Contaré un ejemplo para reflejar por qué en el Perú el acondicionamiento turístico va muy lento, a paso de motelo, como dicen en la selva, aludiendo a la tortuga terrestre que camina lentamente.
En varios artículos he señalado, haciendo mucho énfasis, que el principal impedimento para el acondicionamiento turístico, tanto en recursos culturales como naturales, es la ausencia de terrenos saneados física y legalmente a favor del Estado, lo cual impide la formulación y ejecución de las obras. Pero ello se observa cuando ya las ideas del proyecto han sido priorizadas para su financiamiento, esto es, incorporados al Plan Anual del Fondo de Promoción y Desarrollo Turístico Nacional, a través del cual se canalizan los fondos recaudados por un impuesto especial que aplica a todos los que ingresan al Perú por vía aérea.
¿Qué pasa antes de ello?
En el año 2016, el director ejecutivo de Plan COPESCO Nacional, quien ejercía actividades además como director de una Dirección General del MINCETUR, a cargo de evaluar y recomendar la priorización de los proyectos, nos encomendó a todos los que laborábamos en el Área de Estudios de Preinversión (EPI) de Plan COPESCO Nacional, el viaje a todas las ciudades de la costa, incluidas las del sur, de donde él provenía, para identificar proyectos de inversión. Sonaba extraordinario, toda vez que ello se debía haber hecho siempre. Yo fui asignada para el viaje a Moquegua, donde la priorización solo debía hacerse en la provincia de Mariscal Nieto, capital de la región Moquegua. Mi tarea era proponer una ruta turística que incluyera la provincia General Sánchez Cerro, zona altoandina de muy difícil acceso. Nos preguntamos porqué no Ilo, la provincia costera espectacular, pero allí ya estaba priorizado el proyecto del Malecón Costero de Ilo, el cual, a propósito, no se ejecutó, hasta ahora.
Mi incorporación al grupo obedecía principalmente para obtener la suscripción de convenios marcos, de los cuales yo era responsable, y, de paso, contribuir a definir rutas turísticas, expertise que conocía mi jefe inmediato. Antes no se habían suscrito convenios marcos, porque, como yo, los jefes, habían descubierto que eran un saludo a la bandera. No aportaban nada. Mejor era suscribir convenios específicos, toda vez que involucraban compromisos que afectaban a los presupuestos. Y cuando las regulaciones especificaban que debía firmarse previamente un convenio marco, yo quitaba la palabra “específico” y así solo se suscribían de cooperación interinstitucional. Nunca nadie se opuso. Recuerdo que solo se firmó un convenio marco con el Ministerio de Cultura, el cual nunca sirvió para facilitar la suscripción de los específicos, cuya espera tardan años. Tanta burocracia que no aporta valor ni beneficia a los peruanos.
Los profesionales de EPI y de la Dirección General llegaron a Moquegua e hicieron su recorrido por los principales recursos de Moquegua, tales como el Cerro Baúl, Geoglifos de Chen Chen, Iglesia de Santo Domingo, Molinos de Piedra de Torata, entre otros, con la presencia del alcalde de Moquegua. De todos esos recursos, se encontraba ya para ejecución el proyecto de acondicionamiento turístico en “Cerro Baúl”, el cual había iniciado la formulación del estudio de preinversión en el año 2006. Al menos, una primera etapa se encuentra culminada al 2020, y los turistas podrán ya visitarla en cuanto culmine la pandemia.
En Moquegua se suscribió el convenio marco con la Municipalidad de Mariscal Nieto. Pero para culminar la suscripción del Convenio con la Municipalidad de la provincia del General Sánchez Cerro, había que llegar a Omate, sede de la capital de dicha provincia, donde, en cumplimiento de mi comisión, además debía observar la ruta turística que partiría desde Moquegua y terminaría en Arequipa, pasando por el Volcán Ubinas, o eso imaginaba.
