Un destino que desconoce su cultura o cómo conservarla, está expuesto a perderla con cada turista, es por ello que la primera oferta turística de un país o ciudad debe estar enfocada en sus ciudadanos, para que éstos traigan a los foráneos que cotizarán el destino.
Muchas veces nos hemos visto seducidos a viajar para conocer un lugar por lo que nos han dicho de éste, por lo que nos han contado las personas que allí viven o que lo han visitado. Otras veces, una vez llegamos al lugar y le preguntamos a los locales, qué hay por hacer en el mismo, o qué lugares podemos visitar y éstos no tienen ni la más remota idea, desconocen los atractivos turísticos de su ciudad o región. Es entonces necesario que todos los esfuerzos turísticos estén enfocados primeramente en la ciudad misma, en sus ciudadanos, en que éstos la conozcan desde adentro, que puedan vivir una relación intima más allá de la cotidianidad de vivirla cada día, a una de descubrirla, seducirla y dejarse seducir por ella.
Las ciudades y los destinos turísticos deben ser capaces de permitirle a sus ciudadanos una exploración de sus atractivos desde adentro, para que luego éstos puedan apreciar una perspectiva de la misma desde el enfoque del foráneo que llega a conocerla y a explorarla.
Las ciudades turísticas deben arriesgarse a brindarles a sus ciudadanos un trato igual o más especial que el que les ofrecen a sus turistas, tienen que ser igual de hospitalarias con sus ciudadanos como con sus turistas, pues son sus ciudadanos los que las hacen transcender y quienes les permiten conservarse a través de la historia. Al contrario de lo que se cree, el turista en su actividad, no sólo cotiza un lugar, también lo expone a la pérdida de su patrimonio, mientras sus ciudadanos son quienes primeramente le dan valor y quienes preservan su cultura y su patrimonio.
Notas relacionadas:
Un destino se hace turístico cuando es continuamente visitado por locales y foráneos, sí, pero se hace atractivo cuando al mismo se le da un valor, y este valor es otorgado no sólo por lo que el atractivo ofrece, sino también por la relación que se genera entre quienes lo visitan y el mismo.
Los lugares son capaces de despertar emociones entre quienes a él van, emociones que al final son quienes invitan a más turistas y más turistas. Mientras tanto, en estos lugares se va generando valor, valor que luego es nombrado atractivo y para finalmente llamarlo atractivo turístico; y en todo este proceso estuvo involucrado por lo menos un local que por sentido de pertenecía promocionó su ciudad e invitó a alguien más a visitar.
Entonces, es más que evidente que el verdadero valor turístico está en la relación ciudadano-ciudad más que en la de ciudad-turista.