Resulta difícil pasar por alto las recientes fechas pasadas de Semana Santa, los planes de vacaciones con algún destino al mar o quizá lejos de lo común a una zona montañosa, sabe Dios qué preferimos cada uno.
A escalas internacionales podríamos pensar en la lista de destinos y rutas más famosas de todos los tiempos donde figuran Roma, Jerusalén o quizá el Camino de Santiago que en 2018 obtuvo un récord de 237 mil peregrinaciones en Semana Santa, algo inimaginable, loco y atrevido.
No se quedan atrás países de Latinoamérica e Iberoamérica, mundialmente famosos por sus peregrinaciones como el caso de México y España que atraen al turista por una mística de sus representaciones religiosas que se intensifican año con año desde el Jueves Santo al Domingo de Gloria y de una preparación de meses atrás con una participación de personas sin distingo de edad (en la mayoría de las ocasiones) o sexo en el laicado y hasta donde lo permiten las comunidades a sus protagonistas.
Y es que el turismo religioso constituye un patrimonio religioso espiritual para las sociedades, llegando a ser vista como una industria millonaria por algunos, de alto valor agregado que mueve a toda la actividad turística incluyendo agencias de viajes, hoteles, restaurantes, artesanos y transporte, por lo que The International Conference on Religious Tourism, The World Religious Travel Association y la World Tourism Organization, indican que el tamaño de la industria de los viajes de turismo religioso generaba, hasta antes de la pandemia, 18 mil millones de dólares cada año. Y vaya que no es poca cosa.
Dicho lo anterior podríamos pensar en temas relacionados a la sostenibilidad, tan de moda como necesaria hoy en día, o temas como la responsabilidad de los visitantes o la planificación y gestión adecuada de los destinos y sus receptores.
Vivimos tiempos de cambio para los que no estuvimos nunca preparados y queda demostrado que el ser humano necesita la vivencia de sus costumbres para mantener su identidad. Alrededor del mundo las disposiciones de las celebraciones de esta semana dieron un giro insospechado desde el año pasado. Iglesias católicas cerradas, otras con viacrucis penitenciales dentro, pocas o nulas procesiones, muchas menos personas en las mismas. Cada vez aumentan las transmisiones por redes sociales, sin embargo impera a lo interno la necesidad de vivir de forma presencial estas celebraciones.
Barcelona lleva años en una disputa entre residentes y extranjeros por diversas variables en las que no logran ponerse de acuerdo ni regular exitosamente a través de leyes. Sin embargo las playas lucieron esta pasada Semana Santa llenas de locales que salieron a disfrutar no solamente del mar, sino de la vida, porque es necesario oxigenar el cerebro, mover las piernas, tomar algo fuera de casa, comer algo propio de la temporada y “hacer turismo”, porque hacemos turismo aun cuando no pensamos hacerlo. Ahí radica la importancia del turismo local: que puede perfectamente apoyar el desarrollo y más aún sustentar parte de la economía en la actividad turística ya tan golpeada en el mundo.
Este año tuve que viajar a lo interno de mi país el Jueves Santo para participar en una procesión corta porque en la ciudad no hubo y me decía la persona a cargo, Doña Paulita una persona devota, para mí santa: «Me dije a mi misma que no era posible que Cristo no saliera en la procesión del silencio y mañana del vía crucis. No es posible que no salga el Santo, que no venga la gente».
Sí se puede continuar la vida!…Y se debe continuar la vida! Y es una obligación, como es un deber espiritual, vivir estos días de fe y religiosidad año con año para el Cristiano, como es una necesidad del ser humano hacer turismo y despertar al turismo con responsabilidad, pasión y coherencia.
Es importante ser conscientes del aún existente estigma de que el turismo se limita a un viaje, cuando el turismo es una experiencia real vivida de manera única por el protagonista, sea cual sea el destino, el atractivo o el tipo de turismo que se practica, estoy segura que el turismo religioso se vive de manera integral, con el cuerpo, la mente y el alma, en fin, con todos los sentidos despiertos.