México es un país de creencias y tradiciones milenarias, un territorio privilegiado por una increíble naturaleza que ha fungido como escenario e inspiración de múltiples leyendas que con el paso del tiempo se han convertido en pieza fundamental del patrimonio cultural intangible del pueblo mexicano.
Las leyendas mexicanas definen e identifican al México actual, la cultura mexicana no podría concebirse sin sus historias contadas a lo largo de siglos, relatos basados en hechos reales mezclados con un poco de fantasía.
Recopilar leyendas mexicanas de los 32 estados de la república requeriría tomos completos de libros, por lo que a continuación te presentamos una pequeña lista de algunas de las leyendas cortas mexicanas más representativas y reconocidas:
Índice
Leyenda corta mexicana: «Los volcanes»
Esta leyenda mexicana toma como referencia dos de los volcanes más altos e icónicos de México, el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl, ubicados en el valle de México, dos suntuosas obras de la naturaleza que son fácilmente apreciables desde la Ciudad de México entre otras partes cercanas a la capital.
La historia relata que Iztaccíhuatl (mujer blanca en náhuatl) era una joven princesa tlaxcalteca de belleza inigualable, misma que sostenía una relación amorosa con el más valiente y fuerte guerrero de toda la nación tlaxcalteca, Popocatépetl (montaña que humea en náhuatl).
Durante la guerra que sostenían contra el imperio azteca, el vigoroso guerrero fue enviado en primera línea de batalla para frenar al enemigo que se acercaba amenazante, sin embargo, los días transcurrieron sin que se supiera nada de los guerreros tlaxcaltecas.
Situación que un noble, pretendiente de Iztaccíhuatl aprovechó para hacer circular el rumor de que Popocatépetl había muerto junto a sus hombres, pues se sabía que tras el retorno del guerrero, contraerían matrimonio.
La princesa, al enterarse del rumor, cayó en una terrible depresión que en cuestión de días le causó la muerte.
No obstante, Popocatépetl muy poco tiempo después regresó lleno de gloria y felicidad porque había salido victorioso en el campo de batalla, listo para casarse con la mujer que amaba sin saber la triste noticia que le aguardaba.
Al enterarse, el guerrero fue a buscar el cuerpo aún incorruptible de Iztaccíhuatl, a quien tomó entre sus fuertes brazos y la llevó a lo más alto de una montaña donde estaba decidido a velar su cuerpo por la eternidad.
Con el pasar del tiempo, sus cuerpos fueron cubiertos por la nieve que cubría la cima de la montaña, convirtiéndolos en dos volcanes, los que curiosamente sí tienen forma humanoide, aunque se destaca el de Iztaccíhuatl, pues su figura es exactamente el de una mujer acostada de perfil.
Leyenda corta mexicana: «El charro negro»
Se dice que hace mucho tiempo en San Juan de los Lagos, ciudad de los altos de Jalisco, habitó una familia de campesinos muy pobres, conformada por madre, padre y un hijo. El joven deseaba tener dinero y vestir bien, vestir con los trajes de charro más bellos y finos, sin embargo, por más que trabajaba la tierra, la pobreza no se separaba de él ni de su familia.
Un mal día, tras un fatal accidente, los padres del joven murieron, dejando al chico en un mar de deudas que empeoraron su condición económica.
Una noche, tras unos tragos de tequila, invocó al diablo para venderle su alma a cambio de riqueza, a lo que “el saltapatrás” inmediatamente se presentó.
Sin dudarlo un poco, el joven aceptó sin escuchar las risas burlonas del diablo que rápidamente le ofreció costales llenos de monedas de oro.
Desde ese momento, cualquier negocio o apuesta siempre le resultaba favorable al joven, hecho que aumentaba impresionantemente su riqueza. Sin embargo, con el pasar del tiempo la soledad y la tristeza eran sus únicas acompañantes de vida, entre más dinero tenía más solo se sentía, ninguna mujer o amistad lo llenaba porque toda persona que se le acercaba, sólo se fijaba en su dinero.
Una madrugada, el diablo se le apareció para exigir su pago, a lo que le chico se negó, tratando de huir en su mejor caballo junto con una bolsa de monedas de oro, lo que fue una mala idea, pues satanás enfurecido lo emboscó arrebatando su alma mientras dictaba las siguientes palabras:
“Si no te quieres ir conmigo, te dejaré vagando junto con tu caballo por las llanuras oscuras al anochecer, tu condena será ofrecer esta bolsa de monedas de oro que traes, si alguien te las acepta cambiarás tu lugar con esa pobre alma y entonces serás libre”.
Por lo que cada noche, por las zonas rurales de México, se puede ver a un charro con ojos de fuego, sobre un caballo de aspecto infernal, suplicando que alguien le acepte sus monedas de oro.
Leyenda de Guanajuato: «El callejón del beso»
Esta leyenda mexicana trata de una familia con gran poder económico que compró una casa en Guanajuato, en un callejón angosto, que se encontraba justo frente a una casa humilde donde vivía un joven que trabaja en una mina de la ciudad.
