Es indudable que existen rincones en el país que merecen ser presumidos, promovidos y por supuesto, visitados. Destinos que demandan prestadores de servicios turísticos preparados para la innovación y que a su vez satisfagan necesidades más allá de las consideradas básicas, porque no podemos negar que hoy en día la oferta turística en México es cada vez más competida.
Cuando estos lugares y/o municipios resaltan por sus características únicas, reconocidas por turistas y desde luego, por los mismos habitantes, deben ser conservadas mediante estrategias que logren un equilibrio entre el patrimonio que los hace atractivos, el menor impacto ambiental posible y la capacidad para recibir turistas que generen los beneficios deseados por quienes le apuestan al turismo como actividad económica preponderante.
El gobierno mexicano no omitió este hecho, de modo que para el año 2001, fue creado con objetivos muy ambiciosos y de largo alcance el Programa Pueblos Mágicos, impulsado por SECTUR federal, en conjunto con los tres niveles de gobierno a través de las autoridades de turismo locales. En un principio, se especificó que dicho programa tenía la intención de nombrar a 50 -debido a que es el promedio de fines de semana en un año- destinos que contaran con elementos de identidad y riqueza cultural que permitieran la difusión de sus tradiciones, el conocimiento de sus artesanías y proyectarlos como parte de la supuesta diversificación turística que el país estaba detonando en aquel momento, del mismo modo, sugerir lugares de visita para los ciudadanos en vacaciones y días de asueto. Los pueblos mágicos seleccionados serían dotados de recursos económicos para la promoción y mejora de infraestructura, que se reflejara en la oferta de servicios, asimismo, debían cumplir con ciertos requerimientos que distinguieran a estas poblaciones como notables, entre los que destacan: homologar las fachadas de domicilios y comercios, señalización y nomenclaturas con un diseño exclusivo y claro para visitantes, cableado subterráneo para no atentar con al atractivo visual, etc. En general, la propuesta es sumamente atractiva, pero llega un punto en el que toda idea debe ajustarse o afrontar un relanzamiento.
La actualidad contrasta con los objetivos iniciales, hoy en día se cuentan 111 pueblos mágicos; en los años que este programa ha existido, han habido toda clase de críticas, muchos de los lugares han perdido ese título por no cumplir con los requerimientos solicitados, algunos otros son pueblos fantasma debido a la violencia registrada, otros son señalados de ser favores políticos, pues sus elementos de identidad carecen de atractivo y el presupuesto destinado no se ve reflejado. Y lo peor de todo, los habitantes de estos destinos se han quejado de la “masificación”, a tal grado de llegar a la transculturación entre sus jóvenes, sin mencionar lo depredador que resulta el arribo de turistas.
Estoy cierto que la mayoría de los llamados pueblos mágicos merecen serlo, pero sería necesaria una reestructuración del programa y revalorar cuáles necesitan apoyo en mayor medida, y omitir aquellos que no cuentan con lo necesario para convertirse en atractivos ancla de sus respectivas entidades.
Cuando la actividad turística en general se aplica adecuadamente, el impacto positivo es evidente en toda una comunidad, sin embargo, algunos de los llamados “pueblos mágicos” consolidados se encuentran en medio de localidades que fuera del atractivo turístico, carecen de servicios básicos, tales como electricidad, drenaje y caminos pavimentados; si esto sucede, es clara la urgencia por la implementación de medidas que atiendan lo anterior.
No voy en contra del programa, todo lo contrario, lo encuentro como una excelente estrategia en favor del desarrollo turístico local, una estrategia que, sin embargo, me parece mal ejecutada con áreas de oportunidad a tiempo para corregirse.