¿Sabías que Huatulco cuenta con 36 playas? Yo no lo sabía hasta que decidí animarme a visitar una de ellas: Santa Cruz. Lo primero que hice fue tomarme una fotografía en uno de sus muelles, con los cruceros y las colinas que abundan por doquier. Además, disfruté de increíbles atardeceres y me sumergí en el mar, donde observé peces de una extensa gama de colores: anaranjados, rojizos y azules.
Más tarde, di una caminata a la orilla de la playa; fue espectacular, sentí la arena tan suave entre los dedos de mis pies y me dejó una sensación de tranquilidad y serenidad. Antes de marcharme de aquel lugar, no pude contenerme; me dirigí a uno de sus columpios, contemplé el cielo despejado con un tono azul pastel.
En cuanto abandoné la ribera, recorrí uno de los mercados tradicionales del principal centro de Huatulco; en él encontré todo tipo de objetos alusivos a este lugar: espejos con distintos adornos marinos, camisas, blusas y vestidos, cada prenda bordada con una técnica de punto fino. Sombreros, plumas de tinta negra, abanicos, imanes, postales, collares de conchas y pulseras de caracoles; compré una para llevarla conmigo a todas partes.
Como era de esperar, terminé con hambre, así que tomé la elección de regresar al sitio donde me había hospedado. Contaba con un restaurante, el cual ofrecía servicio de snack y especialidades en pescados y mariscos. Sin embargo, ese día mi paladar se complació al degustar una deliciosa hamburguesa con papas en compañía de una refrescante agua de pepino.
Pasaron unos minutos, me cambié de ropa y, sin pensarlo, me metí a la alberca. Realicé movimientos sin parar: crol, dorso, delfín, pecho y tornillo. Debo confesar que el contacto con el agua (con cloro) me llenó de mucha satisfacción; además, recordé mis viejas clases de natación. Cuando menos lo esperé, era de noche; pequeñas luces fosforescentes se difuminaban al interior de la alberca.
Salí, me duché rápidamente y me preparé para gozar de un evento con piezas musicales de distintas obras del mismo género. Por ejemplo: Los Locos Adams, Mentiras, Hairspray, Vaselina y Wicked. Concluyó a las diez de la noche y me encaminé al buffet que brindaba el hotel. Entre tantos manjares, no me decidía por ninguno; solamente daba vueltas en círculos. Finalmente, opté por una pasta bañada en salsa de tomate, carne molida, queso parmesano y ajo.
En el último día de viaje, estaba lista para atesorar cada rincón de este bello lugar: playa Manzanilla, con palapas, camastros reconfortantes en compañía de una exquisita piña colada; y playa Tornillo, un entorno natural, donde la brisa, el sonido de las olas y actividades como moto acuática, velero y remo atrajeron a mi mente una serie de emociones. Mi corazón latió más rápido de lo normal.
Empaqué mis cosas, tomé las maletas y me dirigí a la recepción del hotel, que tenía su propia magia. En plena época navideña, un cascanueces enorme en color plata, bastones de caramelo, casas de jengibre y copos de nieve iluminaban gran parte del vestíbulo. Comencé esta travesía con una fotografía. No quería despedirme sin posar de nuevo, pero esta vez junto a un árbol de Navidad. Me fascinó porque era totalmente diferente a cualquier otro que hubiera visto. Las esferas habían sido reemplazadas por una hilera de flores en tonos naranja y azul rey, que contrastaban perfectamente con una serie de luces amarillas y pequeños pedacitos de mosaico cuadrado.
Nunca sabemos lo que el destino tiene preparado para nosotros, por eso cuando la vida me dio la oportunidad de conocer Huatulco, la tomé y hasta ahora no me arrepiento porque fue un encuentro conmigo misma.