Estoy seguro de que, ahora mismo, todo mundo sabe ya que Al Rihla es el balón oficial del Mundial de fútbol de 2022, un balón que se inspira en la cultura de Qatar y que promete una gran experiencia de juego en los partidos de este verano. Sin embargo, para quienes estudiamos el turismo, la palabra árabe rihla tiene un significado mucho más atractivo.
Este término, que suele traducirse como viaje, periplo, travesía, etc., designa también a un interesante género literario: los relatos de viajes que comienzan a aparecer en el siglo XII en Al-Andalus (territorio actualmente equivalente a la mitad sur de la Península Ibérica) y el norte de África, ambas regiones pobladas entonces por musulmanes. Se trata de una época en la cual el Mediterráneo se hallaba plenamente interconectado, comunicando tanto los dominios del imperio islámico como el imperio bizantino y los reinos cristianos occidentales.
El Islam es una religión que ve con buenos ojos los viajes y el turismo. El hach, la peregrinación a La Meca durante el duodécimo mes del calendario, es obligatorio al menos una vez en la vida para todos los musulmanes que dispongan de salud y medios económicos. Este hach o peregrinación mayor constituye uno de los cinco pilares del Islam, uno de los preceptos básicos que debe cumplir cualquier buen musulmán. Por su parte, la umrah o peregrinación menor, una visita a La Meca que puede llevarse a cabo en cualquier momento del año y que involucra un menor número de exigencias rituales, también es una práctica altamente recomendada por esta religión.
Además de tal impulso religioso, y junto a motivos clásicos como el comercio o la diplomacia, otro elemento que animaba a viajar a los mahometanos medievales era el ansia de conocimiento. Ayuda a entender este aspecto un conocido dicho del Profeta: “busca el conocimiento aunque esté en China”. Así, muchos geógrafos preferían basarse en sus experiencias personales a la hora de escribir, por lo cual viajaron intensamente por diversos territorios del Viejo Mundo, como sucede con Ya’qubi (siglo IX) o Ibn Rustah (siglo X).
La rihla combina elementos literarios y científicos, así como reflexiones personales de los viajeros y, como cabe suponer, numerosas anécdotas originadas en los viajes. Se pueden encontrar en estos libros descripciones de paisajes, climas y elementos naturales como ríos, montañas o desiertos, también costumbres y leyendas de los pueblos con que se encuentra el viajero, lo mismo que su historia o sus actividades económicas, todo ello narrado con una gran calidad estilística. Constituye, por tanto, un gran aporte a la literatura, pero también a disciplinas como la etnología o la ya mencionada geografía, que conoció un fuerte desarrollo en el Islam medieval.
Para mostrar el interés de este género literario, presentaré brevemente a dos grandes viajeros islámicos de la Edad Media y comienzos de la Edad Moderna, los cuales dejaron por escrito la narración de sus viajes. El primero de ellos es Ibn Yubair, nacido en Valencia (España) en el año 1145. Una tradición, tal vez fantasiosa, cuenta que peregrina a La Meca porque, mientras trabajaba al servicio del gobernador de Granada, fue obligado a beber vino, algo totalmente prohibido por su religión y que le impulsó a peregrinar para expiar su falta.
Ibn Yubair, precursor de la rihla
Ibn Yubair sale de la Península Ibérica por Tarifa en 1183, y en Ceuta aborda una nave con destino a Alejandría. Entre Cerdeña y Sicilia, una horrible tormenta amenaza con hundir el barco, pero finalmente consigue llegar a su destino, donde le aguarda la humillante experiencia de pasar la aduana egipcia. Continúa viaje hasta El Cairo, desde donde alcanza las orillas del Mar Rojo, para navegar hasta el puerto de Yeda, a unos 300 km de La Meca. Aquí pasa unos ocho meses, en los cuales lleva a cabo tanto el hach como la umrah. Sus descripciones de La Meca y las actividades religiosas llevadas a cabo en esta ciudad santa son extremadamente minuciosas.
