Tradicionalmente, y con el ánimo de incentivar el turismo, la Organización Mundial de Turismo (OMT), ubica un lema a todos los años, así por ejemplo el 2017 fue declarado el año del turismo sostenible. En ese sentido, el 2020 ha sido llamado el año del “Turismo y desarrollo rural”, es decir que, todas las acciones que toma este ente que rige el turismo en el globo junto con los países aliados, estarán direccionadas precisamente a las mejoras de la calidad de vida a través de la práctica del turismo en las zonas rurales.
Particularmente ha sido un acertado lema para este nuevo año turístico, las zonas rurales aunque de manera lenta, con limitantes, diferencias y dificultades de toda índole, siguen luchando por convertirse en actores de la escena turística, cambiando el paradigma tradicional que por años ha limitado la ruralidad a la postura única de espectadores. Según la OMT, para el año 2050 el 68% de la población mundial residirá en el casco urbano de las ciudades, actualmente lo hace el 55%.
En el contexto ecuatoriano la realidad no está alejada de las cifras mundiales, el último censo de población y vivienda del 2010, mencionaba que el 62% de los ecuatorianos viven en ciudades, mientras que el 38% radica en las zonas rurales, con una clara tendencia de crecimiento urbano mayor que el rural. En este mismo orden de ideas, según la Encuesta Nacional de Empleo, Desempleo y Subempleo (ENEMDU) del INEC, con corte a junio del 2019, la pobreza a nivel rural pasó de 43% en 2018 a 43.8% en 2019, una variación de 0.8 puntos porcentuales, que aunque el referido ente la exprese como “no estadísticamente significativa”, seguramente tiene sus repercusiones en los estilos de vida rural.
Ante este tipo de situaciones es necesario que veamos hacia afuera de nuestras ciudades, no solo por “solidarizarnos”, sino porque turísticamente hablando es ahí donde se encuentra el potencial de los destinos ecuatorianos. Aunque para ser honestos, las zonas rurales no tienen nada que agradecernos, puesto que desde la visión económica-productiva son estas áreas las que mantienen la urbe, es desde ellas donde se generan los productos que consumimos a diario y que llenan los supermercados, un nuevo éxodo rural que arraigue las diferencias sociales no se puede permitir.
Con esto no sostengo que el estado o los gobiernos seccionales deban destinar magnos presupuestos o entregar grandes obras a los contextos rurales, o por otro lado, darles lo que los gobiernos creen que necesitan, sino más bien que se realice un verdadero diagnóstico de los escenarios rurales, donde las fortalezas se potencien mientras que las debilidades sean menguadas. Una oportunidad importante ahora mismo son los Planes de Desarrollo y Ordenamiento Territorial (PDOT) que se encuentran realizando los GAD, sin caer en las utopías comunes de estos documentos, es ahí donde se deben proponer acciones y ejes estratégicos en función de necesidades reales de estos territorios.
Ahora bien, si el turismo forma parte de la diversificación económica rural, debe ser fortalecido o si por el contrario es aún una propuesta novedosa, debe ser bien socializada, siguiendo una hoja de ruta enmarcada en el modelo de turismo comunitario, donde se entiende que el primer punto a trabajar es el capital humano, mismo que debe ser organizado y capacitado, para luego desarrollar los espacios lúdicos turísticos.