Una de tantas noches, la hija de la familia salió a su balcón, y tal fue su suerte que se encontró con aquel joven apuesto: dice la leyenda que ¡fue amor a primera vista!
Desde entonces, los enamorados se veían cada noche en sus respectivos balcones, que quedaban frente a frente, solo separados por unos pocos centímetros. El encuentro amoroso siempre terminaba en un lindo y tierno beso.
Cuando el padre de la joven mujer se enteró de la relación, le prohibió volver a encontrarse con aquel pobre minero, pues eran de diferentes clases sociales.
Pero ninguno de ellos quiso renunciar a su amor.
Una noche, el padre de la joven, llenó de rabia, encontró a los novios besándose, por lo que sacó un puñal para acabar con la vida del chico, pero al calor de la pelea terminó incrustado el arma en el pecho de su hija, quien murió.
Desde entonces, dice la leyenda que cada pareja de enamorados que llegan al callejón y se dan un beso sincero en el tercer escalón, justo debajo de los balcones encontrados, tendrán 15 años de felicidad y abundancia. Por otro lado, si no cumplen con este hecho, tendrán 7 años de mala suerte y desamor.
Leyenda mexicana de Veracruz: «La mulata de Córdoba»
Esta leyenda tuvo lugar en la Ciudad de Córdoba, en el estado costero de Veracruz, hasta donde, durante siglo XVI, llegó una misteriosa mujer mulata de belleza exuberante, que rápidamente llamó la atención de toda persona que se la cruzara.
Su nombre era Soledad, sin embargo, eso era lo único que se sabía de ella, pues su vida era un total misterio, lo que generó que se comenzarán a decir cualquier cantidad de historias ficticias y habladurías sobre ella, aunque la verdad era que la envidia por su deslumbrante belleza era lo que incentivaba a que las personas hablaran.
Estos rumores llegaron al Santo Oficio, que comenzó a vigilar a Soledad de cerca, pues ahora también se decía que practicaba brujería.
Finalmente, al pasar de los años, comenzó a ser notorio que el tiempo no pasaba por su cuerpo, lejos de verse más vieja, con el tiempo lucía más radiante y bella, con aires de juventud, por lo que fue apresada por una acusación de brujería.
Sin embargo, al llegar a San Juan de Ulúa (lugar donde se le mantendría prisionera), se le notaba feliz y muy tranquila, como si no le importara el problema en el que estaba.
Cuando llegó el día de su juicio, el soldado que se dirigía a su celda para llevarla, salió corriendo gritando que “la mulata” había escapado. Rápidamente, las autoridades fueron a la celda, en la que únicamente encontraron un barco pintado con un pedazo de carbón en la pared.
Desde ese momento se tiene que creencia de que aquella mulata de hermoso aspecto, sí tenía pacto con el diablo, mismo que aparte de darle juventud eterna, la había sacado de su celda en un barco en la pared.
Entre los marineros de la época, se decía que en las aguas del mar caribe, era posible divisar un barco que parecía perdido, en el que una hermosa mulata extendía sus brazos para saludar gustosa a todo aquel que la llegara a ver.
Leyenda del conejo en la luna
En México es común ver en la luna, el contorno de un conejo, hecho que desde tiempos ancestrales cautivó a los pobladores de Mesoamérica, ya que el astro lunar siempre se tornó en tintes de deidad y algo extraordinario.
Una antigua leyenda prehispánica intenta explicar la razón por la que un conejo se aprecia en la luna.
El relato dicta que el dios Quetzalcóatl, un buen día sintió el deseo de bajar a la tierra y caminar por ella, para lo que adoptó la imagen de un hombre, ya que su fisonomía cotidianamente era la de una serpiente emplumada.
Después de un largo día de caminata por la tierra donde pudo contemplar paisajes impresionantes y cielos puros y azules, el dios se dispuso a encontrar un lugar para descansar.
En este lugar se encontró un conejo que se acercó para saber quién era ese hombre de aspecto brillante, pues su curiosidad le había ganado. Al ver al hombre cansado y hambriento, el roedor se ofreció a ser la comida de Quetzalcóatl para que agarrara fuerzas y pudiera continuar su camino.
Quetzalcóatl, sumamente conmovido por la humildad y vocación de sacrificio del conejo, tomó al pequeño animal entre sus manos y lo extendió hacia la luna. En ese momento el contorno del conejo se impregnó en el astro, dejando una marca como reconocimiento, para la eternidad.
Es por eso que cada noche, cuando vemos un conejo en la luna, en realidad es un reconocimiento de los dioses a ese roedor que simboliza la actitud de gratitud, humildad y sacrificio que siempre se debe de tener.
