Transcurría el año 2001 y la saga de Peter Jackson se abría a pasos agigantados dentro de la industria cinematográfica. El Señor de los Anillos no solo era una inolvidable aventura dentro del Medioevo sino también el socio perfecto de una desconocida y lejana isla para el turismo de aquellos tiempos: Nueva Zelanda. Tierra aislada de praderas verdes, lagos azules, montañas nevadas, románticas cascadas, bosques frondosos, volcanes activos y playas desérticas entre otros tantos paisajes que hacen de este sitio una conjugación perfecta de naturaleza en estado puro. Será definida como “la carnada ideal para pescar a un inquieto viajero”.
El bosque era espeso y el frío desalentador. El fuego es historia y las cenizas el recuerdo de una cena en compañía del calor. El hielo se hacía presente de manera humilde en nuestro parabrisas. El sol marcaba las siete de la mañana. Después de haber pasado la noche en medio del bosque desarmamos la cama, reclinamos los asientos de la camioneta y volvíamos al volante en busca de una nueva aventura, era el turno del Tongariro National Park. Situado en la Isla Norte de Nueva Zelanda y a unos 330 kilómetros al sur de Auckland, este parque cobra gran importancia al ser el más antiguo del país. La gran mayoría de los visitantes son atraídos a este sitio por una única razón, llevar a cabo el “Tongariro Alphine Crossing”. Es distinguido por la comunidad mundial del trekking al ser la mejor caminata de un día en el país, 19.4 kilómetros, y no menor, por su famosa aparición en el Señor de los Anillos, protagonizando la lejana y oscura tierra de Mordor.
A fines de Mayo las rutas se encuentran desoladas. Alcanza con bajar un poco la ventana para respirar el aire limpio del campo. Las ovejas eran testigos de nuestro ligero andar y con la fiel compañía del frío nos acercábamos al parque. Con los rayos del sol pegando a unos 45 grados y las plantas empezando a sacarse de encima la escarcha de la mañana, dejábamos atrás las tazas de té y bien equipados nos adentrábamos en la misteriosa meseta volcánica. El camino comienza en el valle Mangatepopo. Entre crudos pastizales y arroyos de lava enfrentábamos nuestros primeros pasos. Sumergidos en la soledad del paisaje caímos víctimas del asombro y sin llegar a decir una palabra, frente a nosotros se abría el Volcán Ngauruhoe. Imponente, de cuerpo rocoso y con la nieve acariciando su pico, este peso pesado de 2.291 metros de altitud que en forma mágica nos remitía al “monte del destino”, lugar donde Frodo se deshizo del anillo y le ponía punto final a la histórica trilogía de J.R.R. Tolkien. Un detalle sólo para fanáticos.
A medida que avanzábamos, el ambiente se iba tornando cada vez más áspero y oscuro. Los ojos se perdían fácilmente entre las piedras y la nieve. La amenaza del clima se hacía presente a cada paso desalentándonos con sus fuertes vientos y sus densas nubes. Las piernas nos anticipaban la primera gran subida que debíamos afrontar, pero sin darle ventaja, seguíamos adelante en busca del primer pico. Agotados por la exigencia, lográbamos nuestro cometido. El volcán, como buen vigía, nos acompañaba a contemplar el horizonte colmado de montañas y un valle solitario que de a poco empezábamos a dejar atrás. Una vez superado el primer obstáculo, nos adentramos en un pequeño valle. No era cualquier valle. Contaba con un suelo amarillo que a simple vista daba una pista de su pasado agreste y de una fuerte actividad volcánica. Sorprendidos por el suelo y protegidos por las montañas nevadas que nos rodeaban, aprovechamos el momento para captar unas buenas imágenes y más importante, hidratar nuestros cuerpos.
Con las piernas pesadas y con unas cuantas horas encima, decidimos subir lo que iba a ser el pico más alto de esta travesía. Nuestros enemigos, en este caso, la pendiente aliada del hielo y del barro, decididos a librar una batalla directa a nuestros calzados y autoestima con el fin de sacarnos del camino. No iba a ser fácil. La subida se tornaba cada vez más empinada. Los fuertes vientos delataban la cercanía a la cumbre, pero nosotros con la mira puesta en nuestro objetivo, avanzábamos y gracias a la ayuda de unas cadenas logramos llegar a lo más alto del paso. La victoria era parcial, pero no dejaba de ser gratificante. Con el corazón preso de nuestras emociones y sin aliento nos dedicamos a disfrutar de las idílicas vistas que nos ofrecía el parque. De un lado, nuestro viejo Volcán, y del otro todo un nuevo escenario se abría ante nosotros. Un extraordinario Cráter de color rojo, negro y gris, se erguía sin respeto de nuestras miradas. La visibilidad se deslucía entre nubes y gases que emanaban de la tierra producto del calor que nacía bajo la misma. El Monte Tongariro nos cubría la espalda dando una señal de alerta y sin mucha prisa nos decidimos avanzar.
Bajo la presencia de una posible lluvia y la vehemencia de los vientos, decidimos acelerar nuestra marcha ya que el clima se tornaba cada vez más preocupante. Con las energías menguando pero con el corazón hambriento emprendíamos la bajada del Red Cráter y nos encaminábamos al encuentro de los géiseres. Los pies se hundían como estacas en la frágil y liviana tierra negra que nos rodeaba. Quitándole por unos minutos la mirada al suelo nos dispusimos a observar el color hipnótico de estas fuentes termales, las cuales nos recordaban a un oasis en medio de este extremo paisaje. Una vez lograda la bajada, nos tomamos el tiempo para recuperar energías y disfrutar nuevamente del paisaje.
Después de más de seis horas de subidas, bajadas, lagunas, volcanes y montañas nevadas, nos acercábamos a lo que sería el último kilómetro de camino. A medida que dejábamos atrás la zona de actividad volcánica, el ecosistema se alteraba paulatinamente transformándose en un bosque tropical de grandes árboles, musgos, cascadas y arroyos. El cambio era abrupto y desconcertante. Los pájaros e insectos volvían a nuestros sentidos. Con una leve llovizna nos íbamos perdiendo de a poco dentro del viejo bosque. Sintiendo el final en nuestros rostros, comenzábamos a abandonar el cansancio para darle paso a una sonrisa. Al final del camino nos encontrábamos nuevamente en nuestra camioneta, exhaustos pero llenos de felicidad. Un nuevo tesoro se encontraba por siempre en nuestros corazones.
Tips para el Viajero
- 2 lts de agua.
- Pantalla solar.
- Alimentos energéticos.
- Mochila.
- Botas y pantalones de Trekking.
- Impermeable y buzo polar.
- Guantes.
- Cámara.
- Acceso al parque: gratuito.
- Servicio de traslado: desde la Salida hasta el ingreso.
- Hospedaje: Campings y Hostels por la zona, gratuitos y pagos.
- Mejor época: Verano, Diciembre a Marzo.
- Ruta sugerida: de sur a norte, comenzando por Mangatepopo.