El viaje a Omate desde Moquegua iba a efectuarse en una camioneta proporcionada por la municipalidad provincial. No había servicio regular de transporte público, además el viaje era extenso y con varias paradas. Los representantes de la municipalidad llegaron muy temprano a Moquegua. Pero no había lugar más que para dos personas y yo sobraba. Y como no podía regresar a Lima sin los convenios firmados, tomé el primer bus para Arequipa, de donde partí a las cuatro de la mañana en el único bus que iba a Omate. Y como nunca dejé de llevar mi abrigo de alpaca en los viajes a la sierra, pude hacer el recorrido de Arequipa a Omate, unas seis horas, sin frío y sin soroche. En Omate era imposible esperar a mis compañeros. No había ningún hotel ni restaurante para turistas. Solicité al chofer del autobús que ya iba de retorno a Arequipa, que me esperara un tanto, mientras conseguía la firma del convenio. Y así, sin desayuno, ni almuerzo ni cena, hice el recorrido Arequipa-Omate-Arequipa y de allí directo al aeropuerto para el retorno a Lima. Sí comí unos chicharrones con mote, con mucho temor, por cierto. Un viajero jamás puede exponerse a enfermarse del estómago. Y no sé si por el hambre, pero esos chicharrones me supieron a manjar.
Aunque la altura de Arequipa es similar a la de Omate, aproximadamente, 2,300 msnm, se debe atravesar cerros que superan los tres mil metros y donde el frío es eterno. Menos mal que fui a por el convenio, el cual podría haber encargado a mis compañeros que lo recogieran. Pero ellos ya no entraron a Omate, por el escaso tiempo y porque tendrían que haberse desviado de su salida hacia Arequipa. Así es el Perú, inaccesible por carreteras o trochas. Pero hay turistas que lo saben, y vienen preparados para caminar, subir y bajar cerros y soportar el frío, el calor y el ¡soroche!
Demás está decir que no se priorizó ningún recurso turístico en dicha ruta; era imposible, no por no ser atractiva, sino por carecer de muchísimas condiciones necesarias para desarrollar el turismo. Yo pensé, no lo expresé, que tal vez podría planearse y desarrollarse una ruta de volcanes, que, partiendo de Arequipa y regresando el mismo día, permitiría disfrutar de esas salidas de sol a la altura de la Virgen de Chapi, de los chicharrones de cerdo, del maíz en mote y de la calidez de la gente, y de lo volcanes, muchos, aparte del impetuoso Ubinas…
Y también pensé, no hubo tiempo ni oportunidad para expresarlo, que habría muchas oportunidades para el desarrollo y consolidación de rutas turísticas en Moquegua. La ciudad fundada en 1541, donde todavía se puede observar las intervenciones hermosas desarrolladas desde entonces, como muestra de la riqueza material e inmaterial de los que la habitaron. Y las rutas debían incorporar las aguas termales, varios sitios existentes, donde el estado no puede instalar acondicionamiento turístico.
Además de los innumerables recursos culturales y naturales, Moquegua tiene un clima espectacular todo el año, sol en el día y temperaturas aceptables en las noches que permiten cosechas continuas de papas, maíz, cuy, paltas, uvas, entre tantísimas otras especies que muy bien la justificarían para ser sede de bodas, quinceañeros y aniversarios, con harto vino y pisco que se produce en la zona. El clima primaveral permitiría mantener el maquillaje, tan apreciado por las damas. Y en esas fiestas se podrían bailar hasta el cansancio, sin fatigas ni sudores. Y después los visitantes podrían ir a recobrar las fuerzas en los baños termales y en las campiñas que ofrecen platos típicos y paisajes inenarrables por su belleza.
Y ¿por qué las aguas termales no pueden ser intervenidas por el estado? Porque la ley, mala o buena, lo impide. Sin embargo, las autoridades deberían atraer a los inversionistas privados, liberando la altísima lista de requisitos que no solo limitan la competencia, sino que alientan la corrupción. Felizmente, en esas fechas observé la instalación de hoteles nuevos, algunos con inversiones de capitales del país hermano del sur. Pregunté al alcalde respecto a su visión de desarrollo urbano. Me contestó que las mafias de traficantes de tierras lo tenían muy mortificado. Muy difícil de luchar contra ellos.
Y las rutas y los recursos turísticos no llegaron a priorizarse porque en pocos meses se cambió al director ejecutivo, y con él las ideas.