“Hazlo, y si te da miedo, hazlo con miedo”
Viajar, más allá del concepto «vacaciones y descanso», es una práctica que nos exhorta al bien vivir, ya que además, es una experiencia sensorial, una invitación al asombro, una forma de ser humildes ante la grandeza y majestuosidad que el mundo nos ofrece; también es un reencuentro con uno mismo, es aprendizaje significativo y por supuesto, una actividad que nos saca de nuestra zona de confort y en algunos casos se convierte en una vivencia espiritual y de armonía con el entorno, es por ello que alguien mencionó: “viajar debe ser parte de los insumos de la canasta básica de la vida”, absolutamente, toda la razón, el viajero desarrolla una importante sensibilidad a los problemas del ambiente, socializa más y entiende al otro, tiene una visión amplia del mundo y se promueve como un ente inscrito en un todo que debe procurar y preservar.
Dicho lo anterior hay un gran detalle… Viajar o no viajar, esa es la cuestión. Más allá de la implementación de los protocolos sanitarios para desplazarse de un lugar a otro en la actualidad, de hacer números para un presupuesto que nos permita cumplir el objetivo de un viaje, un itinerario y planeación; existe un gran «pero» para emprender un recorrido, ese «pero» indiscutiblemente es el MIEDO A VIAJAR, miedo a lo desconocido, a la gente, a otra cultura, a otros sabores, a otros pensamientos; estamos tan seguros en nuestra ciudad o comunidad e interactuamos tan bien con sus condiciones, que vemos lejos y sin necesidad alguna, la interacción con otros modelos urbanos o rurales.
México es un país fantástico en diversidad y cultura, uno de los principales en el top de turismo internacional por la variedad de sitios, mismos que sobrepasan los gustos más exigentes y especiales del turista o viajero ya sea nacional o extranjero, sin embargo, también existe una perspectiva negativa sobre nuestro país, y es que mucho se ha hablado de que México no es un país seguro para realizar turismo, salen a relucir temas muy crudos que giran alrededor del narcotráfico, tráfico de personas, crimen organizado y todas sus variantes. El tema de la inseguridad nacional le agrega todavía más pavor al turista y al viajero, este factor es persistente y desde luego frena cualquier expectativa, pero por otro lado, también existe el México de la gente buena y amable, de la gente hospitalaria y solidaria, de las personas que aunque seas un completo desconocido te tenderán la mano.
De manera formal y en modo viajero, llevo recorriendo el país aproximadamente ocho años, de los cuales nunca he tenido una desventura que se deba a temas de inseguridad, todo lo contrario, México y los mexicanos en su mayoría, son afines al turista nacional o extranjero; sureste, centro y norte sin novedades, solamente cuestiones propias de un viaje, una llanta ponchada, hoteles en malas condiciones, promociones sobrevendidas, llegar tarde a las corridas de autobuses y perder el bus, esperar horas y horas en el aeropuerto, en fin… pero afortunadamente nada relacionado con cuestiones negativas a las que he hecho alusión. Considero que en lo general, México es un país seguro para realizar actividades relacionadas con el turismo y claro, siempre tomar precauciones, seguir las noticias nacionales y locales, así como alejarse o evitar focos rojos por actividades inusuales o que tengan que ver con delincuencia.
Me permito hacer un paréntesis para ejemplificar lo anterior. Pregunté a mi hija: «¿pastel o viaje?», recientemente cumplió años, once para ser exactos; de inmediato y sin pensarlo mucho, respondió: «¡ya sabes papá, viaje!» Perfecto, hora de elegir lugar, itinerario, planificación y presupuesto. Todo lo demás consistió en esperar fecha y emprender el viaje… un taxi, un autobús, dos líneas del metro, un avión, otro autobús, caminata; un lapso de 15 horas entre la salida y la llegada nos separó de un viaje increíble e inolvidable, por cierto, como viajero y padre, siempre elijo experiencias que trascienden.
Después de llegar al hotel, darnos un buen baño, programar alarmas, cargar al cien cámaras y celulares y descansar debidamente, lo siguiente fue iniciar el tour muy temprano por la mañana para aprovechar el tiempo luego de un nutrido desayuno que siempre debe incluir mucha fruta y un buen café. El primer punto a visitar: Grutas de García en el estado de Nuevo León, relativamente lejos del centro de Monterrey, poco más de 40 kilómetros. Debo confesar que aún como viajero recurrente, siempre causa nerviosismo desplazarse por primera vez en un lugar nuevo, sin embargo, el espíritu aventurero y una excelente planificación apoyada por Google Maps, así como por los sabios consejos de los locales, nos dotan de la información necesaria para llegar a buen puerto. Luego del desayuno, caminar algunos metros, movernos en las 2 líneas del Metro Rey, abordar un bus local y un taxi seguro, llegamos a los pies de la montaña donde se guardan celosamente las Grutas de García; subimos al teleférico, la vista era realmente espectacular, una sola góndola, 3 minutos de recorrido y más de 600 metros para llegar a la entrada donde el salón del aire, la mano del muerto, el teatro, el crucifijo, el camello y otras figuras caprichosas esperan ansiosas a los turistas y viajeros.
Luego de terminado el recorrido, la pregunta era cómo regresar al centro de Monterrey, no había taxis (un detalle en la planificación, nunca falta). Momento de activar el «plan B», improvisación y emergencia sin salirse del presupuesto asignado. Mi hija y yo sin tantas preocupaciones, nos paramos sobre el camino principal y a pedir ride, una práctica muy constante en mis tiempos de maestro rural y de otros viajes en distintas zonas del país; con toda la confianza del mundo nos dispusimos a ponernos en manos de los espíritus viajeros y levantar el pulgar… y llegó nuestro milagro en forma de una camioneta donde muy amable un nuevo amigo de nombre Damián, ingeniero supervisor de las minas de cal, nos ofreció viaje con plática muy amena hasta el centro de Monterrey, ahí donde unas hamburguesas banqueteras y el Parque Fundidora nos esperaban (la Zona Arqueológica Industrial por excelencia, ícono del noreste de México y donde parten también pequeñas embarcaciones sobre Paseo Santa Lucía, el río artificial más grande de Latinoamérica); y así hasta terminar el día, regresar al hotel, probar una cena, un buen baño y a descansar para el día siguiente… Ya teníamos cita con impresionantes museos, monumentos históricos y el inigualable cabrito.
Hasta ese momento el regalo de cumpleaños de mi pequeña viajera era toda una aventura, desde la salida de casa, los empujones en el metro, la deliciosa experiencia de volar, de hacer nuevos amigos y recorrer en bicicleta todo Fundidora, valían más que diez pasteles juntos; y era como vivir el deseo (y no solamente pedirlo mientras se sopla una vela), y sobre todo, dar la certeza y seguridad de que viajar en México es seguro y posible, de que existe gente buena y solidaria con el viajero, de tomar las debidas precauciones y seguir pensando en el siguiente escape que siempre será una gran oportunidad de aprendizaje, de crecimiento personal, de motivación y de vencer todo tipo de miedos. Viajar o no viajar, esa es la cuestión. Yo digo: viaja, viaja más!…