Platicando con Paco, llegamos al dilema del huevo o la gallina: ¿cuánto debe viajar uno para ser considerado “viajero”? Gracias a la divinidad nos detuvimos antes de entrar en la trilladísima reflexión cuasi filosófica de si uno es turista o viajero, pero aún así fue un tema intenso, motivo por el que considero pertinente compartir mi opinión.
Lo primero que debo decir es que me repatean las etiquetas. Dicho eso, si me han de encasillar, prefiero el término “trotamundos”. Acorde a la Real Academia Española (RAE), trotamundos es «aquel aficionado a viajar mucho», el problema con esta definición es que, nuevamente, nos enfrentamos a la pretenciosa y temeraria variable “cantidad”.
A pesar de las múltiples opiniones, considero que viajar poco tiene que ver con el número de sellos en tu pasaporte. Al contrario de los pines y llaveros alusivos a cada sucursal del Hard Rock Cafe (de los cuales mi amigo Jon y yo somos fans), la tinta en un salvoconducto no es un elemento meramente coleccionable, ya que su adquisición demuestra no solo en dónde has estado, sino también las experiencias que has acumulado.
En mi concepción, un viajero desayuna, come, cena y sueña itinerarios; en su tiempo libre lee sobre destinos, investiga alojamientos y prefiere ahorrar sobre salir de antro; no tiene preferencia sobre destinos nacionales o extranjeros y, muy importante, se interesa por la cultura y los usos y costumbres del destino que le inspira.
Pensar en cantidad demerita los sueños y de eso estamos hechos los viajeros. Soñar abre un mundo de posibilidades, mismas que alimentan inquietudes, cultura y espíritu. Esto se debe a que, sin importar si emprendes o no el vuelo, tan solo documentarte es premio suficiente para quienes gustamos de vivir en la aventura.
Por eso es que insisto en que lo viajero se lleva en el alma: porque hay días en los que lo único que te mantiene cuerdo es la esperanza de recorrer el camino; llegando incluso a suceder que, mientras más conoces, más confirmas que te falta tiempo para explorar cada lugar, ¡lo cual, paradójicamente, te hace querer viajar aún más!
Aunque dudo que esta variable nos pueda ayudar, es importante hablar también de la forma de viajar. Existe quien viaja por la foto obligada, y estamos quienes buscamos cada recoveco que nos lleve a absorber la esencia del lugar, de su historia y tradiciones. A pesar de las notables diferencias, encuentro ambas válidas.
Por esto es que necesitamos abrir nuestros horizontes en cuanto a “qué nos consideramos”. Encasillar no es lo que recomiendo, pero si este es un tema recurrente entre los que gustamos de viajar, creo que debemos romper esquemas y comenzar a respetar los tiempos y presupuestos de cada uno de nosotros.
Viajar significará muchas cosas, pero superioridad no es una de ellas. Al contrario: conocer otras culturas supondría hacernos más sensibles. Comprender la otredad es parte del paquete y creo que, de no hacerlo, esto podría representar una diferencia sustantiva entre quien nació viajero y quien lo hace solo “porque puede”.
Por esto es que considero que los viajes se llevan en el alma y no en el pasaporte. Viajar conlleva responsabilidad, sacrificio y pasión; representa un compromiso con el crecimiento personal y con las incesantes ganas de apreciar la belleza más allá de fronteras y definiciones. Es aprovechar cada oportunidad, respetando las tradiciones, ideologías y cosmovisiones; es saber que más allá de “a dónde” lo importante es “para qué”, conociendo nuestras inquietudes y limitaciones, honrando nuestra naturaleza y siendo fieles a nuestra esencia.
¿Mi conclusión? Viaja: a donde sea, con quien puedas, cuando te sea posible, pero viaja. Deja que tu alma se regocije al sentarte en una plaza a observar a la gente pasar. Encuentra la belleza en la simplicidad de lo cotidiano e intenta ser uno más en el entorno que visitas más que sobresalir de entre la multitud que te rodea. Viaja para alimentar tu alma e hidratar tu espíritu, para disfrutar de las maravillas de lo desconocido y para sorprenderte de los retos que puedes vencer. Viaja por gusto y por necesidad, pero nunca por acumular sellos en tu credencial.