Después, viaja a Medina para visitar la tumba del Profeta, y continúa viaje hacia el norte, visitando Bagdad, por entonces en decadencia, al igual que el califato abbasí que la tenía por capital, y ciudades como Mosul, Damasco, Tiro o Acre, desde donde emprende su regreso a Al-Andalus. Éste reviste también un gran interés, no sólo por el naufragio que tuvo que enfrentar, sino especialmente por sus descripciones del reino normando de Sicilia y la situación de los musulmanes en el mismo.
La observación detenida e independiente, sin una carga ideológica excesiva, es un elemento que está siempre presente en los escritos de viajes de Ibn Yubair, que por otra parte se desarrollan en una época de transformación, en la cual se están produciendo múltiples cambios a lo largo del imperio islámico. Cambios que son consignados en este peculiar género inaugurado por Ibn Yubair, la rihla, que incluye no sólo narraciones de interés geográfico, histórico o político, como era usual hasta entonces, sino también una buena dosis de expresión personal y atención a la calidad literaria. Con respecto a este último elemento, debe decirse que, según los especialistas, ninguno de los múltiples imitadores de Ibn Yubair que proliferaron durante los siglos posteriores, logró alcanzar el nivel de este autor.
Ibn Yubair realizaría aún otra peregrinación entre 1189 y 1191, luego de enterarse de que Saladino, de quien habló elogiosamente en sus escritos, había reconquistado Jerusalén para el Islam. Murió en Alejandría el año 1217, después de haber peregrinado por tercera vez a La Meca y habiéndose convertido en un prestigioso escritor y maestro.
Omar Patún, de España a La Meca
El segundo viajero que presentaré aquí es Omar Patún, un mudéjar, es decir, un musulmán que vivía en el territorio español reconquistado por los cristianos, concretamente en la ciudad de Ávila. Patún inició su hach en 1491: después de un recorrido inicial por España, del cual no da demasiados datos (quizá para mantener los detalles de la peregrinación relativamente reservados en caso de que su manuscrito llegase a manos de las autoridades católicas) se embarca en Tortosa con dirección a Túnez, donde pasa más de un año esperando un barco que lo lleve hacia Oriente. Finalmente se embarca en un navío veneciano con destino a Beirut, el cual debido a una epidemia acaba abandonando a todos los pasajeros en el pequeño puerto turco de Chesme, desde donde Patún debe avanzar a lomos de camello hasta Estambul.
Desde allí, pasando por Ankara y Alepo, viaja hasta Damasco, una ciudad en la que permanece cinco meses y que impresiona a Patún hasta el punto de compararla con el paraíso. Las visitas a lugares sagrados o de importancia histórica para el Islam serán una constante durante todo el resto del viaje, que lo conduce en primer lugar a Jerusalén y después a El Cairo, para navegar luego por las peligrosas aguas del Mar Rojo hasta Yeda.
Al igual que sucedía con Ibn Yubair, la estancia en La Meca, el centro espiritual de la religión islámica, constituye la parte más importante del relato de Patún. Además de describir los ritos en que participa, como las siete vueltas que todos los musulmanes deben dar alrededor de la Ka’aba, caminando en sentido contrario a las agujas del reloj, o el ascenso al monte Arafat, Patún lleva a cabo interesantes descripciones de los monumentos y lugares santos de la ciudad (por ejemplo, el lugar de nacimiento del Profeta), entremezcladas con sus reflexiones acerca del significado de esta peregrinación para un mahometano.
No trataré los interesantes detalles de su regreso a España, porque creo que con lo escrito hasta aquí los y las lectoras ya habrán podido captar algo del atractivo que la rihla posee como género literario. A quienes quieran profundizar en el tema, les recomiendo iniciar su recorrido con el libro de Ibn Yubair que dio origen a dicho género, una obra traducida al español con el título de A través del Oriente.