«De Lima al Río de la Plata, a la mayor gloria de Dios, los jesuitas han dejado huella de su paso por las Américas.»
A partir de 1540, cuando Ignacio de Loyola fundara la orden, el trabajo misional de los jesuitas ha ido acrecentándose y desparramándose por el mundo sin pausa y con mucho fervor. La cruz, la palabra, la educación en la fe cristiana, fueron las herramientas de las que se valió la Orden para que su presencia en suelo americano pareciera eterna. Hoy, tras la asunción del Papa Francisco, americano del sur y jesuita, el turismo ha redescubierto este tesoro patrimonial.
Recorrer el Perú virreinal, el posterior a la conquista, donde Lima era el centro del mundo, es acercarse poco a poco al corazón jesuita en América del sur. La capital peruana y Cuzco son dos puntos de visita obligada para comprender que la labor pastoral no fue algo espontáneo, si no que obedeció a un sistema de evangelización, pero también de expansión, conquista, uso de los recursos humanos y naturales de los nuevos territorios descubiertos para el provecho final del hombre europeo.
Para conocer en profundidad, para poder tocar la historia y finalmente vivir de cerca la experiencia jesuita en Sudamérica hay tres lugares que son obligatorios para el viajero. Si es posible en tiempo y medios, es recomendable hacer todo el circuito en conjunto. Para empezar, la ciudad de Córdoba, Argentina, ya que allí se asentó la capital de la Provincia jesuítica del Paraguay, dentro de cuyos límites se encontraban estos tres lugares recomendados. Lo que hicieron los jesuitas en la actual provincia de Córdoba, en el centro de la Argentina es único debido a que aquí no se trata de misiones como tal, con la función específica de la evangelización. En la ciudad homónima, con el correr de los años, fueron creados el Noviciado, el Colegio Máximo (hoy Universidad Nacional de Córdoba), el Colegio Monserrat , la Iglesia matriz de la orden y demás asentamientos. Para el sustento de todos ellos, alrededor de la ciudad y desparramadas por las sierras, los jesuitas crearon seis estancias de producción agropecuaria, verdaderos centros de trabajo social dedicados a una labor específica. Los cinco establecimientos sobrevivientes y la Manzana Jesuítica, fueron declarados en 2000 Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO debido a su función, centros de producción agrícola con un sistema socio- económico sin parangón en ninguna otra latitud.
De allí, vuelo directo a la ciudad de Puerto Iguazú y tras unos días de goce en las Cataratas del Iguazú, la excursión a las Ruinas Jesuitas de San Ignacio es una pequeña muestra de lo inmenso que fue el trabajo misional de los jesuitas en la selva paranaense. Hay testimonios, ruinas y museos en las provincias argentinas de Misiones y Corrientes, en el Estado de Río Grande del Sur en Brasil y Paraguay que ha creado su propia ruta de las misiones. La tentación de conocerlas todas es grande y si se dispone de posibilidad de hacerlo, no hay que dudar. Seguir hasta Asunción y de allí atravesar el Paraguay, hasta llegar al Chaco boliviano, a Santa Cruz de la Sierra. Aquí comienza un viaje musical a través de los siglos. Las Misiones Jesuitas de Chiquitos están ubicadas a poco más de 200 kilómetros de la ciudad. En menos de un siglo, los jesuitas se las arreglaron para dejar una huella imborrable en estas regiones. Aquí las construcciones despiertan admiración debido a su curiosa arquitectura barroca mestiza realizada en madera, pero sobre todo a la importancia y riqueza de la música barroca, compuesta y ejecutada en las misiones, cuyas partituras constituyen una colección única en América y actualmente se conservan en el Archivo de Chiquitos de Concepción. El alto nivel artístico y el profundo significado cultural de las obras, motivaron a la UNESCO a declarar en 1990 Patrimonio de la Humanidad a los pueblos de San Javier, Concepción, San Miguel, San Rafael, Santa Ana y San José de Chiquitos. Anualmente se realizan conciertos de música, cuyos intérpretes son los propios pobladores, utilizando aquellas partituras e instrumentos de época. Un viaje en el tiempo a través de la música.
El turismo siempre encuentra nuevas miradas, nuevos conocimientos, curiosas formas darle al viajero opciones de encarar la historia y la cultura. En tiempos modernos, donde la instantaneidad ya pasó, poder vislumbrar el lento paso de los años es una experiencia dedicada “Ad maiorem Dei gloriam”.