A sensação de libertação, que nasce das viagens? Posso tê-la saindo de Lisboa até Benfica, e tê-la mais intensamente do que quem vá de Lisboa à China, porque se a libertação não está em mim, não está, para mim, em parte alguma. Fernando Pessoa.
La llegada de la COVID-19 provocó que muchas otras llegadas – y partidas – fueran canceladas. Al comentar eso, pienso evidentemente en el despegar de vuelos internacionales que no acontecieron, pero tambíen en la gente que actualmente no hace check-in ni en la universidad ni en la peluquería o en casa de amigos. Ir y venir dejan de ser conjugados por nosotros en muchos niveles, mientras el verbo quedar domina nuestra habla. Quedamos. Quedamos sin querer quedar.
Emergen un montón de sugerencias de películas y libros sobre viaje, así como museos que pueden ser visitados de manera virtual. Un montón de sugerencias para que nosotros alcancemos a huir de donde estamos, aunque no exista ninguna posibilidad de estar, de hecho, en otra parte.
Elijo usar la palabra huir porque la sensación es realmente de que estamos atrapados y, en medio de todo eso, traigo una sugerencia bastante simple, pero que va en la dirección contraria de lo que he leído en los últimos días:
La sugerencia es: esté donde esté, no intente huir. Quédese, de verdad y por completo.
Su casa, su calle y la gente que vive con usted, tienen mucho para enseñarle. Se lo juro. Las fronteras son siempre invisibles, por eso no dude que existan algunas dentro de su propia habitación, família.
Me refiero al cajón que nunca abrió. Los sentimientos de frustración que oculta, los equívocos que no quiere recordar. Todo eso que le pertenece, pero olvida. Tal vez porque estaba demasiado ocupado bobeando en puntos turísticos que le son totalmente impersonales. Tal vez porque pasear dentro de sí mismo duela. (Y duele, pero también puedo garantizarle que es una aventura y mucho más).
Estuve sacando fotos de mi jardín, de mi cuerpo, hice rutas dentro de mi pecho que guiaron mis sentimientos, conversé – por video – con gente maja que me concedió acceso vip al mirador de su pensamiento – y nisiquiera tuve que hacer fila.
Esa, mi sugerencia un poco abstracta, un poco poética y sobretodo necesaria, viene de cuatro años atrás, cuando en la universidad empecé a desarrollar un proyecto para niños titulado «Viajante de Patio». El proyecto tenía como objetivo ofrecer una educación turística y al mismo tiempo una valorización del lugar donde cada uno vive.
Por medio de rutas en su propio barrio, los niños iban a aprender la historia de donde viven, aprender a encantarse y a mirar la rutina con otros ojos para que después, al llegar el momento de mochilear, esos niños fueran capaces de conocer la historia y el contexto de otras partes, respetar la cultura ajena sin olvidar cuán precioso es su origen y, de esa manera, hacer de su jornada algo no superficial. Por eso hoy, aunque su ciudad y a lo mejor su barrio, estén bloqueados, hago la invitación para que sea un viajante de patio. Vaya a conocer sus gustos, ordenar sus planes o calcetines, pregunte a su mamá qué soñaba ser ella cuando niña. Visite los rincones de su piel.
Deje el huir para después. Y que en ese después pueda huir de manera más consciente sabiendo más sobre quién es, de dónde viene y qué busca.
Quédase. Esté donde esté. Y buceé.