Un “Mundo Perdido” Sostenible

“Tepuy Roraima” o “Monte Roraima / Créditos: Uwe George

Cuando estudias y trabajas en Turismo el tema de la “Sostenibilidad”, es fundamental comprenderlo, involucrarlo en nuestra vida diaria e “irradiarlo” hacia los diversos ambientes en que nos desenvolvemos. Desde el punto de vida catedrático entendemos que es la preservación de recursos con prácticas respetuosas con el medio ambiente. Pero como la vida es sabia, te regala la enseñanza que la sostenibilidad es fundamental en los espacios de la vida cotidiana, sean físicos, mentales o emocionales, a tal punto que a mi entender el respeto empieza con nuestro SER y nuestras acciones.

Llegar a este punto de aprendizaje lleva su tiempo. Con los años entendemos que todo lo que hacemos cotidianamente tendrá consecuencias en nosotros y en todo lo que nos rodea, ¡y no creas que solo en el presente, sino también en el futuro!

Durante años, las aventuras en el sector turístico, me han ayudado a cultivar la habilidad de la paciencia, la anticipación, el respeto por cualquier tipo de especie y ampliar mi visión de las cosas. No creas que es un don, es uno de los incontables “saberes” que me ha regalado el turismo. Se trata de intervenir lo menos posible en el ambiente, de escuchar el sonido interno de cada ser y ayudar a que fluya su desarrollo. Eso sí, a su propio ritmo.

¿Y que tiene que ver esto con la sostenibilidad? ó ¿el turismo?

Pues, que en el ámbito turístico tienes que intervenir en el mundo interno del recurso natural y de los humanos que hacen vida en los destinos o que son atraídos con sus paisajes, culturas o historias. Y estas intervenciones nos proporcionan el mayor de todos los aprendizajes.

Generalmente, de lo que más se aprende es de las experiencias, y revivirlas años después, trae grandes beneficios para la salud emocional y física.

Es hora de contarte porqué el turismo ha sido uno de los grandes maestros de la sostenibilidad.

¿Me acompañas en esta aventura?

A lo largo de más de 2 mil km. cuadrados en el Sector Oriental Parque Nacional Canaima, Venezuela, previo a los operativos turísticos de las épocas vacacionales, se desplegaban las instituciones públicas y privadas para planificar y ordenar la zona natural y cultural que disfrutarían los “temporaditas”. Te lo aseguro, apegados a la filosofía de que cada destino y turista son mundos únicos.

Se desarrollaban planes de conservación y disfrute de los espacios naturalmente protegidos. Actuaciones apegadas a criterios técnicos, ambientales y humanos, sobre todo los referidos a capacidades de sustentación, lo que tradicionalmente hemos conocido como “capacidad de carga” de los espacios.

Los esfuerzos de las autoridades estaban dirigidos a que la naturaleza, sus pobladores y el visitante, estuviesen protegidos en todo momento, con el fin único de crear relaciones indivisibles pero frágiles, con experiencias únicas para cada viajero.

¿Lo captas?

En resumidas cuentas, era interpretar el entorno e intervenir para un sano disfrute, creando patrones de interacciones que dejaran experiencias en las vidas de los visitantes, grabadas para siempre y que nos permitieran preservar los recursos para el futuro, sin el mayor esfuerzo posible.

Superados los rituales de esta humilde filosofía, para encauzar prácticas de un desarrollo sostenible en el Parque Nacional Canaima, se producía en nosotros una grata satisfacción de poder dar lo mejor para cuidar la zona con prácticas verdes y contribuir para que las generaciones futuras sigan disfrutando de sus encantos.

Cuando lo real y lo ficticio se mezclan en escenarios extraordinarios. Nos vamos a inmiscuir en una historia mística, vivida en una de las tantas semanas santas en la “Ruta Gran Sabanas”.

Te aseguro que el coordinar los operativos turísticos no era para mí un trabajo, era una de las mayores bendiciones que nuestro Creador, la vida y mi jefe, me podían regalar.

Algunos viajeros del Sector Oriental del Parque Nacional Canaima, promocionada como Ruta Gran Sabana, aprovechaban esa temporada para escalar el “Tepuy Roraima” o “Monte Roraima”. En búsqueda de “El mundo Perdido”, inspirados en la novela de aventuras de Sir Arthur Conan Doyle de 1912.

Esa “montaña azul” de más de 2.800 metros de altura, permite que habiten en su base, comunidades indígenas de “Pemones” y ocasionalmente la visitan «temporadistas» entrenados para subir por una rampa rocosa. Que simula una escalera adosada a una de sus paredes laterales. Es para esas comunidades una “Meseta Sagrada”, envuelta en espectaculares leyendas y mitos.

En su ascenso, el expedicionista debe obligatoriamente contratar los servicios de “Pemones” como “porteadores” y guías turísticos; de hacer la trayectoria por sí solos, correrían el riesgo de perderse, lesionarse o morir en el intento.

