazón. Aventurarnos a lo desconocido da miedo en todos los aspectos de nuestras vidas, pero muchas veces termina siendo la mejor decisión.