Llegamos a San Juan Raya (Puebla, México) en el último transporte por la noche, era evidente que teníamos que hospedarnos y decidimos pasar la noche en las cabañas de la Villa Ecoturística «El Cardenal». Así que nos proporcionaron una bonita cabaña, dejamos las cosas y nos aventuramos a un recorrido nocturno.
La intención era llegar a un pequeño cerro donde hay vestigios de la cultura Popoloca y admirar el firmamento, sin embargo una inesperada tormenta eléctrica cambió nuestros planes, aun así antes de la tormenta pudimos admirar parte de la fauna nocturna de San Juan, alacranes, culebrillas, tarántulas, murciélagos y un sin fin de seres nocturnos. Regresamos de nueva cuenta a la cabaña y un número importante de luciérnagas destellaban antes de caer tremendo aguacero con decenas de relámpagos estremeciendo la tierra, una aventura verdaderamente electrizante.
Nos encerramos bien, sacamos las provisiones, pollo rostizado, tortas, mayonesa, frijoles, chiles en vinagre y refresco.
Ya para dormir entre el eco de los cielos y una fuerte lluvia nos dimos cuenta que las camas tenían algunos bonitos alacranes también como inquilinos, haciendo algunas maniobras los capturamos y sacamos de nuestro lugar de resguardo, al salir, el cielo era un verdadero espectáculo de electricidad.
A la mañana siguiente, justo al amanecer fuimos testigos de una legendaria salida del sol, los contrastes en la bóveda celeste eran verdaderamente increíbles.
Estuvimos un rato más, al parecer en un descuido perdimos la cartera y oh sorpresa!!! Nos quedamos sin dinero, buscamos por todos lados sin mucho éxito y nos resignamos a vivir una muy mala pasada que nos causó algo de estrés y preocupación. Para esos casos siempre tengo un lema: «Más vale amigos que dinero» y se activó mi fe en espera de lo increíble.
Cerca del mediodía empezamos a caminar por la salida de San Juan, terracería y al menos unos 10 kilómetros por delante para llegar a la carretera Tehuacán – Huajuapan de León y esperar un milagro en forma de ride. Era obvio que nadie pasaría por el rudimentario acceso hacia San Juan Raya, pero mi fe se mantenía.
El sol estaba en su punto, agua ya casi no había en nuestras botellas, la esperanza se agotaba y casi estaba a punto de empezar a renegar. De pronto escuché una camioneta acercarse a nuestras espaldas y dije: – Ya estuvo!!! Ahí viene nuestro ride… Ximena, Lluvia y mi amorcito me miraron con ojos de pistola y con semblante de emigrantes que vagan por el desierto sin ninguna opción.
Oh sorpresa!!! En efecto llegó nuestro ride de una forma milagrosa, era un viejo amigo, mi amigo Evaristo, era improbable que pasara por ahí, justamente y a esas horas.
Qué onda canijo!!! Cómo estás??? Un ride por favor a Zapotitlán. Él venía de un pueblo cercano afortunadamente.
La cara de mis compañeras viajeras era de: maldito te saliste con la tuya… Yo sólo decía: Otssss, más vale amigos que dinero y sonreía triunfante. Subimos a la camioneta y empezamos todos a reír, era una situación con mínimas probabilidades de ocurrir y sucedió.
Llegamos a Zapotitlán donde otra gran amiga ya nos esperaba para poder prestarnos para el regreso, pero antes decidimos ir al centro por unas deliciosas paletas de hielo para mitigar el calor de nuestros pequeños cuerpos aventureros.
Nuevamente coincidimos con nuestro amigo Evaristo en plena «Feria de la tetecha» y continuamos con el ride hasta nuestro querido y amado Tehuacán…