El recorrido de 5 o 6 días de ascenso y descenso, se inicia pernoctando en el campamento base de la comunidad indígena en “Paraitepuy de Roraima”. Es así como, con la primera luz del alba, se inicia la expedición hacia la Cima del Roraima.

En el camino se encuentran enormes piedras por dónde ascender, ríos caudalosos y una vegetación endémica. Algunos trayectos se ascienden con cuerdas por la pared del “tepuy”, bañados por la llovizna de las caídas de agua, que se despliegan en su costado.

“Coronar la cima del Roraima” es algo indescriptible. Su belleza y majestuosidad, te ofrecen un paisaje estimulante y armónico entre lo real e imaginario, que mezclan las emociones y te irradian una vitalidad chispeante, con la promesa de muchas aventuras y un viaje fugaz, pero lleno de vida.

Las gigantescas piedras negras te dan la bienvenida y cuidan al árbol de la vida. Las fosas en forma de jacuzzi rodeadas de cuarzo, te invitan a bañarte en sus heladas aguas.

El deleite sensorial florece cuando la neblina despeja el “punto triple”, hito que marca la zona fronteriza entre Venezuela, Guyana y Brasil. La “cima azul” te da la sensación que estás flotando en las nubes, y con ellas, en un solo instante, vuelas por esos tres países suramericanos.

Las noches en el ascenso y descenso son épicas, marcadas por la expectativa de presenciar la existencia de seres vivientes u objetos voladores reales o imaginarios productos de la mitología de los “pemones”, que con una técnica narrativa ancestral te trasmiten cada noche, como algo mágico, que hipnotiza y te seduce a que las rememores en tus sueños.

El turista que regresa del “gran árbol de la vida” trae consigo un despertar de consciencia personal, la mayoría con la sensibilización ambiental y social a flor de piel.

Te preguntarás, ¿porqué hago énfasis en la mayoría? Es que aún no culmina la historia del ascenso a la Cima del Roraima.

Al finalizar la temporada vacacional, los vigilantes de la montaña, la recorrían en grupos organizados para revisar sus condiciones ambientales, encontrándose con inexplicables sorpresas, y no de las del tipo místico, sino más bien físico: sitios rodeados de desechos orgánicos e inorgánicos. ¿Cómo pudo suceder tal situación, si se emprendieron campañas de sensibilización ambiental en todo momento?, se demarcaron las áreas de visitas; se llevó a cabo el mecanismo para la deposición y reciclaje de desechos; se controló la capacidad de carga; se prohibió la utilización de agentes contaminantes; se mantuvo vigilancia permanente de cada grupo; en fin, se ejecutó el protocolo verde correspondiente.

Sí, sí, lo que lees. No pocos visitantes se las ingeniaron para burlar la seguridad y orientación que brindaban sus guías y “porteadores”, adentrándose en zonas no permitidas, dejando grandes huellas en sus cortas estadías.

Te puedo asegurar que mis ojos no daban crédito a la irresponsabilidad de algunos viajeros, cuando en helicópteros transportábamos a los vertederos de reciclaje las montañas de basura que extraíamos de las zonas no permitidas del circuito turístico. Me invadían sentimientos de “pena ajena” con mis compañeros de equipo, porque algunos de nuestros invitados no habían respetado los códigos de conducta.

Cruzando la línea de la mitología de las comunidades indígenas, con la obediencia a sus dioses, que en su mayoría son recursos naturales, y presenciando el poco respeto de muchos ciudadanos con su entorno ambiental, te voy a confesar que desde niña me he sentido cautivada por esas leyendas e historias. De adulta me he apropiado de algunos pasajes para transmitir la importancia de mirar, interpretar y tocar sutilmente nuestro entorno ambiental, social, cultural y emocional.

Cómo añoro vivir prodigiosas odiseas turísticas, para adentrarme en el misterio eterno de los mundos perdidos, que se conviertan en tatuajes emocionales y fortalezcan mis valores para actuar equilibradamente en mi entorno, pero fundamentalmente, en lo personal.

Si quieres vivir experiencias inolvidables que te regalen vida, te invito a escabullirte con prácticas verdes a las expediciones turísticas en los mundos perdidos que engalanan tu ciudad o país. Cuánta magia y misterios alrededor de esos encuentros.

Carmen Sofía Sandoval Mata: 🇻🇪 🇪🇸 Trabajé en ámbitos del sector público turístico Venezolano, participé en colaboraciones internacionales para planes de turismo como experta venezolana; en los últimos diez años he asesorado en inversión privada, en España apoyé en gestión de pisos turísticos en plataformas digitales. El turismo es mi pasión en redes sociales, escribo #TurismoPostCovid y subo fotografías de paisajes que motivan y regalan.
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