En el artículo anterior apuntamos algunas de las cuestiones que con frecuencia se ven envueltas en los textos sobre turismo y decrecimiento, vestidos de una u otra forma. Concluíamos que el punto crucial es comprender el decrecimiento como la creación de un nuevo sistema basado en la justicia social y los indicadores no relacionados con el dinero. Vamos ahora a ver un ejemplo que ha empezado a funcionar.
En un contexto en el que muchos de los destinos más deseados están aquejados de overtourism, poner en marcha medidas restrictivas se ha hecho imperativo. Cuando la masa de visitantes supera la capacidad de carga del lugar, se ocasionan graves problemas a nivel ambiental y social. Pero recordemos que la calidad de la visita para los forasteros también disminuye exponencialmente.
Volviendo a las medidas para reducir el número de visitantes, estas suelen centrarse en establecer cuotas máximas de visitantes, tasar el destino con un impuesto turístico, etc. La cuestión es que en general todas suelen basarse, de una u otra forma, en incrementar el costo para el visitante. El argumento de fondo es que un mayor coste reporta iguales (o incluso mayores) ingresos con menos personas, lo que suele igualarse a menores impactos.
Este planteamiento conduce paulatinamente a una elitización del turismo: solo las personas con mayor poder adquisitivo pueden viajar o acceder a las opciones de ocio. Sin duda, es un movimiento en contra de la democratización del viaje que empezó en el siglo XIX. Cabría cuestionarse cuánto tiene que ver esta elitización-democratización con la justicia social.
En referencia a la elitización, en primer lugar, debemos tener en cuenta que esto va en contra del espíritu de las regulaciones para la conservación del patrimonio, sobre todo el cultural. Tanto las declaraciones de la UNESCO como, en general, las estatales dicen que el patrimonio debe ser difundido y accesible a la población en general con finalidades educativas. De hecho, precisamente este punto motiva el cambio de perspectiva sobre la maldad del turismo en las declaraciones del ICOMOS: en la década de 1990 empieza a verse como un fantástico vehículo para la difusión patrimonial. Negligir este aspecto puede estar ligado a intereses que quedan fuera de este texto. Pero existe también el aspecto pecuniario: en la mayoría de casos es la totalidad de la sociedad la que permite que estos lugares se conserven gracias a sus impuestos – incluso los lugares privados a menudo reciben importantes ayudas públicas. La Iglesia Católica en España es un buen ejemplo.
Segundo, y quizás más importante, algunos autores alertan que atraer “turismo de lujo” o “turismo de calidad” (generalmente para referirse a segmentos que adquieren productos o servicios más caros) no necesariamente reduce los impactos no deseados, ya que una mayor disponibilidad de dinero no está relacionada con mayor respeto o consciencia. Esto es fácil de ver en el plano ecológico. En el caso de la gestión del agua, Bernard y Cook (2015) explican el caso del resort Denarau en las Islas Fiji. En términos más generales, la revista Rolling Stone1 citaba el estudio de Yard en el que se listan las emisiones de los jets privados de las celebridades. Según éste, las emisiones del jet privado de Taylor Swift entre enero y julio de este año son 1.184 veces mayores que el total de emisiones de carbono que una persona promedio en un año. Tal y como indica la fuente, esto refiere solamente a aviones privados, no cuenta con yates u otras opciones relacionadas con su estilo de vida. Por otra parte, en el plano cultural, existen varios casos en los que empresas de alta costura han reproducido diseños textiles indígenas sin obtener autorización previa de los depositarios. En cualquier caso, estos ejemplos permiten cuestionar si realmente un mayor poder adquisitivo tiene una relación directa con una mayor conciencia de impactos en su entorno. Sin embargo, probablemente falten estudios en este sentido, especialmente en el campo del turismo.
La preocupación por equilibrar los impactos con un acceso para el mayor número de personas posible es una preocupación histórica. Ya a mediados del siglo XIX John Ruskin expresaba su malestar por la destrucción de la naturaleza que causaban el ferrocarril y la emergente planta turística, a la vez que éstos eran los que permitían a las clases medias y populares beneficiarse del viaje (educación, ennoblecimiento del espíritu), algo que él mismo alentaba y por lo que había sido premiado.
De nuevo se propone que la respuesta pasa por un cambio de imaginario y, por ende, de estilo de vida, lo que cambiará la forma en la que nos acercamos a conocer los lugares (transporte, alojamiento, tiempo de estancia, actividades, motivos…).
En el terreno de la actual transición a nuevos modelos2, países como Bután siguen el ejemplo europeo de tasar la estancia – en este caso, con una tasa de 200 dólares estadounidenses por persona y noche (hasta 2022, ésta era de $65). Aplicando otra perspectiva, las Islas Palau han puesto en marcha una aplicación a través de la cual los visitantes ganan la posibilidad de participar en actividades exclusivas (cena con los ancianos, nadar en una cueva escondida, etc.) si demuestran interés en la cultura y la sociedad del lugar haciendo actividades como visitar el museo de historia. Además, todos los viajeros deben firmar un pliego de conducta ética a la entrada al país.
Segmentar a los viajeros de esta segunda forma no constituye (necesariamente) decrecimiento. Quizás la localización geográfica y la naturaleza insular del país ya causan que los turistas que llegan dispongan de un cierto poder adquisitivo. Aun así, el sistema empleado para desbloquear la visita a algunos lugares coincide con los principios del decrecimiento, en tanto que no es la cantidad de dinero el factor determinante, sino una estrategia de gamificación que busca premiar la sensibilidad de los visitantes.
Referencias
- [1]Gracias a @pablomm por la referencia.
- [2]Gracias al grupo de trabajo en turismo de StayGrounded / Permanecer en la Tierra por estos ejemplos.
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