Una leyenda corta mexicana más: «La planchada»
Se dice que en el sistema de salud pública de México, el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) alguna vez hubo una enfermera que siempre se destacó por su excelente servicio con los pacientes, que la querían como uno integrante de su familia por su trato cálido en los momentos más complicados de salud.
Según la leyenda mexicana, ella era la primera en llegar y la última en irse, también era la que tenía mayor experiencia y claro, la que se distinguía de todas las demás enfermeras por siempre tener su uniforme en un buen estado, impecable y con un planchado perfecto, de ahí su apodo de “la planchada”.
El tiempo transcurría y esta cariñosa enfermera cada día se iba ganando el afecto de más y más pacientes de todas las edades y todos los padecimientos, al grado en que no querían ser atendidos por nadie que no fuera ella.
No obstante, una mañana al salir de su turno nocturno, la enfermera sufrió un terrible accidente en el transporte público que terminó con su vida. No tardó mucho tiempo en llegar la noticia al hospital donde trabajaba. El director del hospital rápidamente buscó algún relevo para atender la gran demanda que había dejado.
Una joven recién egresada fue la elegida para tomar el lugar de la planchada, sin embargo, en su primer día, al iniciar su recorrido por los primeros pisos del hospital, se llevó la sorpresa de que todos los pacientes decían que habían sido ya atendidos por la planchada como siempre, por lo que no necesitaban nada.
La jovencita primero pensó que era una broma, pero al seguir avanzando a los demás pisos, los pacientes decían lo mismo.
Un poco confundida, la enfermera pensó que sería buena idea buscar un café para tomar un respiro. Al llegar hasta donde estaba la cafetera, al fondo del pasillo vio pasar a una enfermera de aires brillantes, con caminar lento y un uniforme perfectamente planchado, en ese instante cayó en cuenta de que el espíritu de la planchada seguía en el hospital cuidando a sus pacientes.
Desde ese momento en varios hospitales del IMSS a lo largo del país, dicen que la planchada es una aparición común entre los pasillos de los nosocomios; hasta han llegado a haber relatos de pacientes que dicen haber sido atendidos por la planchada en algún momento.
Leyenda de Juan Manuel
El centro histórico de la Ciudad de México durante la época virreinal fue escenario de múltiples historias que marcaron la identidad de la capital, una de tantas fue la de un viejo rico llamado Juan Manuel, quien tenía una casona en la calle que actualmente lleva el nombre de Uruguay, en el número 90.
Gracias a su familia de origen peninsular, Juan Manuel gozaba de una gran riqueza, originada del comercio de plata y otros metales preciosos. Juan Manuel había contraído matrimonio con Ana Porcel, una joven española de aspecto angelical e increíble belleza, lo que rápidamente despertó envidias y habladurías.
No tardó mucho tiempo en esparcirse el rumor de que Doña Ana tenía un amorío con un hombre joven como ella, sin embargo, a pesar de no haber pruebas, el rumor llegó a oídos de Juan Manuel, quién llenó de coraje, increpó a su mujer. Aunque la bella joven juraba que era falso y que ella no le era infiel.
Pero Juan Manuel desconfiaba de las palabras de la joven. La desesperación lo carcomía día con día a pesar de que le había prohibido salir y la mantenía en la casona todo día encerrada.
Una noche, mientras se encontraba en su estudio, el viejo preso de su desesperación, anhelo con todo su corazón vender al diablo su alma a cambio de saber el nombre del joven con quien supuestamente su esposa lo engañaba. De repente, un caballero de aspecto lúgubre y olor a azufre apareció en la esquina de la habitación, Juan Manuel impactado solamente escuchó las siguientes palabras “todos los días saldrás al portón de tu casa en punto de las once de la noche y al primer hombre que veas le preguntarás la hora, después de que te la diga lo apuñalarás. Si yo aparezco junto al cadáver en ese momento, sabrás que él es el origen de tu desgracia”.
Juan Manuel vio como aquel misterioso hombre se desvaneció en la oscuridad de la noche; sin pensarlo dos veces, desde el día siguiente a las once de la noche siguió las instrucciones del demonio, diciendo después de recibir respuesta del desafortunado peatón “dichoso eres de saber la hora de tu muerte”.
Así siguió por algunos días asesinando hombres de todas las edades, sin que apareciera el misterioso hombre. La policía jamás sospechó de los crímenes del viejo rico por su importante posición, a pesar de los cuerpos. Hasta que una noche, luego de asesinar a un joven de una puñalada limpia en el pecho, aquel caballero que se le apareció, posó junto al difunto.
No obstante, la historia no acabó ahí, pues antes de desaparecer, el caballero con olor a azufre, le dijo que desde ese momento su alma le pertenecía. Lleno de desconcierto, Juan Manuel observó que el joven a quien había asesinado era su sobrino más querido.
La mañana siguiente, Juan Manuel apareció colgado en su estudio, por lo que dice esta leyenda mexicana, que si se pasa delante del número 90 de la calle de Uruguay a eso de las once de la noche, verás a un señor que te pedirá la hora.