La vigencia empírica de esa necesidad de evasión es, por lo menos, cuestionable. ¿Acaso no hay buena parte de personas que, mientras hacen turismo, se graban y comparten con amigos en tiempo real a través de facebook sus experiencias en el destino visitado? ¿No es común apreciar, vía Instagram, las fotos e “historias” de nuestros familiares y contactos antes, durante y después de sus viajes? ¿Hay entonces lugar para la evasión en los viajes del siglo XXI?
La cultura digital, en la práctica, acabó con la necesidad de evasión. Modificó nuestra conducta de turista. Pero, ya no es la satisfacción de esa necesidad lo que buscamos cuando nos desplazamos a un lugar distinto al habitual. Para decirlo con más elocuencia: no hay posibilidad objetiva para la evasión en el turismo de nuestros días.
Todo apunta, más bien, al reconocimiento social, necesidad muy presente en la condición humana, maximizada hoy a consecuencia del uso diario de las nuevas tecnologías de la información y comunicación, que nos dan una licencia social para compartir aquellas facetas de nuestra existencia que nos apetece publicar, como las vacaciones en Máncora, el trekking en el Valle del Colca o las fotos genuinas como esta que se viralizó hace unos años:
Si este apego digital por alcanzar reconocimiento es dañino o no para el ser humano, esa debe ser una materia de discusión ajena a la intención de este artículo. Lo que sí dejamos patente es que, por causa de las redes sociales y otros dispositivos de orden digital, vivimos sumergidos en la era del reconocimiento: crece la necesidad de ser y parecer importantes en todos los planos en los que se desenvuelve la vida. Incluido el turismo.
Expuesta nuestra argumentación a efectos de descartar la necesidad de evasión como móvil del turismo y como señal de obviedad en lo tocante a su estudio, y basados en la realidad objetiva de la necesidad de reconocimiento social, acrecentada en nuestros días, podemos sostener sin ápice de duda que el turismo es un consumo aspiracional.