Podría decirse que el mar es el mismo en todas las playas, pero hay un lugar en el norte de Colombia en donde las palmeras susurran al atardecer, el agua descifra nuevas lenguas y los cangrejos emergen de las entrañas de la tierra, tan urgidos del último rayo de sol.
Tolú es un municipio del departamento de Sucre y hace parte del despliegue de hermosas playas del golfo de Morrosquillo en el caribe Colombiano.
Fue un día de enero donde me permití ser con el sol y el mar; era la primera vez que podía apreciar la inmensidad de la naturaleza tan solo a unos cuantos centímetros de mis pies.
Entrada la tarde se aproximaban los barcos pesqueros, la melodía de la marea, los niños corrían incesantemente para aventurarse con las olas y unos cuantos enamorados perpetuando su amor.
Se dio el momento perfecto para apreciar las tonalidades del cielo, para cerrar los ojos y envolverme con la intensidad del paisaje.
Cuando llegaba la noche, el mar se regocijaba sobre las rocas y en silencio le servía de espejo a la luna…
Yo siempre convergía en las noches para alinearme con las constelaciones e intentar conversar con las estrellas en medio de mi soledad.
Sin expectativa alguna esa noche, el agua me había puesto una cita tan inesperada; desde aquel enero el mar me presentó el verdadero amor.
El mar me convirtió y cada vez que tengo la oportunidad presencio su majestuosidad y me permito ser, adentrarme en él y hasta el momento me ha permitido desnudar los miedos, las dudas y renovar la esperanza.
Desde ese día algo cambió en mí, definitivamente el mar me habló.
En Tolú la vida es una amalgama de colores. Todos estamos irremediablemente destinados a acudir al llamado, sin certeza del día, solo que ese preciso momento será perfecto.
