Al caer la noche, el insomnio se prolonga por varias inquietudes en mi mente: ¿será que mi trabajo estará asegurado?, ¿la formación académica de mis hijos será igual a través de clases virtuales?, ¿hasta cuándo será la mascarilla parte de mi atuendo?, ¿cómo afectará esta situación a mi vida?…
A la hora de salir de mi rutina diaria, era un alivio despejarme con un buen viaje, ya sea programando mis vacaciones o visitando el pueblo más cercano de la ciudad; pero el año 2020 trajo una ingrata noticia que paralizó al mundo entero con la pandemia del Covid-19.
Apago el televisor y pretendo darle sosiego a mi aturdida cabeza, me propongo viajar entre las cuatro paredes y que mi imaginación omita el ambiente cerrado de la habitación; cierro los ojos y abro la mente, siento aquella brisa de paz en el rostro, con la sensación de que el viento juega con mi cabello y al levantar la mirada, aprecio una inmensa bandada de aves, formando una V, presagiando una pronta victoria y fortaleciendo mi fe, de que pronto llegaremos a la nueva normalidad.
Sigo en la película de aventuras y mis pies se conectan con la humedad del césped, me relajo y el aroma a chocolate caliente me motiva a recostarte en el suelo y ver el atardecer, es una maravilla observar esas nubes abstractas y apreciar aquella paleta de colores única e inexplicable.
Recorro el mundo descalzo, la calidez de la arena me motiva a saltar de contento, recordándome que nada está perdido y sigo vivo; mi cuerpo se estremece con el sonido de las olas y se intensifica la melodía natural, cuando el agua repica contra las piedras y troncos de la orilla, augurando un próximo encuentro con el mar.
Anochece y mi piel se eriza con aquel intenso frío, la escena cambia porque los recuerdos gobiernan la cinta de mis andanzas mochileras; respiro agitadamente y la cantidad de piezas abrigadas no me ayudan en la travesía, pero llegando al último escalón del mirador, el premio es aquella espectacular vista, hermosa y deslumbrante fotografía panorámica de una ciudad iluminada como foquitos navideños, de fondo destaco un majestuoso nevado, celoso protector de su gente.
Camino y saboreo aquel amanecer, mi mirada se empaña con la neblina y en cada paso, se va despejando el sendero hacia los viñedos, extiendo los brazos y me regenero de esa positiva energía de felicidad.
Exploro las calles sin límites, disfruto de las flores en primavera y el reloj no determina mi tiempo, es grato aprovechar la sombra del árbol más frondoso, para sentarme un momento y destapo una refrescante bebida para saciar la sed ante la extensa caminata. En este mágico instante, deseo que la humanidad no pierda las ganas de vivir conociendo el mundo, que invada en cada corazón empatía, que pronto se pueda desempolvar la maleta y que las pequeñas ruedas se desgasten en cada destino.
Nuevos rumbos nos esperan, mientras tanto siéntete libre en tu encierro y conéctate en actividades que beneficien tu alma, cuerpo y mente.